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Por Silvana Melo
Fotos: Ronaldo Schemidt - AFP
(APe).- Nosotros vivimos en una bolsa de sufrimiento, dice Rosa Rodríguez, docente bilingüe wichí. Y mira con los niños de Carboncito a la gente vestida de astronauta en los hospitales de Europa, que asoma de las pantallas de los celulares. Ellos, que viven al aire libre, como ella lo define. En una intemperie armada por el agronegocio que les pasó la tala por los montes y los dejó desnudos para el hambre y las pestes del mundo. Les hablan de pandemia y de aislamiento. Ellos se mueren con la constancia de la gota que cae de la canilla. En Santa Victoria Este murió hace dos días el niño número quince, según cuenta a APe el doctor Rodolfo Franco, desde Misión Chaqueña. En las puertas de las comunidades ellos se acantonan para que no entre el virus. Es que tampoco hay árboles que lo atajen. Quieren cerrar los caminos. Pero entonces tampoco entrará el alimento. Y no hay dónde huir, como hacían los antepasados –recuerda Rosa- cuando vino la fiebre amarilla. “Escapaban de la enfermedad en el monte”. Y no los encontraba.
“Nosotros hablamos en la familia, con amigos, en la comunidad… para nosotros la palabra epidemia la tenemos instalada hace mucho tiempo, a nosotros nos mata el hambre, la falta de agua, de recursos económicos”, dice Rosa a esta agencia y su voz mantiene el sosiego provinciano. “Las personas tienen una enfermedad incurable y no tienen medicamentos, tienen cáncer y se mueren por eso; es la pobreza y la vulnerabilidad ante tantas situaciones, dentro o fuera de la comunidad”.
“Acá tenemos muchos otros peligros primero. Tenemos el peligro de la desnutrición, la anemia, la tuberculosis, que son más urgentes que el coronavirus. Más de todos los días. Al coronavirus lo vemos como algo lejano que puede ocurrir en Embarcación, a 50 km, que aún no se ha dado y esperemos no se dé. Porque en Embarcación también vive mucha población originaria, muchos wichís, muchos tobas y guaraníes y ojalá no llegue” y mira al cielo por las dudas el doctor Rodolfo Franco desde Misión Chaqueña. Pero tiene bien claro que “haría desastres si apareciera” en las comunidades.
“Eso del aislamiento que manda el gobierno para nosotros es sufrir más todavía –dice Rosa- pero la gente en su mayoría es consciente de que no tiene que salir porque ven en la tele que en otros países se están muriendo por esa enfermedad que es el coronavirus”. Entonces “el otro tema que se habla en Carboncito es que hay gente que viene de Orán a traer mercadería y allí se escuchó que hay casos ya”. Orán queda a 70 kilómetros de la comunidad. “Y hay gente que viene a vender. El temor es ése. Hay gente que está pensando en ir y cortar el acceso de vehículos a la comunidad. Y si el virus entra colado en ese vehículo y lo traen para acá…” Entonces “los que se van a morir son los más pobres” y Rosa recuerda a su abuelo relatándole las tragedias de la fiebre amarilla: “cuando había una epidemia la gente dejaba al que le agarraba y huía al monte para escapar de la enfermedad”. Pero ahora “ya no tenemos ni monte. Ya no tenemos refugio. Estamos expuestos al aire libre, no hay nada que nos proteja, no tenemos vivienda. Cuando está fresco el coronavirus viene con el viento y uno piensa se colgó de un árbol y se quedó ahí, pero ahora que no hay árboles, entonces se viene. Estamos asustados, sí, pero acá estamos. Nosotros estamos desarmados, inermes, es como en las películas, vienen con un arma y te apuntan y ahí estás, para recibir eso”.
Rodolfo Franco abona la figura de la intemperie con otros aderezos. “Vivimos al aire libre, en contacto con la naturaleza. Entonces resulta natural moverse en el pueblo. El aislamiento nuestro es no ir a la ciudad que tenemos a 50 km. Acá la gente vive aislada una de otra. La idea es no ir a los centros poblados más grandes”.
“Acá vivimos en casas en las que hay dos o tres piezas y hay dos o tres familias, amontonadas. Cómo se hace para que una persona ocupe una sola pieza si tienen que dormir todos los demás”, se pregunta el médico. Y describe Rosa: “No tenemos viviendas, no tenemos nada. No tenemos puerta, tenemos plásticos nada más”. Los agujeros “se tapan con chapas, quedan aberturas por donde entra el viento”. Y define: “Nosotros somos un punto blanco que se nota de lejos”.
Las comunidades están informadas. “Ven la tele, los noticieros, tienen celulares y están al tanto de todo lo que pasa”, dice Franco. “Los niños ven los videos de lo que está pasando en otros países y preguntan ¿eso es lo que va a venir acá?”, cuenta Rosa.
“No hay miedo aunque son respetuosos de la enfermedad. No van a pensar en ir a Embarcación si no es necesario o en salir de noche –relata el médico-. El grueso de la gente está en su casa. Había varias iglesias que hacían cultos de noche y dejaron de hacerlo cuando les dijeron que estaba prohibido”.
“Hay gente que viaja porque sus hijos necesitan el alimento, que les traigan algo para la fiebre, yo les digo que no salgan, les digo que yo aunque tuviera que tomar té 15 días no saldría porque estamos exponiendo la vida y la de nuestra familia. Porque se escuchó que en Orán había un caso y la gente viaja lo mismo. Y entran a las comunidades a vender y pueden traer el virus”. A Rosa le queda en claro que si no traen alimento no traen el virus pero les queda el hambre feroz instalado. “Tienen que traernos alimentos de la Municipalidad”, dice. “Por lo menos para dos semanas”. “Estamos pasando por momentos redifíciles. Hay gente que quiere cerrar los accesos, que no salga la gente a la ciudad y no entren tampoco. Nosotros estamos en una bolsa de sufrimiento”.
El doctor Franco coloca el número quince al chiquito de un año y seis meses que murió el martes en Santa Victoria Este. “Están muriendo en el norte por desnutrición y tuberculosis. Y el gobierno no se está fijando en eso. Todos ahora están con el coronavirus. Lo del hospital de Embarcación es patético. No atienden casi nada. Prácticamente está clausurado y están esperando que venga el primer caso de coronavirus que por ahí no viene. Ojalá que no venga”.
El médico lamenta que “han paralizado todo el sistema de salud para esperar los hipotéticos casos de coronavirus y no hay turno ni para el neurólogo, ni para el ginecólogo ni para el traumatólogo… atienden sólo al que se quebró o al que hay que operar y nada más”.
“Y mirá si esto se alarga… -dice Rosa desde Carboncito- la gente qué va a comer… sabemos que se viene el sufrimiento para los chicos, para los más ancianos. La única forma es ésa, no salir. Ojalá que haya personas de buen corazón que nos acerquen algo para que la gente pueda comer por lo menos una semana”.
Para ellos, que son el aire libre, donde no quedó un monte donde huir del mal. Que son la intemperie, donde no hay un árbol que detenga al virus. Para ellos, que son un punto blanco que se nota desde lejos.
Para ellos, que siguen resistiendo al hambre, al agua mala, a las pestes y a todas las caras de la muerte.
Edición: 3965
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