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Por Alberto Morlachetti
(APe).- Los valores permanentes de una democracia son la libertad y la equidad. Cuando un Gobierno no se pregunta por lo humanamente necesario y genera una distribución asimétrica de la riqueza el modelo político se encuentra en decadencia y disolución. El parlamento es el corazón de la democracia. Cuando abandona sus fines y pierde su autoridad "la democracia se muere de mal cardíaco" escribía Mariátegui en 1925.
Los habitantes de las periferias resignan su rebelión en la tierra por un puntero de lentejas y su destino en el paraíso por una nube de leche en polvo. En esas cartografías comenzaron nuestros pibes a madurar su edad, donde sólo tuvieron el espacio indispensable para una mesa vacía. Esa precaria y desventurada mesa sin manteles donde la muerte va dejando, hora tras hora, sus migajas de mala levadura. Donde se vive a puro desperdicio, a puro dengue, a pura cloaca.
-I-
Jürgen Habermas sentiría las miradas de ojos sospechantes en los días por venir. En los años '70 alertaba sobre la creciente incapacidad de las economías capitalistas para sostener el Estado de Bienestar que generaría crisis de legitimidad política, económica y social. Cómo "obtener la lealtad de masas" con un modelo carente de sentido, mientras reptan con velocidad los días del miedo.
-II-
No se resuelve el hambre si no se abreva con imaginación enamorada en nuestra mejor memoria: Tosco, Walsh, Salamanca. Esa "dorada lejanía" que debemos inscribir en nuestro tiempo en una "fresca teología". No se resuelve la pesadilla de la historia, con acciones y palabras que liberen a la política de sus compromisos con la ética. Para ello se necesita tener voluntad propia, es decir, no estar sometido a una voluntad ajena como son las astucias del mercado. El gobierno intenta saciar el Hambre con humillantes caridades y la oposición -en su mayoría- en lugar de cantar Ni Un Pibe Menos, para que la vida intente inaugurar el nuevo rostro de la tierra, pide como consigna más seguridad y una mayor política criminal contra la revuelta. Un viejo estilo.
-III-
El escritor no puede ponerse al servicio de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la sufren decía Camus. Ni oficialistas ni opositores son inmortales y nunca alcanzarán la resurrección por la miseria que produjeron. Se convertirán en abono de la tierra, no sólo por el devenir del tiempo, sino por la absurda democracia que han construido.
Edición: 1483
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