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Por Carlos del Frade
(APE).- El amor se obstina en enfrentar a la muerte y al poder y es así como la vida sigue a pesar de las innumerables multiplicaciones de las amenazas y la renovación de las condenas contra los pueblos originales.
En el sur del mundo, base del desarrollo de lo que fue después la omnipotente y orgullosa Europa, gracias a la explotación de los recursos naturales y los humanos, los aborígenes, como los llaman las publicaciones eruditas, son los que siguen cargando con la cruz impuesta desde hace centenares de años.
Una renovada condena contra los que se resisten a perder su identidad, a pesar de haber soportado el robo de la tierra, las riquezas y las vidas de sus abuelas y abuelos.
El sistema, sangre y dinero, muerte y poder, no puede perdonar semejante resistencia. Tamaña y tozuda dignidad ante la decisión de los imperios de ayer y hoy, siempre casados con intereses locales serviciales con ellos y traidores con los propios.
Desde los tiempos de la conquista se sabe que los venidos del otro lado del mar usaron mantas infectadas para promover enfermedades, al mismo tiempo que varios virus también fueron tolerados para desaparecer cualquier forma de lucha contra los invasores.
Son postales de crónicas lejanas, podrá decirse.
Citas que solamente buscan revanchas imposibles o que están cargadas de rencor, opinarían los aduladores del olvido, esa forma de complicidad.
No son palabras que describen el pasado, sino el presente.
Los indígenas, sostiene la revista médica “The Lancet”, suman entre 45 y 48 millones en la región de América latina y el Caribe.
Allí se afirma que "lamentablemente, los indicadores de salud para la mayoría de la población indígena están ubicados muy por debajo de los indicadores correspondientes a poblaciones blancas y no indígenas".
En el caso de la Argentina, por ejemplo, se destaca lo que sucede en Misiones, aquella provincia que alguna vez vio gestar la construcción colectiva de las sociedades pensadas por aquellos intelectuales políticos perseguidos de Europa, los jesuitas, y los pueblos que buscaban la Tierra Sin Mal, los guaraníes.
En esa tierra roja, roja por el material ferroso y roja por la sangre derramada, la condena se hace perpetua para los descendientes de los pueblos originarios.
El dato sostiene que “el 57 por ciento de los niños guaraníes con menos de 5 años muestra desnutrición, y el 43 por ciento sufre desnutrición crónica".
Agrega el informa que "un país como Argentina, con 361 mil indígenas, tiene más población originaria que Brasil, con sus 332 mil individuos”, sin embargo "buena parte de la sociedad urbana, mayoritariamente descendiente de inmigrantes europeos, apenas percibe la dura realidad indígena".
Reflejo de un sistema comunicacional que no se esfuerza por germinar conciencias.
La confirmación de la continuidad de una sistemática política de despojo contra los que se obstinan en defender lo que son, lo que quieren, lo que sueñan.
Y esas tres formas del amor -la identidad, el deseo y el proyecto- son enemigas de los imperios que se forjaron a través de la explotación contra los verdaderos dueños de estas tierras.
Por eso la continuidad de la condena.
Fuentes de datos: Diario La Voz del Interior - Córdoba 21-06-06 / Revista The Lancet (versión digital)
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