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La pregunta por la “democracia”, hoy de triste actualidad en nuestro país, emerge en el mundo con el germen de la resistencia palestina, en medio de la tregua. Con ocho mil niños muertos. Un millón y medio de palestinos tuvieron que abandonar su hogar. Mientras Israel intercambia rehenes por prisioneros con Hamás.
Por Martina Kaniuka
(APe).- La oscura noche de la Palestina que resiste sin electricidad, sin agua, sin insumos médicos, sin internet, con la única provisión de alimentos vencidos que le remiten desde el World Food Programme, se ilumina otra vez para seguir apagando vidas.
Son más de ocho mil los niños y niñas asesinados y más de veinte mil las víctimas que, en 40 días, fueron muertos por el estado de Israel que, aseguran funcionarios, permanecerá en su “avanzada de legítima defensa” para terminar la “guerra” contra el “terrorismo”. Mientras tanto, los medios hegemónicos de Occidente discuten las cifras: aparentemente no son suficientes muertes como para plegarse al pedido de mundial de cese al fuego.
Lo que no dicen es que, desde el 22 de septiembre, Benjamín Netanyahu planteaba en la ONU los objetivos detrás de la lucha contra Hamas: el IMEC, es una vía comercial para competir con la nueva ruta de la seda china (BRI).
Ya en 2012 anticipaba sus planes, ajustando la mirilla hacia las costas palestinas: “el gas natural es un activo estratégico para el futuro económico del Estado de Israel". Apalancado por Estados Unidos, que sigue corriendo lento detrás de China, después de la guerra que desataron en Ucrania para cortar el suministro de gas ruso y tras volar el gasoducto Nord Stream Nord, Palestina (junto con Siria y el Líbano) eran el objetivo que restaba para imponer el corredor económico.
Con Siria y el Líbano debilitados, la resistencia palestina que carga sobre la espalda de su pueblo siete décadas y media de ocupación y apartheid, es el último eslabón que Estados Unidos e Israel deben romper para ganar en esa especie de TEG al que históricamente someten al mundo para que giren las ruedas de la banca, las industrias, el extractivismo, las tecnologías, el consumo.
“¿Lo ven?”
“Por favor, chicos. Miren. Hoy llueve. ¿Lo ven? ¿Lo ven, chicos? ¿Escuchan los truenos? Es seguro, el sonido del trueno, no como el de los misiles. Oh, si no viviéramos en guerra tal vez podríamos disfrutar un poco, pero no podemos porque tuvimos que dejar nuestra casa. El tiempo está realmente agradable. La lluvia es hermosa. Empezamos a recogerla. Nos cortaron el agua, la fuente de la vida. Si no viviéramos en guerra podría ser divertido, pero estamos en guerra. ¿Lo ven? el cielo está llorando por sus mártires”.
Ashraf Almajaida tiene siete, tal vez ocho años, las pestañas largas de una jirafa y esa mirada profunda con que los niños palestinos miran, acaso para compensar los ojos que el mundo que no los ve decidió cerrar hace más de siete décadas. Sonríe a la cámara y como algunos niños que tienen suerte y conocen la nieve, estira la lengua para comerse la lluvia. Agua no tienen. Electricidad tampoco. El jueves subió un video protestando por su corte de pelo. Entre los escombros, arrumbados en un rincón, improvisando una barbería, su hermano le cortó el pelo con unas tijeras desafiladas: “opinen, invita: ¿qué tal me quedó el corte”? Y la audiencia de su cuenta de tik tok opina. Emoticones con la bandera palestina, palabras de aliento, plegarias, disculpas.
Espectadores expectantes, desde la comodidad de una cama, con un techo seguro que no se va a derrumbar sobre sus cabezas, bebiendo agua, ese bien escaso que Israel le raciona a la población para que sus pobladores –los colonos que usurpan Palestina – puedan consumirla cuatro veces más y los palestinos no alcancen al promedio diario recomendado por la Organización Mundial de la Salud.
