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Por Sandra Russo
(APE).- En el sudoeste de la capital tucumana, allí cerca de donde pasa el Canal Sur, las precarias casillas fueron arrasadas el verano pasado por las aguas, pero volvieron a surgir, como hongos húmedos, levantadas por manos pobres. El Canal Sur es, a esta altura, un enorme zanjón. En el invierno, la podredumbre fue acechando a los pobladores. Para referirse a esa zona, se suele hablar de la “zona roja”.
Entre las muchas casillas que resurgieron en las márgenes infectadas del Canal se encuentra la de Miriam Agüero, que tiene 28 años. Y tiene también cinco hijos de uno, cuatro, siete, diez y trece años. Uno de ellos, la niña de cuatro años, ha tenido una suerte paradójica. Ha salido de la peligrosa condición de desnutrido, pero por esa misma razón, le han interrumpido la entrega de la caja alimentaria. La niña pesa apenas 15 kilos, y sigue perteneciendo a esa familia que pelea diariamente contra la pobreza, que este caso implica el fantasma de la infección, las pestes que se ingieren o se emanan. Pero la impiadosa mezquindad de la burocracia priva a esa niña de la caja de alimentos, condenándola, obviamente, a regresar muy pronto al lugar destinado para ella: la estadística de los desnutridos.
“Me quitaron el bolsón porque subió de peso. Dicen que los chicos desnutridos tienen un año para que estabilicen su peso. Pero yo sé que los desnutridos tienen tendencia a subir y bajar”, dice con poder premonitorio y por cierto una buena cuota de lucidez Miriam Agüero. La familia vive de la venta de botellas de plástico. Comparten, los seis miembros de la familia de Agüero, una letrina que está a unos metros de su casa hecha con tablas con otra familia, la de Estela Ibáñez, de 24 años. Tiene cuatro hijos de entre uno y siete años. El menor tiene bajo peso. Les corresponde una caja de alimentos que aprovechan todos. Se alimentan en el comedor de la zona, pero ese comedor no está abierto todos los días. La caja es exprimida para alimentar a cinco bocas, entre las que está también la de la madre, una mujer joven ya sin dientes, maltratada por la indigencia.
En la casa de Teresa Urría es que funciona uno de los comedores que da de comer a los chicos del barrio Juan Luis Nougués, este barrio que aparece y desaparece al compás de las subas y bajas del Canal Sur. Allí asisten diariamente unos 150 chicos. Subsiste gracias al aporte de comerciantes y vecinos. Pero no alcanza. A veces esa ayuda es sobrepasada por la realidad. Y el comedor mantiene sus mesas en pie, pero vacías. Los responsables provinciales de abastecer de alimentos a la población de la zona (el CAPS Fernando Riera) consideran cumplida su tarea entregando cajas de alimentos y una docena de huevos a las familias en riesgo de desnutrición. Pero el testimonio de la familia Agüero explica por qué así como las aguas suben y bajan, los niños suben de peso y vuelven a bajar: la desnutrición, que es de lo que se debería protegerlos, es lo único que los mantiene aptos para recibir ayuda. Un vez que salen de ese cuadro, quedan nuevamente expuestos a ella. ¿Es posible imaginar una lógica administrativa más perversa?
Fuente de datos: Diario El Siglo Web - Tucumán 15-09-05
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