Desde la escarcha y el hambre

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Por Silvana Melo
  (APe).- El viento del mar vuelve salvajes los inviernos. Y hace escarcha de las voluntades, aun las más firmes, de levantar la vida para ir a la escuela. En la provincia de Buenos Aires el aula suele ser un territorio hostil. Que explota o congela. No hay término medio en la indolencia del estado. Si hay gas, la conexión es mala, pierde, estalla y mata. La Escuela 49 de Moreno es un símbolo. De los atroces. La Escuela 33 de Mar del Plata congela. Hace cuatro años que no tiene calefacción ni vidrios en las ventanas. El día que su directora logró que los colocaran, estalló la escuela de Moreno. Y para curarse en enfermedad, que es lo que siempre hace el Estado, sacó todos los vidrios de la escuela para que corriera aire. Para que, si había pérdida de gas, que fluyera. No que se reparara.

Con tanta desidia, tanto negociado, tanto cálculo electoral, es mejor la foto con la frazada que la tercerizada arreglada con el funcionario. Para que todo se repare apenas aunque el presupuesto sea para un palacio. Y después explote, como nunca explotaría el palacio.

Este es el mundo de los confines en el que se recluye a la educación pública. Mientras el sistema se desangra en fórmulas y nombres con suculentas cuentas bancarias, de este lado de la frontera y de aquel. Que nunca fueron con frazadas a la escuela ni tienen hijos con peligro de explotar cuando le preparan el mate cocido.

Los adolescentes que apuestan al nivel medio en la educación pública van con frazadas a la Escuela 33 de Mar del Plata. Donde el viento marino hace intratables los inviernos. Porque no hay calefacción. Y porque tienen las ventanas cerradas con cartones. Sin vidrios. Las puertas, dice la directora, no concuerdan con los marcos. Se llevan decididamente mal. Por eso todos andan con una tijera en el bolsillo para destrabar la que no se puede abrir y dejó encerrados a los alumnos o a los docentes.

Esos chicos, castigados sistémicos, suelen llegar de la escarcha y del hambre. Sin desayuno a los 14, a los 15, cuando se crece kilómetros de brazos, piernas e inquietud. Cuando se mastica rebeldía cuando no hay qué. Y se intenta romper como se puede. Con esa rabia millennial y marginal, saqueada de cena y de mañana.

Así llegan los pibes a la Escuela 33 de Mar del Plata. Envueltos en frazadas, desarmados ante el ataque del invierno. Cómplice de los predadores. Y esperando que alguna semilla insolente asome en otra primavera.

Edición: 3885

 


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