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Por Mónica Russomanno
(APE).- Serán estas cosas de la historia humana que un nombre acabe siendo acaso una burla o una paradoja. Dios con nosotros, "Emmanuel Dios con nosotros". Dios si, el Estado no, la sociedad no.
En esa localidad salteña con tan pintoresco nombre, una misión, subsisten 57 familias de la comunidad aborigen Wichi. Doscientos sesenta habitantes a quienes quizás resguarde Dios, que no la Argentina.
Será por habitar el suelo desde antes de que el primer español se fuera quedando con las tierras y nombrando el universo, será por eso que no los contamos como ciudadanos.
Y será por eso que consideramos natural que no tengan agua potable ni planes sociales, ni escuela. Porque el ochenta y cinco por ciento son analfabetos, viven en taperas y en el caso de que tengan que firmar un papel que vaya a saber qué dice, tienen que poner el pulgar entintado como los delincuentes en las comisarías.
Podríamos decir que son, como el nombre de su localidad, muy pintorescos. Lindo tomar una foto con los perros sarnosos y los chicos barrigones. Si uno se siente haciendo turismo aventura, y con el añadido de no tener que salir del país.
Pero son argentinos, habitan nuestra tierra, son nuestros hermanos de viaje en este siglo tan a destiempo; donde las comunicaciones por internet y celular nos hacen creer que el primer mundo que nos prometieron en los noventa está aquí y es para todos.
En ese lugar de los montes selváticos siguen esperando la modernidad, aunque hayan caído los relatos. En la modesta forma de una escuela o de un centro de salud. Una pobre modernidad, un escaso anhelo.
Y, como siempre, la esperanza de que no sea la caridad sino la justicia quien los alcance.
El periodista Marco Díaz Muñoz nos hizo la advertencia.
Dios con ellos. El firmamento bienhechor de la selva sobre sus cabezas, si, pero cuánta soledad. Ahora faltan los prójimos, nosotros sus hermanos.
Fuente de datos: Agencia de Noticias Copenoa 12-06-06
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