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(APe).- En el barrio Independencia de Tucumán -un lugar que no escapa al orden violento de nuestra sociedad- esta tierra cada vez más fragmentada por odios y rivalidades, esta oscura patria de los huérfanos, un niño de doce años, fue acusado de “agredir y amenazar con una trincheta a sus compañeros” en la escuela Pantaleón Fernández. Los padres de los demás alumnos -con insistencia de acero- piden que sea expulsado, sin considerar que es sólo un niño que parece nacido de aquella página arrebatada al libro de los horizontes.
Los padres se niegan abrir sus párpados, sin ver que sobre los bancos del aula el niño de torpes caligrafías sueña y ama. Piden “seguridad” e intentan una violencia mayor que es expulsarlo de la escuela invocando la historia del pibe. “Los antecedentes del chico son de cuidado” dice el cronista. Sin embargo, su historia está hecha sólo de cuentos fragmentados por la pobreza: “Según autoridades de la Seccional Novena, tiene tres hermanos de 18, 15 y 8 años” y su hermano mayor huyó de su casa, aspira pegamento y tiene antecedentes de robo. Es fácil reconocer, entonces, que tanto el pequeño “agresor”, como todos sus hermanos, son niños que crecen al amparo de sus pájaros indomables y que cantan por la comida en medio de los basurales.
Claudia Alejandra Barrera, madre de un niño de quinto año, pidió que le den seguridad a la escuela. Sabemos que no van a expulsar al agresor y “nosotros vamos a tener que vivir con el Jesús en la boca", dijo.
Mientras los padres reclaman “seguridad para sus hijos” y las autoridades de la Escuela dicen estar trabajando “para la protección de todos, incluyendo al niño acusado”, desde un cielo impasible, cada vez más cercano y más compacto, llueve ceniza sobre estos niños tan criminalizados como indefensos, que carecen de un ángel de la guarda que les dé sosiego con la mirada y que les mate los miedos con su claridad.
Fuente de datos: Diario El Siglo Web - Tucumán 07-10-04
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