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Por Ignacio Pizzo
(APe).- Los virus, según consta en los manuales de infectología , son “parásitos intracelulares obligados”, esto quiere decir a juzgar por términos no médicos, que son como células incompletas, necesitan de la maquinaria de un organismo vivo para replicarse, para perpetuar una infección. No obstante este proceso se ve interrumpido, o favorecido, por el único ser vivo, capaz de inventar un sistema que incuba el germen de la propia extinción como es el ser humano.
El capitalismo del siglo XXI no tiene por objetivo únicamente generar plusvalía, por medio de la explotación del hombre por el hombre. En esta etapa ha perfeccionado el método contribuyendo al aniquilamiento mediante el mecanismo de la aceleración, sembrando muerte teñida de verde soja, de monocultivos que succionan a la tierra cualquier resto de vida, de alteraciones irreversibles de ecosistemas verdaderamente equilibrados, que nuestros pueblos originarios supieron conservar, respetando la biodiversidad, interpretando a la naturaleza, vibrando con ella.
Estas últimas palabras a simple vista parecen no tener relación alguna, con la clásica enfermedad, hoy motivo de esta nota: el dengue, enfermedad que llaman reemergente, pero que en realidad nunca dejó de transitar entre nosotros desde el primer reporte de un caso en 1779. Se imprimen nuevamente atractivos panfletos para diseminar medidas que se tejen en los ministerios, siempre con el causalismo por delante pero despojados de realidad, por ejemplo, la fumigación y el control o “descacharrización” de los recipientes donde se acumula agua, mediante la culpabilización a los habitantes de esos indignos fortines de resistencia, de ranchadas, chaperíos y taperas y que sólo buscan retener el elemento vital “agua”. Porque en última instancia el capitalismo materializado en estado opresor y omnipresente no sólo condena a vivir a hombres, mujeres y niños en ese inhumano agujero negro, sino que al mismo tiempo remarca que no es posible acceder ni siquiera a restos líquidos putrefactos del sistema, porque de esa manera se “previene la enfermedad”.
Mientras el dengue para los viejos paradigmas de la salud pública sigue siendo un problema de mosquitos, de fumigaciones y de agua estancada, aquellos que se han dedicado a estudiar fenómenos epidemiológicos desde un punto de vista crítico -como Jaime Breilh, médico e investigador ecuatoriano- ha ejemplificado de manera explícita, con el caso del dengue la potencia depredadora de esta nueva era del sistema capitalista. Breilh describe que con la promoción de grandes extensiones de monocultivo se provocan desarreglos biológicos que contribuyen al sobrecalentamiento terrestre. Lo que conlleva a que por cada medio grado de aumento en la temperatura ambiental, se favorece el desarrollo del mosquito hembra Aedes aegypti, vector de la enfermedad.
El mismo investigador en la tercera asamblea mundial de los pueblos, celebrada en Ciudad del Cabo en julio del 2012, menciona a Monsanto como uno de los principales baluartes del monopolio sojero instalado en Brasil y Argentina que quieren erguirse como potencias de la destrucción.
En otro trabajo realizado por el ingeniero Agrónomo Alberto Lapolla en el 2009, se expresa la vinculación directa entre el dengue y la sojización y nuevamente hace responsable a Monsanto, productor del poroto de soja transgénico, y de métodos de fumigación que incluyen al renombrado plaguicida Glifosato, cuya toxicidad sigue siendo letal. Pero también creador de otros herbicidas como 2-4-D, atrazina, endosulfán, paraquat, diquat y clorpirifós. Su indiscriminada utilización deviene en muerte para anfibios y peces, quienes intervienen en la cadena alimentaria siendo los predadores naturales de mosquitos. La consecuencia es una proliferación sin control de la población de vectores del dengue.
La muerte en Villa Río Bermejito, provincia del Chaco, de un niño de 1 año y 10 meses, cuyos síntomas eran compatibles con dengue nuevamente pone de manifiesto la improvisación y las falsas desmentidas de ministros, que a un ritmo superador de cualquier velocidad científica, hacen declaraciones como las de Antonio Morante, de Chaco. El 26 de enero, exactamente un día después de la muerte del niño, descartó –en declaraciones a un diario local- que el pequeño estuviera desnutrido. Y habló de una “falla multiorgánica”, debido a otro cuadro que se está investigando y que no se vincula con ninguna enfermedad epidémica ni por desnutrición.
El ministro de salud de la Nación, en connivencia con sus pares de las provincias, es más osado aún. En visita oficial a Salta afirmó: “En Argentina no hemos tenido circulación viral, pero sí se han detectado casos de gente que estuvo en contacto con la enfermedad, personas que vienen de lugares donde hay circulación”. Es decir, los países limítrofes parecen ser, para la máxima autoridad sanitaria del país, la causa de nuestros males al tiempo que supervisaba, junto al gobernador Urtubey, tareas de fumigación en la frontera con Bolivia. Una contradicción en sí misma, ya que si son casos foráneos que ingresan al país, la circulación del virus está presente, para reiniciar el ciclo de contagio.
En enero, la Organización Mundial de la Salud (OMS), se encargó de difundir un informe en el que advierte que el dengue es la única enfermedad tropical que se ha expandido en la última década y su incidencia se multiplicó por 30 en los últimos 50 años.
El principal valor de uso que se debe producir por parte de quienes merodeamos por los pasillos de hospitales y unidades sanitarias es el de generar, promover salud, mediante un cuidadoso y responsable manejo de la información, sin ser generadores de pánico pero sin tapar el sol con la mano. Quienes están en las estructuras jerárquicas superiores de secretarías, ministerios, casas de gobernación y otros tantos palacios inertes, no solamente han demostrado ineptitud, impericia y corrupción que se derrama de las ventanas, sino también complicidad con quienes sostienen el andamio de la máxima ganancia. Esto, a expensas de la desaparición de almas anónimas que han cometido el error de ser incapaces de comprar repelentes. Y que, además, son los responsables de atesorar desechos que arrojan los que fueron seleccionados para habitar el otro lado de la raya del contrato social, cuyo trazado no es azaroso.
Sin embargo, la rayuela no ha pasado de moda, se sigue dibujando en el asfalto y compartiendo la piedrita que llegará hasta el cielo para tomarlo por asalto. Porque tanto en Argentina como en toda Latinoamérica se sigue resistiendo. Aunque se empeñen en ocultarlos persisten las asambleas contra las grandes multinacionales, las ciencias críticas generadoras de conocimiento -subestimadas por la arrogancia de las superpotencias hegemónicas- y los resabios de los movimientos sociales que resisten con el amor y la ternura de un sueño compartido. Todos son el embrión de un rabioso deseo, el de seguir jugando a la rayuela.
Edición: 2383
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