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Por Silvana Melo
(APe).- Son cinco millones de niños. Desparramados en comunidades wichi, en barriadas populares de Varela, José C. Paz, Inflamable, en los fondos de los burdeles de Comodoro Rivadavia o Añelo. Son poco menos de dos poblaciones de capital. Un Uruguay y medio. Seis canchas de River atestadas. Diseminados en patas y con catarros duros bajo las autopistas de la CABA, en la resistencia qom, limpiando vidrios en puntas de pie en los semáforos, comiendo hidratos de carbono sin nutrientes, panzones o flacos, las mordazas al hambre crean unos y otros. Son cinco millones de niños. Una Córdoba y media. Diez veces, doce veces el recital del Indio en Olavarría. Son un ejército. La infantería de un sistema que los alinea en situación de eliminación y los pone al frente de la batalla para que caigan como moscas.
El imperio mediático que lleva violentamente del cuello a la discusión masiva, ha determinado que cinco millones de niños sumidos en la pobreza no paga en los debates. Los temporales diarios que suelen sacudir al país (generalmente reducido a capital y parte de la provincia de Buenos Aires) abandonaron al borde del camino al millón y medio de pobres flamantes que el nuevo gobierno aportó a una sociedad lastimada por una herida que la atraviesa: una brutal desigualdad, sazonada con el desprecio al otro que aumenta proporcionalmente con la inflación de la población en descarte. Decía Marcelo Figueras que uno de los cambios rotundos desde el concierto ricotero en Tandil al de Olavarría era un sombrío ambiente de marginalidad que aumentó exponencialmente de un territorio al otro en un año. Muchas de esas sombras hundidas en esa marginalidad novedosa según Figueras, son padres y madres de los 500 mil niños nuevos que el cambio deslizó, imparable, por el tobogán de la pobreza y la indigencia.
En el medio, como un destaque en amarillo, la desmesura y el descaro en el manejo de las cifras. En las acuarelas con que se intenta disfrazar la tragedia. En el cálculo del qué, cuándo y cómo en la construcción de porcentajes. Si en 2007 el kirchnerismo destruyó la confianza en el sistema estadístico y sumió al país en la incertidumbre de los índices de pobreza, inflación, empleo, etc, las consultoras privadas aprovecharon para crear sus propios índices, inflados o adelgazados según el interés al que alimentaran.
Antes, aquellos discutieron al Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica. Pero era la única cifra que quedaba en pie después de la demolición del estado confiable. Ahora la UCA pega un pequeño volantazo que implica dar a conocer la cifra de pobreza hasta el tercer trimestre de 2016 y no hasta el cuarto, como lo ha hecho desde su primer informe en 2010. Es innegable que el último trimestre del año pasado (y el primero de éste, que está finalizando) amontonaron en la periferia de este mundo acaso un número similar al millón y medio que espanta a la capa dirigencial y fabrica pucheros de cartón en el rostro de algún gobernante. Es decir, probablemente la flamante guardia de pobres que el sistema reclutó en el último año y medio supere los dos millones. Y los niños, esa clake puesta a aplaudir desde afuera la ruta por donde pasan los grandes, sean bastante más de los cinco millones que no horrorizaron a nadie. Bastante más del 43,5% al 48,8% (cinco puntos dice la UCA que aumentó la pobreza en la infancia hasta 14 años).
Entre los que tienen 15 hasta 29, los pobres ya no son el 34 sino el 37,9%. Entre los jóvenes aparece el mayor índice de desempleo de la población activa. Si los chicos hasta 14 acumulan 16 puntos más de pobreza que los adultos, los jóvenes exhiben cinco puntos por encima: no califican para los empleos buenos, si consiguen son en negro, la escuela no supo qué hacer con ellos, la calle los refugió y crecieron con faso y birra en las ochavas. El futuro es el ojo de una aguja por donde pasarán camellos y ricos, pero ellos no.
Son la mitad de los niños de por acá. De este sur del mundo con pies congelados y cabeza de selva y meseta. La mitad de los niños, pobres o indigentes. Contaminados por plomo, fumigados con glifosato y 2,4D, envenenados con azúcar industrial y jarabe de maíz, alimentados a harina y papas, puestas las niñas a parir a los 12, violadas las niñas wichis por los criollos, abandonados los niños originarios por la medicina oficial, hambreados los niños de los asentamientos, ampollada la piel del óxido de los cementerios de autos, perseguidos por los transas, fusilados por la bonaerense, estragados por las pastas, el alcohol y el paco. Caídos en el pozo negro de la pobreza y la indigencia porque sus padres –si resisten- perdieron el empleo, vieron caer su salario, si trabajan hacen changas en negro, a los planes los devoró la inflación, tuvieron que dejar sus viviendas, los alimentos se volvieron inalcanzables y si tienen luz y agua son francamente impagables.
Cinco millones de chicos. Un ejército repartido por los bordes de este mundo. Una legión de piojeríos, superhéroes diminutos, mocos eternos y botines con dedos al aire que algún día bajará desde el norte, subirá por el sur y explotará como un hormiguero en el corazón de las cosas de los grandes. Ese día lloverá café y andará el pan rodando por Callao.
Y serán ellos los que cuelguen los calendarios y marquen las agendas.
De una vez.
Edición: 3355
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