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El plebiscito por la nueva Constitución
El gobierno chileno trasladó el eje de la política de las calles y las alamedas a las perversas instituciones y partidos que ahora se desentienden de lo sucedido o festejan el triunfo del Rechazo.
Por Raúl Zibechi
Los resultados son inapelables. Una derrota sin paliativos, tan amplia y potente que hace entrar en crisis al gobierno de Gabriel Boric y a los partidos que lo apoyan, pero también al movimiento popular que se lanzó a las calles en octubre de 2019 exigiendo la renuncia de Sebastián Piñera y el fin del neoliberalismo salvaje en Chile.
Desde la mirada de abajo y a la izquierda, sentimos el dolor y la tristeza por esta derrota, pero sobre todo por el camino emprendido en noviembre de 2019 con el acuerdo por la paz, que trasladó el eje de la política de las calles y las alamedas a las perversas instituciones y partidos que ahora se desentienden de lo sucedido o festejan el triunfo del Rechazo.
Creo que hay algunas razones que explican la derrota.
La primera es que se constata una profunda desconexión del gobierno y la Constituyente con los sentimientos de gran parte de la población, preocupada por la sobrevivencia en medio de un estancamiento de la economía. Por más nobles que sean las intenciones de quienes redactaron la Constitución, una gran parte de los sectores populares sienten angustia ante el deterioro de sus condiciones de vida, lo que se traduce en ese penoso 30% de respaldo al gobierno Boric, a pocos meses de su asunción.
La segunda proviene de los caminos elegidos por Boric y los partidos que lo respaldan, básicamente comunistas, socialistas y los que se agrupan en el Frente Amplio. Desactivaron la protesta, respaldan a Carabineros y a todo el aparato represivo desde el día en que llegaron a la Moneda, se muestran sumisos al empresariado y duros, muy duros, con quienes siguen en las calles.
Este camino se fue profundizando al punto que el gobierno actual se funde con la vieja Concertación, le tiende la mano a Bachelet y a toda la desprestigiada casta política, contra la que se levantó también la población en octubre de 2019. No fueron liberados los presos de la revuelta y se restableció el estado de excepción en Wall Mapu, mostrando una clara continuidad con gobiernos anteriores.
La tercera es que la política plebeya, de abajo y callejera, sale duramente derrotada. Quienes pensamos desde el primer momento que la Constitución no era el mejor camino ya que representaba la tumba de la revuelta, también sufrimos una dura derrota porque el movimiento popular no podrá seguir actuando como hasta ahora y le será muy difícil retomar la iniciativa.
En adelante, el gobierno Boric girará más y más a la derecha. El centro del debate se traslada ahora al parlamento, donde dominan la derecha la vieja casta progresista que comenzó a gobernar hace ya tres décadas y profundizó el neoliberalismo. Lo que le queda de su mandato, verá un gobierno cada vez más alejado de sus promesas iniciales, más represivo y más neoliberal, si cabe.
Pero lo que nos preocupa es el futuro del movimiento popular. Salvo los sectores autonomistas del movimiento mapuche, las cosas se han vuelto muy complejas.
No se consigue derrotar a la derecha en las urnas, ni se consigue un mundo nuevo con una Constitución, que sin duda era mucho mejor que la heredada de Pinochet. Un reciente comunicado de la Coordinadora Arauco Malleco (CAM) rechaza “el diálogo integracionista y plurinacional que requiere, para ser posible, dejar intactos los intereses del gran capital en nuestro territorio” y destaca que “hemos profundizado nuestro proyecto político”, que gira en torno a la recuperación de territorios.
En ese mismo texto, para responder a las críticas del gobierno y sus partidos, destacaron que “el problema no es nuestro proyecto de liberación, sino la acumulación de fuerzas que el apruebo no logró hacer para disputar el plebiscito”. Se prepararon para resistir en una situación de mayor aislamiento y, con seguridad, seguirán siendo la referencia ética y política que fueron durante la revuelta, cuando la bandera mapuche fue ondeada por millones en las calles.
Es el momento de hacer balance, de separar la paja del trigo y de volver a la política de abajo. No será un camino de rosas, sino una cuesta arriba de años, como lo fue poner en pie un amplio movimiento desde el fin de la dictadura militar.
Seguir al lado de quienes resisten es lo mínimo que podemos hacer, sobre todo en estos momentos de desánimo y dolor, cuando muchos dirán “no se puede”, porque siguen mirando hacia arriba, desconfían profundamente de los pueblos y le apuestan a negociar con los poderosos.
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