Como Ashraf, son muchos los palestinos que eligen contar en las redes sociales la cotidianeidad de un genocidio y, cuando la señal de internet lo permite, ponerle el cuerpo también frente a una cámara para evitar que junto con las cifras se apile el olvido que desdibuja a sus muertos. Y en medio de la desolación de los edificios derrumbados, sin posesiones materiales, sin luz, sin servicios, sin comida, sin hospitales, sin tiempo para despedidas ni flores para tumbas que no existen, los bebés siguen naciendo con una sonrisa y abriendo los ojos a un mundo que les niega incubadoras, los niños juegan con los charcos con que la lluvia amontona el fósforo blanco y las enfermeras y los médicos, sin dormir, después de pasar por la morgue para saludar a sus propios familiares, siguen atendiendo a la luz de la vela y cocinando panes en un horno improvisado en los pasillos de un hospital donde los principales medios hegemónicos occidentales cuentan que viven los terroristas.
Democracia: civilización y barbarie
Cuentan los medios hegemónicos de la prensa occidental que el estado etnocrático de Israel es la única democracia de Oriente Medio y que actúa en legítima defensa. Que cualquier tipo de apoyo es antisemitismo, a pesar de que en su estado vivan diversos grupos de etnias, además de judíos, que no tienen representación. Que Israel es el único país civilizado de Medio Oriente, el Primer Mundo, que posibilita la libertad para sus ciudadanos.
Les tomó 75 años a los medios de Occidente construir la narrativa que justifica el modus operandi –apartheid, colonialismo, segregación, limpieza étnica, genocidio– con el que Israel y los sionistas avanzan contra quienes se oponen a los intereses que los capitales occidentales tienen sobre los países de lo que denominan “Medio oriente”. Con la cámara de un celular en la mano, a niños como Ashraf y a otros palestinos que comparten su opresión cotidiana, les llevó tan sólo 40 días para probar quién es el verdadero terrorista.
¿Qué significa “democracia” cuando, en su nombre, una población como la de Estados Unidos, que no tiene sistema de seguridad social ni salud pública, se ve forzado a prestar apoyo económico al estado de Israel? ¿Qué significa “libertad de expresión” cuando millones de personas que se reunieron por el cese al fuego en la protesta más concurrida de la historia de Estados Unidos y alrededor de todo el mundo fueron desoídas? ¿Qué significa “civilización” y qué “barbarie” cuando los “civilizados” arrojan fósforo blanco sobre niños, cortan el suministro de agua en las casas y el oxígeno y la electricidad en los hospitales? ¿Son “bárbaros” los que resisten para no abandonar su tierra, son peligrosos los que pelean, los que enseñan dignidad después de haberlo perdido todo, los que bailan frente a la inminencia de la muerte? ¿Cuál es el sentido de elegir representantes que desoyen a cientos de miles de personas que piden paz?
Estados Unidos vivió en paz durante 15 años de su historia. El resto se dedicó al comercio de armas y a la industria de la guerra, financiando a países como Israel que, mientras somete a la población palestina, le brinda entrenamiento a la policía yanki, esa misma que no dejó respirar a George Floyd.
La pregunta por la “democracia”, hoy de una tristísima actualidad en nuestro país, emergió otra vez en el mundo con el germen de la resistencia palestina, en medio de la tregua de cuatro días en la que los desplazamientos siguen sumando almas al millón y medio de palestinos que debieron abandonar su hogar y el estado de Israel intercambia rehenes por prisioneros con Hamás.
Los cimientos de las instituciones occidentales – la ONU, la Unión Europea, el Derecho Internacional, la Comisión de Derechos Humanos – están resquebrajados. Cada bomba en Gaza, es otra pregunta que implosiona la conciencia de quienes escucharon a cada Ashraf. ¿Lo ven?, pregunta el pequeño. ¿Lo ven?, pregunta cada testigo, cada sobreviviente.
Entonces Palestina ya no es una consigna de nichos de izquierda. Entonces Palestina otra vez empezó el incendio y ardió bien fuerte, del lado de adentro de la carne. Entonces Palestina será libre, ¿lo ven?.
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