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Por Silvana Melo
Fotos: Pablo Piovano (*)
(APe).- Donde hay una enfermedad, aparece un negocio. Lo saben aun sin saberlo los chicos que en los confines hacia arriba de esta tierra viven entre el calor, el agua podrida y la extrema necesidad. Y no nacen derechos, como decía Eva para una posteridad que la enmarca en los altares pero no la baja a tierra. “El capitalismo en cada problema tiene una oportunidad de negocios”, sintetiza Medardo Avila Vázquez, médico de pueblos fumigados.
Es la desigualdad de siempre, la misma desigualdad que atraviesa la historia y crea bacterias, virus, vinchucas, mosquitos y enfermedades destinadas a apaciguar el crecimiento de las multitudes confinadas, sin identidad ni futuro. Enfermedades cómodas para encontrar chivos expiatorios para sus causas y deslindar las verdaderas, en honor de los negocios descomunales que se tejen alrededor. Enfermedades que no eran letales y, de un momento a otro, aparecen asociadas con la muerte.
Entre marzo y abril el dengue y sus hermanos mellizos (chicungunya y zika) llegan a su punto máximo. Y durante todo el verano -mientras los Médicos de Pueblos Fumigados trataban de correr en aterradora soledad los telones de la mitología que la medicina oficial y la industria de los agronegocios tejen en consonancia- se esparció el pánico oficialmente. Y se colocó del lado de la gente la responsabilidad del nacimiento, vida y muerte del aedes aegypti. Monstruo social y sanitario de estos tiempos. "Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas", decía Ramón Carrillo. Los mosquitos también.
No sólo es con la muerte que se aterroriza. Es, fundamentalmente, con las malformaciones en los niños nacidos de madres enfermas de zika. Microcefalia y alteraciones en el desarrollo que desde el estado –los estados- pusieron a acechar la llegada a estas costas de la vida de los chicos del sur de Brasil y del norte argentino. A los que les toca un desembarco gris, con promesas de vida breve, confinada siempre a las afueras sistémicas, sin recursos ni potencialidad para transformarla.
El dengue mata. El zika malforma. Pero la pobreza, la miseria y la desigualdad aniquilan niños de a racimos. Y malforman las ramas del arbolito que va tejiendo, hoja por hoja, el porvenir. El veneno sistémico que llueve sobre las gentes para fertilizar la soja y el maíz, para matar la mala hierba (incluidos pibes y perros, malezas sociales de la época) o para aniquilar al aedes aegypti va a la tierra y al agua. Indirecta o directamente. De eso hablan los médicos de Pueblos Fumigados cuando denuncian la alta improbabilidad de que el zika sea el responsable de la microcefalia. Y buscan esas causas en los larvicidas utilizados para eliminar el mosquito. Que las madres beben con el agua. Es el negocio que nace con la enfermedad el que impide que la alternativa a una verdad única y hegemónica, tenga la difusión imprescindible.
Medardo Avila Váquez habla con APe cuando los mosquitos arrecian en nubarrones. Y las campañas son para descacharrar y no para despobrezar, desmiseriar y descalabrar las patas del capitalismo con veneno para la desigualdad. Fue subsecretario de Salud de Córdoba ciudad cuando los casos de cáncer en los niños del barrio Ituzaingó le encendieron una luz de alarma y fue él mismo quien comprobó la huella de las fumigaciones en la ropa, en los juegos de los chicos, en los patios, en las escuelas. Ahora les llueven, a los médicos, cartas documento. Que son como los fosforados: paralizan. Es la justicia como herramienta para desestabilizar la resistencia.
El zika tiene seis décadas de desarrollo. Y las epidemias previas, dice el informe de Médicos de Pueblos Fumigados, “no generaron malformaciones en recién nacidos, a pesar de infectar al 75% de la población de los países”. ¿Por qué ahora mata y malforma?
“Aparentemente no hay descripciones de microcefalia ni otras malformaciones vinculadas a la epidemia de zika. En 2007 en el Pacífico se consideró que había alcanzado al 75% de la población. Y no les pasó absolutamente nada. En Colombia en 2015 apareció una epidemia bastante intensa y tampoco se vincula con malformaciones. Entonces surge el tema del piriproxifeno, el producto que están usando como larvicida: el Ministerio brasileño comienza a usarlo en 2014. Un año antes de que se empezaran a encontrar las malformaciones. Y encima cambian al temefós, un fosforado que le ponían al agua para matar la larva, por este piriproxifeno”, describió Medardo Avila para APe.
La diferencia entre ambos es que “los fosforados actúan bloqueando los impulsos nerviosos, paralizan. El piriproxifeno actúa alterando el desarrollo de los mosquitos. Y es muy creíble que pueda estar generando trastornos en el ser humano porque nosotros también sufrimos cambios muy importantes en nuestro desarrollo. Si el mosquito parte de larva – pupa – mosquito adulto, donde cambia radicalmente el funcionamiento, los humanos también; en el cambio de huevo a embrión y a feto, el sistema circulatorio y todo el organismo se comporta como una larva, en un habitat acuático, con respiración acuática en la placenta y después muda a respiración humana rápidamente. Nosotros sufrimos también cambios muy importantes”.
En el noroeste de Brasil la gente consume el larvicida en el agua. “El gobierno brasileño quiere disminuir la enfermedad antes de los Juegos Olímpicos. Pero aparece la malformación, entonces la vinculan con el zika. También están los grupos económicos atrás tratando de vender el producto”, dice.
La mecánica del terror apunta directamente a culpabilizar a la pobreza y a demonizar regiones históricamente descartadas por inviables. Descacharrar es depositar la responsabilidad de la cría de mosquitos en quienes viven en barrios sin recursos ni infraestructura ni posibilidad de cuidados sanitarios. Si para salvarlos se los fumiga, el sistema utiliza un solo tiro para librarse de las plagas que lo fastidian.
“El modelo tiene ese sesgo de discriminación e inequidad. Nosotros en Córdoba sufrimos una epidemia de dengue grande; yo era subsecretario de Salud en la ciudad y tuvimos la experiencia de la lucha contra esa epidemia. En la Municipalidad hicimos un registro de todos los casos y el mapa de la distribución era el mismo mapa de la mortalidad infantil. Los barrios de mortalidad infantil alta, donde la gente más pobre tiene peores condiciones de vida, son los mismos lugares donde se expresó el dengue en 2009”, dice Medardo Avila a APe.
Paraguay “compró miles de toneladas de clorpirifós para derribar mosquitos, pero afecta el cerebro en desarrollo de fetos y recién nacidos. En Brasil usan directamente malation, que es cancerígeno. En la Argentina se usa piretroides, algo menos tóxico pero prohibido en Europa”.
Venenos cada vez más fuertes porque las malezas y los mosquitos se rebelan y se fortalecen. Pero los niños no adquieren resistencia a los agroquímicos. Por más que los fumiguen con pertinacia. Ni sus madres, que se los transmiten de prepo, con la sangre y la leche. Ante las argucias del sistema para desechar sus residuos y crear enfermedades, los microbios son pobres causas. Y los mosquitos también.
(*) Imágenes de la muestra "El costo humano de los agrotóxicos", expuesta en el Palais de Glace
Edición: 3126
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