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Por Claudia Rafael
(APe).- Adiós a Bombucha. 65 trabajadores quedan en la calle en tiempos en los que la calle es un espacio duro que no cobija. Bombucha cumplió 66 años y generaciones enteras jugaron al carnaval con esos globitos que terminaron imponiendo su nombre hasta reemplazar incluso al del producto. Los trabajadores –el 80 por ciento son mujeres- no cobran salarios, aguinaldos ni indemnizaciones y ocupan la planta en San Luis.
Es el adiós al trabajo para todos ellos y la certeza de que no hay, a la mano, futuro que cobije. Mientras el presente se vuelve cada vez más feroz y aciago.
Adiós a Bombucha es también el adiós a esa porción de la infancia que quedó anclada en un tiempo en que la calle supo ser sinónimo de juegos y de risas. En que los baldazos de agua y las bombuchas –más llenas y sólo para mojar o más pequeñas para repicar y doler en la piel de la víctima casual o elegida- eran el gran evento del verano. Recuerdo a mi viejo corriendo en la cuadra, sobre calle Salmini, con un balde lleno para empapar a vecinos adultos o niños en un juego compartido.
En una costumbre que adoptó desde los 50 la marca como nombre, hay que bucear en la historia más antigua del país cuando aún no lo era. Hacia 1820, un periodista inglés escribía que “llegado el carnaval se pone en uso una desagradable costumbre: en vez de música, disfraces y bailes, la gente se divierte arrojando baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes, y persiguiéndose unos a otros de casa en casa. Se emplean huevos vaciados y llenos de agua, que se venden en las calles. Las fiestas duran tres días y mucha gente abandona la ciudad en ese tiempo pues es casi imposible salir a la calle sin recibir un baño. Las damas no encuentran misericordia y tampoco la merecen, pues toman una activa participación en el juego. Los diarios y la policía han tratado de reprimir estos excesos sin obtener éxito. Las damas abandonarían ese juego si supiesen cuan poco se aviene con el carácter femenino”.
Los tiempos del carnaval eran claramente identificables también por la larga hilera de banditas de látex multicolor en las canillas que daban cuenta de los globitos rotos al momento de llenar. Tiempos que han significado además las rebeliones ante lo establecido. Desde la infancia rompiendo con las prohibiciones a la hora de la siesta a las otras rupturas. Más sistémicas. Más profundas.
Cuentan historiadores del carnaval que los burgueses venecianos desfilaban a mediados del 1700 con velas encendidas para la purificación de las almas en un alarde de pertenencia social. Y que los marginados –en rebeldía- les echaban agua a su paso para apagar el fuego.
El 2020 empezará sin bombuchas. Y la rebeldía deberá necesariamente encontrar su sentido más medular. Carnaval, del latín vulgar: carnem levare. Sacar las carnes afuera. Y dar vuelta el orden impuesto por quienes se creen los dueños del mundo. Para romper de una vez con los privilegios.
Edición: 3962
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