Celeste

Celeste Lepratti fue continuidad de “Pocho” pero quizás fue mucho más. Se hizo cargo del dolor de las casi cuarenta víctimas de 2001 y los cientos que dejó la inundación por consecuencia de la corrupción en abril de 2003. Su muerte duele. Y mucho.

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Por Carlos del Frade

(APe).- Celeste Lepratti es mucho más que la hermana de “Pocho”.

-Murió alimentándose de mate y cigarrillo mientras usaba el sueldo de maestra para pagarle la comida a sus hijos – me dijo un compañero entrañable de Cele en un momento del velorio, describiendo una partecita de la ética de una ex concejala de la ciudad más importante del país federal como es Rosario, la ex ciudad obrera.

Celeste se fue muy piba hacia otro barrio del universo.

La muerte da bronca. No debe ser perdonada en casos como éste, según entiendo la forma contemporánea de una hermosa poesía de Miguel Hernández.

Se hizo cargo del dolor de las casi cuarenta víctimas de 2001 y los cientos que dejó la inundación por consecuencia de la corrupción en abril de 2003.

Celeste fue continuidad de “Pocho” pero quizás fue mucho más.

Lo entendí cuando nos abrazamos con un militante revolucionario de los años setenta y sobreviviente de las mazmorras de la noche carnívora de la dictadura. Su abrazo me hizo estallar en lágrimas mientras balbuceaba que “era muy piba, muy piba”.

Y tanto con Celeste como con otros compañeros discutimos tantas veces, tantas veces, pero siempre hubo eso que anidó en la mirada y la palabra de Cele, su ética revolucionaria.

Una ética que estaba en “Pocho” pero también que viene de cada una de las 30 mil personas, queridas personas desaparecidas.

En medio de un sistema despiadado que enseña a pensar a favor de los saqueadores y explotadores, la vida de Celeste Lepratti deja una siembra en cada una las personas que la conocimos y queremos.

Llegó a ser concejala de Rosario a través de nuestra organización Frente Social y Popular y desde allí se volcó, naturalmente, a estar presente en cada barriada que la necesitó.

Insistió e insistió. No dejó nunca de denunciar a los asesinos de 2001 y a los inundadores de 2003.

Tenía una transparencia y una claridad casi tan luminosas como su mirada.

La misma que, aunque sus ojos se cerraron, seguirá vigente en cada pelea, en cada defensa de cada piba o cada pibe que sea perseguido por el mismo sistema que la condenaba a alimentarse a mate y cigarrillo.


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