La vida de los pibes en el conurbano

Cometierra y la tragedia por la que nadie se escandaliza

La hipocresía de los violentos que condenan a la infancia y a la adolescencia empobrecida y sin rumbo. Lo soez de un discurso oficial que se condena en una línea de un libro que desnuda la marginalidad y el hambre. Pero eso no los escandaliza.
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Por Claudia Rafael

(APe).- El pibe la miró con bronca y le dijo ¿Por qué mataste al perro?.  Estaban en el salón del secundario al que Dolores Reyes había ido a presentar el hoy tan vapuleado Cometierra. No se detuvo (el pibe) en las escenas supuestamente pornográficas –de las que hoy se vanaglorian los censores libertarios- sino en el perro atropellado por un tren en eseconurbano profundoque describe a la perfección en el libro. Reyes suele decir que “la lengua de la bronca y del dolor de los pibes por las violencias que reciben es la que habla en la voz de Cometierra”. Personaje que logra entrever con sus visiones el destino de las pibas victimizadas por femicidas mientras traga tierra que hayan pisado. No es casual que dedique el libro a la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos.

Pero qué palabras, qué realidades, qué libros, qué vínculos, qué desigualdades escandalizan hoy. El debate más bizarro de los tiempos se centra en un par de párrafos dentro de un libro de apenas 130 páginas con dos o tres palabras que conforman parte del idioma cotidiano de pibes y adultos. Y es la hipocresía forzada por los acólitos del poder político la que los muestra ofendidos por el lenguaje. Es decir, permiten los hechos pero se tientan con prohibir las palabras que los enuncian.

El resto del libro (habría que restar 131 menos 1 ó 2, quizás) da cuenta de lo que no se prohíbe.

Los datos actuales del Indec evidencian un aumento de casi 13 puntos en los índices de pobreza en el último año. Y la indigencia directamente se duplicó en el mismo período. Unos 25 millones de habitantes son pobres (seis millones más que en el mismo período de 2023) y, casi 9 millones son indigentes. Cometierra describe con maestría las consecuencias de esos números en las vidas cotidianas de quienes patean a diario villas y asentamientos. A quienes se les nubla la vista porque la ausencia y el dolor son los protagonistas de sus vidas plagadas de carencias. Porque son los daños colaterales de una desigualdad pergeñada por los productores de las cadenas de violencia y de sometimiento.

Los empobrecidos de hoy deambulan sus días en lo que hace una veintena de años Alberto Morlachetti llamó “cárceles a cielo abierto”. Fue exactamente el 9 de noviembre de 2024 cuando escribió junto a Miguel Semán que “ante la imposibilidad física de aplicar la prisión indefinida, las sociedades “evolucionadas” se han cerrado sobre sí mismas, provocando en su repliegue la automática expulsión de los indeseables (…) La forma más novedosa y sutil de la prisión es esta condena a permanecer a la intemperie del mundo, del otro lado del espejo, en un calabozo de castigo cuyas paredes lindan con la nada”.

Ninguno de quienes hoy piden hoguera para los libros y para quienes los enseñen, se escandaliza sin embargo, por las vidas en los márgenes tan bien retratadas por una escritora que, claramente, conoce al dedillo esa realidad. Ni les molesta mínimamente la penuria extendida y la existencia castigada de los personajes. Sí los enervan las palabras utilizadas –las mismas que dicen a diario los pibes que leerán el libro- en la descripción de una relación sexual.

La escuela debe ser ese espacio colectivo para pensar y para transformar las vidas. No es precisamente la lectura la que promueve las desigualdades que pueblan las páginas de Cometierra. No es exactamente la lectura de Cometierra la que provoca la existencia de sometimientos, de abusos, de desigualdades, de pesadumbre, de desprecio, de sufrimiento en las y los adolescentes que podrán acceder a esa literatura dentro del aula.

Sin embargo, Cometierra es ficción y la ficción abre las puertas a un mundo mágico, a pesar de la dureza de esta historia en particular (una ficción que seguramente no leyó ninguno de los portadores de esa hipocresía pacata que se ensaña con los libros). Moldea identidades. Propone herramientas para soñar y para transformar. Multiplica las palabras.

El gran desafío es el de torcer destinos para transformar realidades. A contramano de quienes, con un par de gritos hipócritas, buscan hoy montar hechos políticos. Y también a contramano de los hacedores históricos de esas realidades que Dolores Reyes pincela en las vidas conurbanas de Miseria, de Walter, de las pibas y los pibes de la esquina y las callecitas oscuras.

La escuela no merece ser un paradigma estático por el que pasen las pibas y los pibes sin ser tocados por la varita mágica de la mirada crítica, del pensamiento desafiante, de la rebeldía. Y los libros pueden encender la mecha.


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