El Salvador: La cárcel más grande de América Latina

Campo de concentración en democracia

La cárcel de Bukele tiene similitud con el penal de Guantánamo y puede albergar hasta 40.000 reclusos. Es un horror construido a 70 km de San Salvador destinado a encarcelar a las pandillas nacidas en los 90, en Los Angeles, EEUU. La política de Nayib Bukele está impactando de lleno en los discursos de derechización en el resto del continente.

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Por Raúl Zibechi, especial para APe

(APe).- Hasta ahora los campos de concentración, campos de exterminio, estaban asociados al régimen nazi o a las dictaduras latinoamericanas. Ahora el Centro de Confinamiento del Terrorismo construido a 70 kilómetros de San Salvador en una aislada zona rural, nace en lo que podría considerarse una democracia de América Latina.

El recinto es un horror. Está construido sobre 23 hectáreas, cuenta con ocho pabellones que rodeados por un muro de concreto de 11 metros de altura y dos kilómetros de extensión, protegido por alambradas electrificadas. Los reclusos no tienen espacios al aire libre ni áreas de recreación y en cada una de las 32 celdas se alojarán cien presos que tendrán dos inodoros y dos piletas con agua para todos.

Los presos duermen sobre láminas de hierro sin colchón, además hay celdas de castigo y un sistema que bloquea celulares, en un penal que puede albergar hasta 40.000 reclusos. Los familiares deben pagar la alimentación y los productos higiénicos de los prisioneros. Todo esto es posible por el régimen de excepción decretado un año atrás por el gobierno de Nayib Bukele.

Al trasladar a los primeros dos mil presos a la nueva prisión, el presidente difundió estas imágenes con orgullo y tuiteó: “Esta será su nueva casa, donde vivirán por décadas”. En tanto, el ministro de Justicia y Seguridad escribió: “Sepan que no volverán a salir caminando”.

Los videos y fotos muestran a los presos desnudos y descalzos, con un calzón blanco como única prenda, siempre caminando agachados y mirando el suelo, lo que evidencia que no sólo se pretende humillarlos y destruirlos como personas, en una actitud que no es justicia por los crímenes que cometieron, sino de pura venganza.

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El hecho de que algunos organismos de derechos humanos y la Universidad Centroamericana hayan criticado esta cárcel y los modos como se trata a los reclusos, no puede ocultar que el 80% de la población apoya el régimen penitenciario de Bukele, quien fue miembro del izquierdista Frente Farabundo Martín (fmln) del que se separó luego de su gestión al frente de la alcaldía de San Salvador. Bukele cuenta también con una holgada mayoría parlamentaria que no le impone ninguna limitación.

Las maras o pandillas no nacieron en El Salvador ni en Guatemala sino en Los Ángeles, Estados Unidos, en el proceso de desmovilización de las guerrillas y de los grupos paramilitares a comienzos de la década de 1990. Muchos de sus miembros fueron deportados a El Salvador donde continuaron su actividad delictiva.

La cárcel de Bukele tiene una sospechosa similitud con el penal de Guantánamo, donde Washington alberga terroristas, luego de los atentados del 11 de setiembre de 2001.

Estamos ante un tipo de dispositivo que tiene mucho en común con Auschwitz y otros campos de concentración: buscan destruir a la persona, dejarla apenas como un cuerpo biológico despojado de humanidad, lo que el filósofo Giorgio Agamben bautizó como “nuda vida”, vida desnuda de cualquier cualidad humana.

Por supuesto que la de Bukele no es la única cárcel de ese tipo, aunque sea la más moderna, masiva y tecnificada que se conoce. Existen incluso prisiones a cielo abierto donde se hacinan cientos de miles, como la Franja de Gaza donde sus pobladores beben agua contaminada y están militarmente cercados por el ejército de Israel.

En América Latina conocemos también las “zonas de sacrificio” del extractivismo, áreas donde la minería a cielo abierto o los monocultivos transgénicos amenazan la vida con muros invisibles, erigidos con glifosato y mercurio. Podemos sumar lof mapuche y comunidades originarias que son sistemáticamente aisladas material y simbólicamente por el sistema. Y podría seguir por unas cuantas periferias urbanas rodeadas con muros que separan barrios pobres de barrios privados de lujo.

El sistema se reduce hoy a un modelo de acumulación por despojo que genera enorme desigualdad, excluyente, que deja por fuera a dos tercios o más de la población, en el cual las y los jóvenes no tienen futuro, sobre todo si tienen un color de piel diferente al de las clases medias altas. Todos ellos forman parte de la “población sobrante”, aquella que según Agamben puede ser asesinada sin que ello constituya delito.


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