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Intento de golpe de estado en Bolivia. Un nuevo botón de realismo mágico latinoamericano enhebra una larga cadena de intereses lejanos al pueblo. Una vez más en el territorio que constituye el “triángulo del litio”. Las élites racistas se siguen llenando los bolsillos de sudor campesino mientras buscan seguir gestando la colonialidad del poder.
Por Martina Kaniuka
(APe).- El general Juan José Zúñiga Macías viste fajina. Es martes y, como es usual, uno de los noticiarios le prestará la cámara, le cederá el micrófono. Tras cada palabra agachará la cabeza como esos chuchos acostumbrados a obedecer, sin que se le caigan los anteojos enormes, firmes en sus pequeñas orejas. Esta otra vez apuntará contra Evo Morales, líder del MAS, opositor del -antes aliado- “socialista” Arce, hoy presidente boliviano. En caso de presentarse a las elecciones del próximo año: “lo detendría y defendería a toda costa con el Ejército, la Constitución Política y los altos intereses de la Patria”. Eso vocifera el “general del pueblo”, amigo del lobby de mineros y sindicalistas por igual, con prontuario de coimas y chisme de malversación de fondos.
Es miércoles 26 de junio, centavitos más de una semana, y el general Zuñiga ocupa la tapa de todos los periódicos y del prime time. Ahora exhibe un traje negro que le delata lo biencomido y dice en letra capital “APREHENDIDO”.
Zúñiga fue aprehendido tras romper, junto a un grupo de militares que manejaban una tanqueta, la Puerta del Palacio Quemado al grito de: “Basta de socialismo de la izquierda, liberación de Áñez como presa política y de Luis Fernando Camacho”.
Las expresiones de apoyo y las declaraciones de solidaridad llegan desde todo el continente y el mundo a través de las redes sociales. Hasta la canciller argentina de Javier Milei, Diana Mondino, apelando a la relatividad del tiempo escribe un mensaje calcado al de los principales representantes de la rancia oligarquía boliviana, horas más tarde. Que esa no es forma de sacar a un gobierno, aunque no les guste, eso dicen.
Se habla, como en estos casos y sin el diario del lunes, de “autogolpe”, “golpe blando”, “golpe” así a secas. Lo cierto es que no hay todavía evidencia de participación extranjera, como en ocasión de Áñez que recibió armamento hasta de Mauricio Macri.
Desafiando lo bizarro, este otro botón de realismo mágico latinoamericano enhebra una larga cadena de intereses y claro, ninguno del pueblo boliviano que, ante la primera huella de fango que dejó el carro de combate sobre la Plaza Murillo, salió a la calle.
Porque sí, las declaraciones posteriores y las designaciones de los nuevos mandos castrenses. Sí, el telar de la Justicia que, en Bolivia, como en cada país de nuestro castigado continente, teje y no solo ve, sino escucha y habla en nombre de las burguesías locales y los capitales trasnacionales, y gesta un ardid para seguir ilegalmente sin elegir a los miembros del Tribunal Constitucional, que debían elegirse en 2023. Sí, también las internas del MAS -que son lo menos- y ensombrecen con personalismos, pujas de poder y mucha conciliación de clase, las consignas y los valores de un proyecto que, desde la Revolución Boliviana en 1952, termina dándole la espalda a quienes, como hoy en la Plaza Murillo ponen el cuero.
Es la Confederación Obrera Boliviana la que declaró la huelga general indefinida y el traslado de todas las organizaciones sociales a La Paz para, acompañada por las bases “defender al gobierno legal y democráticamente establecido en Bolivia porque, ante la mentira reaccionaria, opondremos la verdad revolucionaria”.
“Viva la democracia nacional y nuestro gobierno constitucional”.
Al Palacio llegan como pueden. Corriendo. Algunos de traje. Otros con el uniforme de trabajo. Las cholas con sus polleras coloridas y sus trenzas también dicen presente. Y derriban vallados, lanzan agua, aplauden, silban, empujando a la policía militar que cerca el perímetro, al grito de “Fuera” y “Democracia”. Son dos palabras que, a falta de armas, azuzan el coraje y el hartazgo. No se ven carteles; sí algún banderín celeste que flamea contra los policías que retroceden y a esta altura, son una copia mala de una película de las Tortugas Ninja.
Son pocas las imágenes de la resistencia popular que ayer no titubeó en defender, a pesar del 40% de la población que se encuentra bajo la línea de pobreza, al gobierno de Luis Arce.
No es la primera vez, ni será la última, en una de las zonas más prósperas de la última década, una de las ocho de interés de la generala Richardson y el Comando Unificado Sur de Estados Unidos por ser parte -junto a Chile y a nuestro país- del “triángulo del litio”.
Las ovejas desclasadas que aplauden generales como Zúñiga y las élites racistas que desconocen su genealogía mientras se llenan los bolsillos de sudor campesino, siguen olvidando a la tierra en la que se profirieron los primeros alaridos libertarios de Nuestra América – con la Rebelión de Oruro- mirando con el espejo europeizante que oprime a Latinoamérica desde hace más de cinco siglos, gestando la colonialidad del poder.
Pero Bolivia no escupe al espejo y sí tiene quien escriba su historia. Es el pueblo que quiere existir sin atender al progreso ajeno. Es el pueblo que ayer estuvo en la Plaza Murillo y hoy estará de huelga en La Paz, sin atender a oportunismos partidarios.
Es el mismo pueblo que sacó en cinco años a Mc Donald´s, la cadena de comida rápida que hoy alimenta al ejército sionista que asesina niños en Palestina.
Son los mineros y los obreros de la insurrección del 52´.
Son las cholas que resistieron alzando el puño para deponer el derecho de pernada.
Son cada campesina que haya sentido hablar de Domitila Barrios de Chungara.
Son los héroes de la guerra del agua y la guerra del gas.
Son los 25 mil voluntarios enlistados para colaborar con Argentina en Malvinas.
Son los líderes sindicales que defendieron en los 60´ y con su sangre al movimiento trabajador.
Son los trabajadores y trabajadoras que cada día, a pesar de la inestabilidad económica, la desigualdad y la mala calidad de vida, siguen participando en su historia y se convocan, cada año, para ser elegidos en las comunidades campesinas que eligen a sus representantes.
Quizá sea hora de legitimar esas formas de participación y empezar a cuestionar a quienes, decidiendo sobre los bienes naturales y el devenir de la población, se enrocan en las urnas cada seis años y juegan al patio trasero con generales que cambian de nombre y apellido, pero no cambian la costumbre de impedir que sea el pueblo de Bolivia el que escriba su propia historia.
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