Daiana

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Por Carlos del Frade

(APE).- Daiana, de solamente doce años, murió carbonizada como consecuencia de una vela encendida por su hermana en honor al Gauchito Gil. Así contaron los medios de comunicación.

 

Dicen los diarios que “la policía informó que el grave siniestro se desencadenó en los primeros minutos del día en una modesta vivienda de la calle Homero Manzi al 3.000, en la zona sur del conurbano”.

Remarcaban las informaciones que “según los investigadores, el siniestro lo habría originado la vela encendida que habría dejado la hermana de la víctima, junto a una estampita del gaucho correntino al que según la creencia popular se le adjudican actos milagrosos”, apuntaron las crónicas.

Las noticias agregaban que “vecinos de la casa, luego de apagar el fuego, auxiliaron a la nena, pero murió mientras era trasladada al hospital Allende, en Ingeniero Budge”.

Los relatos le sumaron al parte policial la leyenda del gaucho milagrero y llegaron a decir que esta vez no hubo milagro.

Pero la muerte de Daiana tiene poco que ver con la religiosidad popular.

Vivía en Villa Centenario, en Lomas de Zamora, en la región del Gran Buenos Aires, donde la pobreza creció en forma paralela a la concentración de riquezas en pocas manos.

Cuando las mayorías, las que buscan alguna ayuda para vivir venga de donde venga ese impulso, se quedaron sin trabajo, sin educación, sin futuro y sus casas iniciaron el inexorable camino del deterioro.

Daiana nació en pleno imperio del supuesto ingreso al primer mundo, donde el dólar era una realidad cotidiana y la impudicia de los saqueadores estaba en los gobiernos y las cámaras legislativas.

En 1994, mientras la nena nacía, el Estado nacional ya había perdido su rol histórico de manejar los ferrocarriles, el petróleo, el gas, la educación y la salud.

Se exiliaba de la vida cotidiana el recibo de sueldo y el trabajo estable y en blanco.

Consumismo, individualismo y primer mundo, eran las consignas.

Era la fiesta de los pocos sobre la pesadilla de los muchos.

En esos días de celebraciones privadas y privatizadas, nació Daiana en la región del conurbano bonaerense que ya venía recibiendo un millón de dólares diarios, entre otras cosas, para solucionar los problemas de infraestructura en las viviendas de las familias humildes.

Doce años después, queda poco de aquella Argentina de pizza y champán, queda poco de la Argentina que alguna vez exhibiera como documento de identidad histórico su consigna: “los únicos privilegiados son los niños”.

Por eso las familias como las de Daiana empezaron a creer en santos milagreros, en imágenes clandestinas, en ayudas que suelen ser condenadas en los altares oficiales, siempre tan cerca de los pilatos de turno que de los crucificados del sistema.

Daiana se murió quemada no porque el Gauchito Gil falló o se negó a escuchar los reclamos de su hermana.

La piba se fue a la pampa de arriba porque desde hace años nadie se fija como meta imprescindible mejorar las condiciones de habitabilidad de los que se amontonan en los caseríos del Gran Buenos Aires.

Cuando el Estado vuelva a cumplir con su rol a favor de los que son más, quizás ya no hagan faltan velas encendidas para un santo popular y chicas como Daiana tendrán la oportunidad de construir sus sueños.

Quizás...

Fuente de datos: Diarios Popular, Crónica e Infobae 26-04-06


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