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(APe)- El crecimiento sostenido de la deserción escolar no es ya noticia, a pesar de los ingentes esfuerzos por sostener las matriculas en los establecimientos educativos públicos, la realidad queda al desnudo a la hora de contabilizar las ausencias. En la ciudad de La Plata, las directoras de la EGB denunciaron que un gran porcentaje de los niños que dejaron de asistir a la escuela se debe a que "no tenían cómo ir vestidos".
Por primera vez comienza a salir a luz, que el problema de la verdadera crisis educativa trasciende las aulas y el plato de comida faltante para instalarse en una dimensión mayor, la de la vida entera.
En todos estos años, la deserción tenía culpables, una denuncia en los Tribunales de Menores era suficiente para liberar conciencias y trasladar la responsabilidad hacia los padres, cuya voz siempre fue silenciada en actas labradas de un expediente.
Los padres aducen frente a los Tribunales de Menores, que las zapatillas de sus niños pasan de unos pies descalzos a otros, que el abrigo escasea cuando llega el viento frío, que entumece los cuerpecitos antes tibios por el sol veraniego. Pero cómo van a explicar porqué les pasa lo que les pasa.
La deserción escolar muchas veces es tratada como la cola de un barrilete, un síntoma que trata de ocultar, tras sus finas hojas de papel, la luz de una problemática que apaña la angustia y la desesperanza de no poder ir a la escuela: la pobreza. Pero, ¿cómo hablar de escuela cuando el dolor del hambre de pan grita sin sosiego, cuando los pibes se hacen piel del desempleo paterno?
"Estamos enfermos de muchos errores y de otras tantas culpas, pero nuestro peor delito se llama abandono de la infancia. Descuido de la fuente de la vida. Muchas de las cosas que necesitamos pueden esperar. El NIÑO no. El está haciendo ahora mismo sus huesos, criando su sangre y ensayando sus sentidos. A él no se le puede responder: Mañana. El se llama Ahora."
Fuente:Diario Hoy, 24/04/03
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