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Por Asociación Civil Crecer Juntos (*)
(APe).- La escena del crimen está custodiada. “Por algo se ahorcó” dice Manuel con su rápida descripción del hecho que a fuerza de abrazos va buscando desnaturalizar; “hay que ser macho para decidirse” dice otro ayudando a buscar las hipótesis claras, “le pasaba algo groso… seguro” insisten hasta que alguno dispara su certeza… “O no le pasaba nada” siguen llegando las voces del barrio y con ellas rumores de ranchadas que desde todos lados van haciendo sentir en el silencio de sus miradas la fuerza del changuito, Rodrigo su nombre, que acaba de dejar su último alarido pidiendo vida, en el rincón del barrio.
Hijo del desamparo de una casa de laburantes, de padres buscadores en medio de la batalla que se instala, desigual batalla, entre los que pechan la vida y buscan abrazos y el monstruo del desamparo con el rostro de narcoeconomía que azota los barrios, 15 años de patear y de buscar abrazos de esos que se hacen política de esperanza, de esos abrazos que desnudan a los ladrones de primaveras disfrazados de revolucionarios mientras se nos mueren niños “acabaditos de nacer” en una sociedad que no acaba de darse cuenta de que “estos niños hermosos nacen a la muerte aunque ya todos sepamos que la infancia es el principal recurso natural no renovable de nuestro país, ya que la mayoría de las capacidades humanas quedan -de alguna manera- determinadas durante los primeros años de vida cuando los niños están haciendo ahora mismo sus huesos, criando su sangre y ensayando sus sentidos.”
La escena del crimen, mutado en suicidio, da cuenta de los roles y funciones asignados y naturalizados en los territorios del pobrerío, la policía acordonando y cuidando de que no se contamine dicha escena, que quede claro que fue suicidio… circulen por favor. Mientras la ambulancia llega como la mano del estado para certificar: hora de la muerte… causa muerte por asfixia, aparente suicidio… firma y sello y se da por concluida la pericia… a otra cosa. Mientras tanto el rumor de las ranchadas raleadas alrededor de la casa de Rodrigo deja escapar, cada tanto, algún alivio en la palabra que enuncia la angustia del desamparo rumiado “es la droga culiada” dice el Flaco como pidiendo caricia aunque sea en la mirada. “Que cagada” dice otro cuidándose de no echarle mano en la culpa al niño que comienza a ser llorado por su familia en la habitación.
Es la droga… su venta, su tránsito, su comercialización que hace en los consumidores los perfectos contribuyentes de este impuesto a la pobreza, contribuyentes que nunca entran en mora para alegría de tanto malparido y de tanta malparida que hace del comercio de la vida (y de la muerte) el caldo donde se puede proyectar y sostenerse por un tiempo más.
El impuesto de los niños, de las niñas, de los adolescentes y jóvenes que se paga en el circuito de la narcoeconomía termina siendo el costo de muchos para poder sostenerse y ser incluidos y pertenecer en sociedades que hicieron de la exclusión la forma privilegiada para ejecutar crímenes durante décadas entre nosotros.
Salir de la escena del crimen masticando bronca mientras el dolor nos estrangula las tripas parece una forma de sostener la resistencia para aquellas y aquellos que nos negamos a naturalizar la muerte como compañera de aquellos y de aquellas que están en el punto de potenciar la vida de nuestros barrios. Patear los barrios abrazando, placer que hay muchos que se pierden, hasta donde nos alcanzan los brazos para sostener en la esperanza junto a los compañeritos y compañeritas que están dispuestos a hacer de la indignación el combustible para pelear todos los días en estos contextos tan jodidos.
Hoy, para la crónica, un niño fue asesinado, selectivamente victimizado, sus autores seguramente seguirán en su curso de hacer del dolor de muchos su fuente de riqueza, de poder… de placer. Para la otra crónica, la crónica de la esperanza, se sigue fortaleciendo la idea de que “nuestros pibes vencerán porque son el golpe temible de un corazón no resuelto: con ternura y airosos como alas”. Renegando del rol de contar los caídos, y fortaleciéndonos en el proyecto de tejer la vida en los barrios sabemos hoy más que nunca que: con ternura venceremos.
(*) San Miguel de Tucumán, 13 de Agosto de 2014
Edición: 2756
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