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Por Carlos del Frade
(APE).- Las bicicletas y las garrafas son los objetos que más se roban en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, dicen las estadísticas oficiales de cada uno de los estados. Bicicletas y garrafas tienen valores que, a simple vista, no resaltan. Pero todos ellos vinculados a la vida cotidiana.
Ahí en donde aparecen los efectos del saqueo histórico.
Un delito mayor y crónico que excede largamente al incesante robo de bicicletas y garrafas.
Las cifras del robo de bicicletas y garrafas aumentan en años electorales.
Y cuando se acercan los días fríos de otoño y se vislumbra el invierno, muchos tipos bancados por señores siempre alejados de los barrios en donde explotan las necesidades de la vida cotidiana de las mayorías, suelen ofrecer bicicletas y garrafas a cambio de ciertos favores.
Los años noventa fueron el territorio fértil para estas postales argentinas: robo de bicicletas y garrafas y promesas de ambas a cambio de obediencias varias.
La vida cotidiana de las mayorías argentinas tienen en las garrafas, en las bicicletas y en soportar los saqueos permanentes del sistema, tres de sus principales referencias.
Amor, muerte y poder alrededor de las garrafas y las bicicletas. Como dicen los grandes escritores de todos los tiempos. Lo humano resumido en tres fuerzas, amor, muerte y poder.
El problema es cuando el amor no puede contra tantas formas que adquieren la muerte y el poder que, lamentablemente, suelen ir muchas veces juntos.
Quizás esta historia hable de esto, de garrafas, amor, muerte y poder.
Fue en la provincia de Buenos Aires, en Pontevedra, en un barrio escaldado por el efecto del desprecio de las riquezas reunidas en pocas manos y corazones anoréxicos de sensibilidad y responsabilidad social.
Fue a mediados de marzo de 2005, cuando una mujer trabajadora doméstica decidió dejar a sus dos hijos encerrados con candado en su vivienda de madera y chapas mientras buscaba algunos pesos que los hicieran gambetear la mishiadura inventada por los socios del poder y la muerte desbocada.
Un cortocircuito en un cable y una garrafa.
Y dos nenes. Ella de cinco años y su hermanito de tres.
El fuego se multiplicó y ellos se abrazaron. En un gesto primario de defender la vida a través del amor. En un gesto que reconoce miles de años del terror humano frente a lo que no puede controlar. Se abrazaron y así los encontraron cuando los bomberos por fin entraron a lo que quedaba de la casilla cuarenta minutos después de haber atendido el desesperado llamado de los vecinos.
Abrazados. El amor desesperado frente al fuego, máscara de una de las tantas expresiones del desprecio del poder contra familias aferradas a lo poco que les dejan tener.
No pudieron los hermanitos de Pontevedra contra tanto desprecio acumulado, contra tanta siniestra combinación de la muerte y el poder.
El fuego ya estaba encendido desde hacía tiempo. Y el cable que entró en cortocircuito y la garrafa que explotó fueron cómplices involuntarios de saqueos anteriores.
La crónica dice que la desesperada búsqueda del abrazo como defensa ante las llamas encendidas por la muerte y el poder sucedió alrededor de las cinco de la tarde un día determinado.
Encubrimiento de la realidad.
La necesidad de la madre de los hermanitos, los cuarenta minutos de demora de los bomberos, una casilla de madera y latas y una garrafa en el centro de la vida familiar; muestran otra cronología que empezó hace mucho tiempo atrás.
En algún lugar del universo los hermanitos de Pontevedra seguirán su búsqueda de amor, ternura y juegos compartidos.
Ellos esperan que, alguna vez, las formas del amor les ganen a las mil máscaras de la muerte y el poder. Para que garrafas, bicicletas y cables no sean acusados de hechos que no produjeron.
Fuente de datos: Diario Crónica 16-03-05
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