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Por Facundo Barrionuevo
(APe).- Hay un “nicho” cada vez más popular que año a año se va extendiendo en las culturas juveniles contemporáneas que es imposible de ignorar. El freestyle del rap es una de las más apasionantes y creativas artes que despliegan nuestros pibes y pibas en cualquier lugar de sus pueblos y ciudades. No hay ya rincón de una escuela, de una plaza, de un instituto cerrado, de un centro barrial, el paseo de cualquier costanera o un skatepark que no haya sido testigo de una batalla de freestyle.
Llama la atención a cualquier distraído la juntada en movimiento a mano levantada y gritos donde se enfrentan los pibes a pura palabra y rima. Una base pegadiza que puede salir de un gran equipo de audio, un parlante, un celular o directamente de la garganta poderosa de alguno que ofrezca un rato de beat box. El desconocedor que mira de afuera, puede creer que todo eso termina a las piñas por el nivel de provocación o difamaciones personales que se lanzan según la ocasión. Pero no, un choque de manos y puños, un pecho con pecho de respeto y reconocimiento al oponente y los aplausos que cierran el desafío. Y siguen otros... Es una hermandad, una familia, o como se dice en el ambiente: la crew. Los pibes viajan, se encuentran, practican, se desafían y compiten en certamenes de cabotaje o internacionales donde desde ya hace muchos años algunas grandes empresas (las de energizantes por ejemplo) ponen el ojo a la publicidad y los negocios. Es que incluso con lo que surge en los márgenes, el capitalismo busca la manera de hacer dinero. Sin embargo, los pibes no dejan su escencia y los temas del rap siguen siendo la crítica al sistema, el desprecio a las apariencias del poder, historias cotidianas de dolor, la denuncia de las injusticias vividas por los jovenes y los sectores empobrecidos.
No voy a hacer lo que quieran que cante, jamás./ Tengo cosas que hablar más importantes que el rap / que suba al escenario a hacerme millonario?/ soy todo lo contrario, me tendrán que esperar./ El rap de este lado te hace llegar / cosas que en las noticias no te vas a enterar (Sony)
A principio de septiembre, en la primer audiencia pública que iniciaba el proceso de elección del Defensor del Niño, cargo adeduado desde la sanción de la ley de protección integral de derechos niños, niñas y adolescentes (26.061), los exponentes máximos del género en Argentina presentaron el tema “No mires a otro lado”. “No es oro pero brilla / La sangre derramada de lo pibes de la villa / Con un estado que defiende al que gatilla / Y nadie se pone en los pies del que no tiene zapatilla”.
Esta actividad con la música, al pibe o piba que rapea (porque también la cultura del freestyle viene laburando la cuestión de género), lo nutre con una capacidad para sobreponerse a situaciones adversas, vencer la vergüenza, resolver situaciones complejas, profundizar en el sentido del lenguaje, decir su pensamiento, expresar lo cotidiano, desarrollar poesía. Son los herederos de los payadores de nuestra pampa que también cantaban penas y amores. De algún modo, guardan la tradición del trovador y del juglar medieval que venía cargado de historias para contarlas con belleza y picardía.
Ya no es raro escucharlos improvisar o cantar canciones en un acto de escuela, en una reunión familiar, una movilización o un bondi. Estos maestros de la lírica urbana esculpen la realidad con palabras y rimas consonantes jugando con los ritmos y los compases de 6x8 y 3x4. Los pulsos de las bases rítmicas ponen a todo el mundo a cabecear a coro, en un autismo colectivo que sólo se interrumpe por el grito que festeja alguna genialidad en una rima con buen sentido que cierra una estrofa.
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En los últimos dos años las competencias en plazas en Capital Federal y Gran Buenos Aires vieron un fenómeno de explosión. El Quinto Escalón, la gran competencia del Parque Rivadavia que se realiza domingo por medio, llegó a tener hasta 300 inscriptos y más de 3 mil espectadores.
El 3 de diciembre de este año en la más famosa batalla internacional de habla hispana que se realizó en México, fue subcampeón el argentino Valentín Oliva, conocido en el under como WOS. Valentín se hizo camino con 19 años, en medio de una generación de raperos ya consagrados, y se plantea instalar nuevas lógicas en el discurso de ese medio. En varias entrevistas dadas para portales nacionales y alternativos hizo mención a la necesidad de correrse de la lógica de humillación del oponente y el machismo imperante en el freestyle para dar paso con más vigor todavía a la participación de las chicas y el desafío de crear métricas de nuevo tipo. La nota la dio cuando el 29 de agosto en la final nacional en el Luna Park, transmitida en vivo por la web, con la increíble cifra de 2 millones de visualizaciones, se despidió pidiendo por Santiago Maldonado y reclamando por los despidos de trabajadores bajo el gobierno de Macri: “A mi hermano lo echaron del trabajo este año; a otros parientes también les pasó. El rap nació de la protesta social y siento que es necesario que se hable, que no nos callemos cosas como lo de Santiago Maldonado, porque la única forma de que no pasen más es no olvidarnos ni callarnos. Y si yo, que soy un pibe joven y que tengo un gran alcance (sobre todo en ese momento), no hablo de estas cosas, no sé quién lo va a hacer”, declaró WOS para la Rollingstone.
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En el idioma hebreo, el “dabar” es la palabra o verbo que aparte de nombrar algo también ejecuta una realidad. Existe en la cultura semita un lugar sagrado dado a la palabra. La palabra es acción; 'la palabra se hizo carne', dice el Evangelio de San Juan. En 1962, John Austin, publica “Cómo hacer cosas con palabras”, un clásico de la moderna teoría de los actos de habla. En ella postula el carácter performativo de los enunciados, es decir, la capacidad de realización del acto discursivo, su poder transformador de la realidad. Desde la psicología, es conocido el lugar que da Lacan al discurso. La palabra también constituye y transforma al que la pronuncia.
Los berretines de la cárcel y la villa también van al hip-hop como lunfardo de resistencia y diferenciación social de las subculturas juveniles que miran el mundo con sentido crítico y extrañados de las maneras de vinculación y existencia hegemónicas. Las rondas de freestyle tienen la potencia de conformar nuevos foros de participación, ágoras de nuevas ciudadanías que no están exentas de repetir las lógicas de la dominación. Son reflejos de los habitares juveniles que ensayan, en el medio de las contradicciones, nuevos modos de existencia.
Edición: 3508
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