Crónicas del norte santafesino

|

Por Carlos Del Frade

(APe).- Los colectivos que van o vienen del norte profundo de la provincia de Santa Fe suelen tener demoras de cuarenta minutos como mínimo. De Reconquista a Intiyaco, el arroyo Malabrigo presenta, en un amanecer de invierno, una belleza notable, porque la curva habilita la visión del viajero a palmeras y nidos de loros verdes que mezclados al curso serpenteante del agua y al verde de otras plantas, tachonadas de flores de lapacho y otras rojas y amarillas, presentan un cuadro digno de ser disfrutado.

Un paisaje que no suele aparecer en las revistas que venden turismo.

Dicen que los pibes de Reconquista ya están consumiendo dosis de ácido lisérgico, que los puentes no son reparados con buena madera sino con el quebracho blanco, una variedad mala del viejo oro rojo como se llamaba al objeto del deseo de La Forestal. Esos arreglos pagados con dinero estatal se parecen mucho a una estafa. El maestro tucumano que ahora vive en esa parte de la geografía santafesina que por puro empecinamiento de sus habitantes siguen llamándose cuña boscosa, sueña con abrir escuelas de formación política para que las chicas y los chicos participen y sientan de verdad que están viviendo en una democracia.

-Hay falta de amor, eso dicen los chicos. Sienten una gran soledad. Hablando con los padres ellos mismos confiesan que hace rato que no abrazan a sus hijos, que no les dicen que los quieren…-afirma el profesor Galván.

“Somos lo que alguna vez soñamos”, dicen la presentadora de la Octava Feria del Libro de Intiyaco, palabra que quiere decir aguada del sol. Las chicas y los chicos de distintas escuelas que pueblan los montes cercanos le dan vida a esta fiesta que se hace en los viejos galpones donde por años descansaban los obreros del ferrocarril que ya no está.

Una de las escuelas preparó un stand en el que ofrecen exquisiteces hechas por ellos, mientras se presentan como cocineros de blanco y gorros altos. A su lado, en otro espacio, un grupo de muchachos ofrece frutillas y de fondo, cubos desarmables muestran una briosa locomotora que revela la necesidad del regreso del tren.

-Dos grandes problemas en esta zona, la promiscuidad y la tierra – dice una asistente social.

En el quinto año de la escuela de Los Amores, este año terminarán once estudiantes de los cuarenta y cuatro que arrancaron la secundaria. ¿Qué pasó con las tres cuartas partes de las chicas y los chicos que soñaron con el título del nivel medio? No hay respuestas oficiales.

Lo real es la ausencia.

Allí, en la fenomenal geografía del departamento Vera, el más grande de la provincia de Santa Fe, una vez más las voces de maestras y profesores recuerdan que hay chicos que son obligados a trabajar con el agua hasta la cintura para atrapar las morenas, unos peces que servirán de carnada para los pescadores extranjeros que llegan a la zona. Pibes que ganan, con suerte, 30 pesos por día. Y que otros muchachos, para esos turistas, generalmente llegados de Francia, son usados como perros: les hacen encontrar las aves y los patos que matan sin límite en la zona de los Bajos Submeridionales.

La mayoría de las chicas y los chicos quieren ser policías.

-La escuela sigue siendo el primer y último lugar de esperanza – dice el gran educador Javier Barbona, empecinado militante de la esperanza desde ese espacio de socialización, integración y creatividad que se llama La Quinta, donde las puertas, las paredes y los muebles están hechos para jugar, leer y recrearse, donde la cocina sirve para hacer tortas fritas y pastafrolas al rito de conjuros que deben inventar los pbes que llegan allí, lo que supuestamente no tienen posibilidad alguna y que, allí, en ese punto perdido de la ciudad de Vera, demuestran que son capaces de construir para y por los demiás.

En La Quinta, un maestro panadero sueña con una educación sin muros, ni libretas, a pura creatividad, arte y canciones. Arma panes y tapitas de alfajores para vender y con ese dinero mantener el lugar que demuestra la mediocridad de la burocracia, ese atroz mecanismo que se devora a los mejores intentos educativos tanto en los establecimientos públicos como en los privados.

-Un chico soñaba con trabajar en el circo. Le dijeron que tenía que criar chanchos… eso fue el llamado proyecto “Raíces” – cuenta uno de los educadores para ejemplificar que no son muchos los que escuchan de verdad a los pibes.

Familias a las que les cuesta tener agua potable y que el gobierno provincial quiso ayudar dándoles tres chivos. El problema fue mayor. Faltaba agua para los seres humanos y ahora también para esos animales. No se escucha, repiten los educadores populares y tienen razón cuando cuentan estos ejemplos de increíble distancia entre los funcionarios y la realidad existencial de muchos.

El abuso infantil, la violencia de género están presentes en la vida cotidiana de los habitantes del norte profundo. Pero lo peor está en la justicia provincial que siempre ponen en dudas a las víctimas. Y hay casos de secretarios de juzgados procesados por violar reiteradamente a sus hijas y que, después de muchos intentos, terminan presos.

Las pibas y los pibes, a pesar de tanto dolor, resisten y avisan que ya no bancan tantas mentiras. Algunos, muy pocos, los escuchan…

Fuentes: Entrevistas del autor de esta nota entre los días miércoles y jueves, 9 y 10 de septiembre de 2015 en Reconquista, Intiyaco, Fortín Olmos y Vera.

Edición: 3003

 


Suscribite

Suscribite al boletín semanal de la Agencia.

Sobre la fundación

Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.

Sobre la agencia

Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte