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Por Alfredo Grande
(APe).- En estos tiempos que corren, mientras la mayoría de las personas apenas camina, el resto se mantiene quieto e incluso retrocede, se habla de la virtualidad. Mientras se insiste en la necesidad de un lenguaje inclusivo, como si la realidad sólo se formateara con palabras, el lenguaje encubridor sigue gozando de muy buena salud. La realidad virtual se opone a la realidad material, de la misma forma que la alucinación se opone a la percepción. La virtualidad es una construcción artificial para la cual necesitamos una tecnología sofisticada que produce estímulos visuales, auditivos y táctiles a través de una programación especialmente diseñada. Las redes sociales, los medios audiovisuales, el ya prehistórico photoshop, logran una zona de incertidumbre entre virtualidad y realidad. ¿Es o se hace? Ambas cosas. Sólo importa el cristal con que se mira.
Esta mezcla permanente de lo virtual y de la realidad genera un estado de perplejidad y de confusión. Cuando ya no se puede diferenciar virtualidad de realidad, la alienación absoluta no podrá ser modificada. Lo que por ahora tenemos es el soporte digital de los vínculos. Eso que llamamos zoom, meet, y el menos convocado jitsi. Confundir lo virtual con lo digital es comenzar el camino de ida hacia el “mundo feliz” de la programación artificial de la vida.
En muchos formularios hay que marcar la casilla donde dice “no soy un robot” Lo curioso es que la pregunta la hace un robot. Lo deseante está construido no desde el placer en y de los cuerpos, sino desde el diseño de algoritmos. Se entroniza como mantra encubridor a los “nativos digitales”. Paridos por computadoras y smart phone. Teléfonos inteligentes para personas cada vez menos inteligentes.
Gabriel Plata señala que “Los millennials, aquella generación que engloba a las personas nacidas entre 1980 y 2003, es comúnmente calificada como perezosa, poco preparada y sin aspiraciones. Basta sólo hacer una búsqueda sencilla en Google para darse cuenta de los estereotipos con los que cargan: al escribir “los millennials el buscador autocompletará con “la peor generación”.
Google se encarga de que nadie resista al archivo. Archivo que obviamente armó Google. Los chimentos del barrio fueron reemplazos por Netflix. El buey solo bien se conecta. Los vínculos sociales han sido reemplazados por la conectividad. Por lo tanto, sugiero hablar de soporte digital y no de virtualidad. Es una forma de sostener alguna forma de humanidad resistente. Usamos los soportes digitales, pero no reemplazamos la realidad con ellos.
Toda virtualidad es en primer y última instancia, reaccionaria. Encubre, caricaturiza, deforma, maquilla. Los efectos especiales han desbordado el territorio del cine y se han instalado cómodamente en el salón de la alta política. Es una actualización del “lo veo y no lo creo” Y es un acierto, porque lo que se ve no es perceptual sino una alucinación. Pero no individual. Lo he denominado el alucinatorio político social. Cuidar es dos metros y un barbijo. Más de un millón de niñes empobrecidos no es descuidar.
El paradigma de la virtualidad naturalizada es la publicidad. Que ha vuelto a los niveles de distorsión y frivolidad pre pandemia. El consumismo es delirante y alucinatorio. Y mucho más cuando se lo santifica como promotor de la economía. Podremos discutir sobre el realismo socialista y sus desvíos expresionistas y grotescos. Pero sigo pensado que es el ser social el que determina la conciencia. Pero cuando ese ser social se construye virtualmente, entonces la conciencia es conciencia alienada.
No ser tan de derecha como un fascista no es lo mismo que ser de izquierda. Ser menos feo que un monstruo no te convierte en lindo. Tener una jubilación por encima de la mínima no te convierte en rico. Ser más papista que el papa no te convierte en papa. Ser demócrata no te convierte en democrático, aunque hayas derrotado a un energúmeno de derechas.
Pero el sueño de la virtualidad también construye monstruos. Si bien parece una consigna precaria, insisto en que podemos usar el soporte digital para seguir imponiendo la realidad real, no la artificial. Lo que algunos designan como “la territorialidad”. Las y los originarios lo saben y lo padecen. No es el mundo según Disney, sino el mundo según Benetton. La territorialidad no antagoniza al soporte digital, pero enfrenta a todas las formas de virtualidad.
Según Carlos Julio Díaz Lotero: “El crecimiento inteligente no es otra cosa que la llamada ‘economía digital’, que ha tenido un desarrollo importante en el marco de la pandemia del COVID 19, algo muy cercano a parte de la “economía naranja”. La directora del FMI afirma que es necesario reducir la brecha en tecnologías digitales existente en el mundo, y aun dentro de los países. No obstante, si bien estas tecnologías son necesarias y es urgente garantizar la conectividad digital de los países y sectores sociales más pobres, éstos seguirán en el atraso sino se hacen fuertes inversiones en el desarrollo de energías más densas, en líneas ferroviarias, carreteras, túneles, distritos de riego, y otras infraestructuras básicas necesarias para el desarrollo de la economía productiva como son, entre otros, los sectores agropecuario y manufacturero de alto valor agregado. El “crecimiento más justo” se reduce a la “expansión de programas sociales” para administrar la pobreza mediante subsidios miserables y políticas asistenciales.”
La ley de trabajo remoto se inscribe en esta lógica de la economía digital. En criollo básico: computadora o muerte. El 2021 nos encontrará conectados y dominados.
La grieta digital que tanto desvela a la presidenta del FMI, es un obstáculo para la dominación absoluta de la población mundial por una oligarquía computarizada, de plataformas y generadores de contenidos artificiales. Sumada al control total de tierras, aire y agua y al auge del extractivismo absoluto, la posmodernidad comienza a ser un recuerdo lejano.
Los terrores a la revolución socialista que alguna vez hizo temblar al gran capital, incluyendo a los que decían combatirlo, ha sido aplanado por la certeza del reseteo digital de la economía.
Todavía hay una humanidad que resiste y resistirá toda forma de virtualidad reaccionaria. Aunque como ya anticipara Henirk Ibsen en 1882, seremos considerados enemigos del pueblo.
Por eso, aunque sea autorreferencial, quiero compartir estas líneas: “Lo necesario ha sido capturado por el modo superyoico de producción de subjetividad. Lo que hace dos meses y medio, en mayo 2020, denominábamos: “la captura reaccionaria de la cuarentena”.
Intento, aunque pocas veces puedo lograrlo, no quedar capturado en las virtualidades reaccionarias de las arengas de los gerenciadores del Estado.
Edición: 4152
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