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Una sociedad desigual termina concibiendo como desechos a quienes viven de la recolección de la basura. Mañana la Legislatura porteña tratará un proyecto para multar a quienes revuelvan los contenedores. En Bariloche, el municipio advierte por personas que duermen en containers. Una realidad extendida a otras ciudades del país.
Por Claudia Rafael
(APe).- Uno de los autores del libro Ahora, Alfonsín respondía ayer en una entrevista radial que los actos de campaña de quien sería el primer presidente de los últimos 40 años de democracia se hacían tarde, por la noche. Y explicaba que, sencillamente, tenía que ver con el contexto histórico. Todavía en aquellos días el trabajo marcaba la organización cotidiana de vida. Y, por lo tanto, había que hacerlos fuera de ese horario. Cuatro décadas más tarde –una nimiedad, en la historia de los pueblos- el empleo es un bien sacrificado. Los planes sociales llegaron, no como necesario sostén temporal hasta la reconstrucción del trabajo, sino para quedarse.
En este nuevo esquema de sociedad el empleo formal es una quimera y son demasiadas las familias que, cuando no hay siquiera una changa en los horizontes, sobreviven el día a día con los desechos de los que otra parte de la sociedad se desprende. Y en esta suerte de vida distópica que no parece ver ninguna luz al otro lado del túnel, Clara Muzzio, futura vice jefa de gobierno porteño y actual ministra de Espacio Público e Higiene Urbana, presentó un proyecto para modificar el Régimen de Faltas de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Este jueves 2 de noviembre, la Legislatura discutirá cómo castigar a quienes revuelvan en “los contenedores o puntos de disposición de residuos sólidos urbanos” con multas de 101.262 pesos. Y que podrían superar el millón si se trata de una infracción cometida por “una persona jurídica”. Es decir, por ejemplo, por las organizaciones de recicladores urbanos. Unos y otros, además, sufrirán el decomiso de lo recolectado.
Cada vez es más potente el recorte político y económico de las dignidades. Como si la mera multa talase de raíz las desprolijidades que producen quienes desde los márgenes ejercen la simple supervivencia. Hace menos de una semana, el gobierno municipal de Bariloche alertó sobre la existencia de personas que duermen en contenedores de basura. Y pidió a la ciudadanía que denuncien ese tipo de situaciones para evitar –declaró la vicejefa de Gabinete Gabriela Rosemberg- “nuevos accidentes”. Y la memoria de quienes habitan la ciudad turística recuerda a aquel hombre de 62 años que para pelearle al frío y a la extrema indigencia se echó a dormir en un container y murió compactado por el camión recolector. A escasos 200 metros del Centro Cívico.
Las vidas en los márgenes no son incompatibles con la riqueza y la desigualdad extrema. Esa misma ciudad es capaz de alojar a decenas de miles de personas que pagan cifras exorbitantes para disfrutar de la nieve, del chocolate y de la montaña. Hace tan solo dos meses, Edith –referente de una organización social de Bariloche- decía a esta agencia de noticias que “no es lo mismo ver esa nevada desde el lado empresarial turístico que desde la pobreza, con frío y hambre que es mucho más cruda en el sur”. Y analizaba que “la riqueza es mucha y está muy mal distribuida; habría que pensar por qué tenemos a tantos jóvenes y adolescentes que consumen”.
La sucesión de historias escandaliza por el instante atroz en que un cuerpo humano es comprimido por la maquinaria que recoge los residuos callejeros. Pero sigue sin escandalizar la crónica previa. Aquella del pacto social que permite esas inequidades tan hondas.
¿Qué se modificó en la vida de aquel pibe de 16 que, cinco años atrás, fue arrollado por un camión recolector de residuos en El Volcadero, Paraná? Su casa era cercana al basural pero él dormía entre los despojos, rodeado de cartones y basura orgánica, olores nauseabundos y ratas, para llegar primero que otros al supermercado de los restos del consumo. No murió. Pero se le quebró la pelvis y su vida y la de su familia siguen ancladas en la misma fatal miseria.
Hace exactamente un año, una fiscalía en lo Penal de Rosario retuvo por algunas horas a dos trabajadores de la empresa recolectora de residuos porque, al levantar uno de los contenedores, había un hombre durmiendo adentro al que sólo el azar impidió morir. El gremio convocó a un paro en protesta y, además, argumentó que era cada vez más la cantidad de personas que dormían en los containers. Bariloche y Rosario ofrecen dos pinceladas de historias similares. El ancho y largo país de la opulencia de cereales, minerales e hidrocarburos confunde a seres a los que se concibe como prescindibles con aquello que desecha. Les otorga el mismo fatal destino. A los prescindibles se los puede matar sin cometer homicidio, al decir de Agamben. En tiempo presente, es la creación de una vida que es abandonada por la ley no escrita de la desigual distribución de la riqueza. En definitiva, una vida necesaria para seguir manteniendo el tenso equilibrio de la inequidad.
El poder político de la ciudad patagónica pide a los vecinos que estén alertas. El poder judicial rosarino aprehende a los trabajadores. La futura vice jefa porteña reclama multas.
Meros efectos de una historia mucho más dramática y profunda. La de una sociedad rota a pedazos. Con una humanidad dividida entre quienes consumen con exuberancia y quienes sobreviven a duras penas, malamente. Donde las leyes, la Constitución, las declaraciones nacionales e internacionales proclaman una sucesión de escritos que amparan a los seres humanos de todos los males del mundo pero con la perversidad de un pacto que les niega todos y cada uno de esos amparos en la vida cotidiana. Que les va diseminando las miguitas en el camino, como en el cuento de Hansel y Gretel, que serán devoradas por otros y los irá dejando hundidos en el desamparo.
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