El naufragio de la humanidad

Cien niños migrantes navegan solos por las costas europeas

Dos barcos de organizaciones humanitarias y decenas de pateras vagan desde hace semanas cerca de las costas soñadas de la Europa. Hacinados, unos mil migrantes. Y cien niños solos. Nadie se hace cargo de ellos

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Por Silvana Melo

(APe).- Cada cuatro segundos alguien muere de hambre en algún lugar del planeta. En Haití, Yemen, Somalía, Afganistán. En América Latina, en Africa, en la India, en el oriente arrasado por las guerras. En las fronteras enrojecidas por masacres como la de Melilla, entre Marruecos y España. En la Estigia en la que se ha convertido el Mediterráneo, donde miles cruzan hacia el infierno que se los traga, insaciable. Mil inmigrantes muertos de hambre, de frío, de abandono, de infecciones, de indolencia esperan en tres barcos que algún país rico los reciba. Huyen de Marruecos, de Túnez, de Libia. Huyen del hambre, del descarte, de la condena por origen, por piel, por deshaucio, por despojo. Huyen y mueren, desechados por su tierra, despreciados por el mundo rico, con su color y con su miseria.

El mundo que sostiene pleamares y bajamares de crueldad (desde Auschwitz hasta Ruanda) y hoy ensaya un tsunami de inhumanidad con el avance de la ultraderecha. Esa avanzada de la política de piedra y filo, la de los muros y las fronteras eléctricas que vomitan personas al abismo.

Dos barcos de organizaciones humanitarias y decenas de pateras vagan desde hace semanas cerca de las costas soñadas de la Europa. Hacinados, unos mil migrantes que fueron rescatados de ultramar se acercan a una hambruna, a enfermedades de contagio, a suicidios o peleas por desesperación. Ningún país los acepta. No los quiere Italia en Lampedusa, el cruce más cercano desde Libia. Donde los inmigrantes devueltos son amontonados en campos de refugiados similares a la política concentracionaria del nazismo. Donde hombres, mujeres, y niños son castigados, violados, torturados, explotados y extorsionados. Atrocidades documentadas por organizaciones de derechos humanos.

Mientras Alemania e Italia recibirían un reparto proporcional de los migrantes, Italia sólo acepta a los niños y a los enfermos. El resto, debe quedarse en el barco. Hacia un destino incierto. Inexorable. Fuera de las aguas territoriales.

Matteo Salvini, el mismo que entre 2018 y 2019 cerró todos los puertos a inmigrantes cuando era Ministro del Interior, hoy es ministro de Infraestructuras. Y manda otra vez sobre los puertos, con la libertad deshumanizada de la flamante primer ministra Giorgia Meloni. Salvini dijo que los inmigrantes clandestinos “pagan alrededor de 3.000 dólares cada uno a los traficantes de seres humanos”. Y “ese dinero se convierte después en drogas y armas”. Así defendió la política de mano dura y nacionalismo irrestricto. El gobierno habla de “invasión” de lo que el mundo considera descarte humano sin tierra firme. Sin cielo propio. Sin suelo para sus pies.

En junio 23 países acordaron solidariamente redistribuir migrantes. Trece de ellos aceptaron, en ese momento, recibir a 8.000 personas. Dinamarca, Holanda y Suiza, contribuyeron además financieramente. Hoy Francia y Alemania parecen dispuestas a recibir a parte de los migrantes rescatados. Noruega se niega sistemáticamente. El líder húngaro Vicktor Orbán felicitó a Giorgia Meloni “por defender los confines europeos”. Y los países soberanistas del Grupo Vicegrad, que integran Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia, son los más opositores a recibir a los migrantes.

Mientras Italia elige a quienes salvar, Malta no atiende los mensajes desesperados desde los barcos. “Llame en una hora”, es la respuesta. Las naves de Médicos sin Fronteras tratan de acercarse a las costas porque el tiempo amenaza con un castigo más: oleajes extremos y ráfagas huracanadas son la vestidura perfecta para este infierno.

Entre los mil migrantes hay un centenar de niños no acompañados y un bebé. Niños puestos en una patera solos, como para salvarlos de un destino que sus padres ya no pueden evitar. Ante el que ya no pueden sublevarse. Niños expuestos, entre otros horrores, a la insensibilidad del mundo rico. A la victoria arrasadora del mundo capitalista, que concentra riqueza y buena fortuna para minorías globales mientras el hambre catastrófica amenaza a cincuenta millones de personas en el mundo de los confines. Ése que transcurre cotidianamente el borde del abismo.

Esos estados poderosos que los colonizaron, que impusieron la inequidad en la distribución de los alimentos y los bienestares humanos, después someten disciplinando con la miseria y dominan el mundo desechando el descarte en los cementerios inmensos de los mares.

Si estuvieran bien, si no hubiera guerras, hambre ni pobreza que amenazaran sus vidas, no se embarcarían en la tragedia en la que hemos convertido el Mediterráneo: una fosa con más de 27.500 muertos desde 2014, según la Organización Internacional de las Migraciones. También hay políticas que provocan esos muertos”, dice Raquel González, coordinadora de Médicos sin Fronteras, en el diario español El País. Después de relatar la experiencia de un chico de 17 años de Togo, que partió de Libia hacia Europa en una barcaza, “naufragó en aguas del Mediterráneo, vio ahogarse a seis amigos y salvó la vida a una bebé”.

El 34% de las personas rescatadas desde junio de 2021 eran niñas y niños, de los cuales el 89% no estaban acompañados o estaban separados de sus familias.

Más de dos mil inmigrantes murieron en la ruta migratoria hacia España en 2021. La muerte duplicó su efectividad respecto de 2020.

El discurso predominante engloba a los que se juegan esta vida -en la búsqueda desesperada de otra, un poco mejor- como amenazas graves. Como hombres y mujeres que llegan a países privilegiados a robarles trabajo, salud y aire para respirar.

Desechados como sobrantes, descartados del mundo. Ellos y sus niños y niñas viajan en soledad montados en una esperanza frágil, a bordo del desamparo. Buscando un pedazo de vida firme para sus pies. Anclando sus deseos en costas hostiles.

Entre dos y cinco niños mueren cada día en el Mediterráneo. Y con ellos, se apaga cada vez más el amanecer del mundo.


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