Cansadas de ver cadáveres

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Por Oscar Taffetani  

(APe).- Todo se reduce a las formas del relato. Si el relato de la miseria, la degradación y exterminio de los pobres de nuestra patria lo hace un periodista de clase media, de ésos que escriben para los que leen (así hubiera ironizado Santoro), entonces nos encontraremos con frases como las que siguen:

“Sólo por residir en el Conurbano, la vida se acorta dos años”, escribe un cronista de La Nación.

 

“En los vecinos de la zona norte de la ciudad de Buenos Aires y las zonas pobres del conurbano, hablamos de 10 años de diferencia en la expectativa de vida", declara al cronista el ex subsecretario del Ministerio de Desarrollo Social porteño, Carlos Regazzoni.

“Esos contrastes abarcan también las causas que llevan al cementerio. Si los tumores y los infartos concentran el 41,2% de las muertes en el resto de la provincia, en tajadas casi idénticas pero con una ligera prevalencia de los tumores, en el conurbano dominan por mucho las enfermedades del corazón”.

“¿Por qué la municipalidad no limpia todo esto?”, interroga el periodista, de visita en un barrio que ha sido construido sobre un basural. "Porque en 48 horas estaría peor de lo que está. Es algo cultural", le responde su acompañante.

Un golpe a la mandíbula

Ahora bien, si el relato proviene de las Madres contra el Paco, de los vecinos del Cuartel Noveno, de Ingeniero Budge, del barrio La Madrid, entonces nos encontraremos con algo muy distinto, con algo que nos derribará como un inapelable golpe a la mandíbula:

“Este fin de semana, este último fin de semana -cuenta Silvia con lágrimas en los ojos- juntamos doce chicos muertos, acá en el Cuartel Noveno. Arrinconados. Deshechos. Reventados por el paco”.

“Pero estoy contenta -agrega- porque conseguí internar a un muchacho de 20 que estaba muy mal. No lo querían recibir en el CPA porque no tenía documentos, no tenía identidad. Lo único que tenía era un revólver en el bolsillo, que se lo sacamos y lo tiramos por ahí. Ellos no querían recibirlo, pero armamos un escándalo y al final lo pudimos internar”.

“No puede ser -dice la mujer y vuelve a lagrimear- que los pibes estén tirados por ahí, todas las noches, y que nadie haga nada. Nosotras le pedimos a la Provincia una camioneta, para juntar a esos chicos antes de que se mueran solos, o antes de que los maten”.

“Hablan de que no están los padres, que eso no se puede... qué padres ni padres, les digo yo, al pibe lo subís a la camioneta y te lo llevás, porque si no, lo perdés. Si no te lo llevás, el pibe no pasa de esa noche”.

“Los Centros de Prevención de Adicciones que había creado el secretario Yaría en tiempos de Duhalde -continúa Silvia- primero los pasaron a Salud de la provincia, y ahora los dejan morir de a poco. El ministro Zin, me dijeron, quiere tercerizar todo, quiere dárselo a empresas privadas...”

“En los lugares de internación no hay comida, porque no la mandan. Al personal, hace dos meses que no le pagan. En el SEDRONAR, por el retraso en los pagos, ya los profesionales y el personal están de paro. Además, el único lugar que queda para internar menores es una isla en la provincia de Entre Ríos... ¿a vos te parece? ¡una isla en el río Paraná!”

La lucha desigual

Hay dos relatos, en principio. Uno que enmascara, que se disfraza de buenos sentimientos y se horroriza de que haya gente que viva -o muera- en tan precarias condiciones. El otro es un relato brutal, sin mediaciones, que nos golpea en el rostro y la conciencia, y no da otra alternativa que escucharlo y apretar los puños.

En el medio, vemos al Estado inútil. Al Estado torpe. Al Estado cómplice.

En el medio, lo único que vemos son discursos vacuos, campañas electorales, encuestas, la voz repetida y machacada de esos energúmenos que proponen bajar la edad de imputabilidad, como un deporte; a ver quién es más frío, quién más arbitrario, quién más injusto.

Hay una guerra, una guerra feroz, que ha sido declarada. Pobres de un lado y pobres del otro. Y el exterminio como único horizonte.

Una camioneta, tan sólo una camioneta, piden las madres del Cuartel Noveno. Una camioneta, para recoger a los pibitos cuando todavía respiran, cuando aún pueden volver del infierno. Y no cuando ya son cadáveres.

Edición: 1492


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