Más resultados
Por Carlos Del Frade
(APe).- -Las bolitas chinas nos están matando. Producen a menos de la mitad del costo que tenemos nosotros y llegan a todos los mercados – dice uno de los principales referentes de la única fábrica de bolitas de la provincia de Santa Fe, la Argentina y América del Sur, “Tinka”. Cientos de miles de pibas y pibes jugaron y juegan con ellas en distintos puntos de la geografía. Ahora, con las importaciones desaforadas, las bolitas multicolores, esos pedacitos de vidrios que parecen venir de otros lugares del cosmos, están a punto de ser exiliadas de las manos de las chicas y los chicos de estos atribulados arrabales del mundo.
Van las bolitas sobre la arena del barrio Santa María de Coronda. Son manos chiquitas las que las hacen rodar. Hay aromas inconfundibles a pizzas y chorizos a la parrilla. Las mujeres se sientan en ronda y dos banderas rojas saludan al viento y a la gente que se arrima. Las bolitas están cachadas de tanto uso y las manitos que las empujan ya han buscado quinotos y frutillas para ayudar a sus familias a juntar el mango suficiente para gambetear la miseria impuesta. Pero ahora es tiempo de juego, choripanes y gente sensible que quiere que la vida sea una fiesta para todos y no la propiedad privada del que la pueda comprar.
“¡¡¡Vamos ésa!!!”, grita desaforado uno de los cinco pibes menores de catorce años en la peatonal San Martín, en la ciudad de Santa Fe de la Vera Cruz, capital del segundo estado de la República Argentina. Juegan a las bolitas pero no hay bolitas. Son billetes con la cara de Bartolomé Mitre, el inventor de la historia oficial argentina, billetes de dos pesos que son armados como cuadraditos y reemplazan a las pelotitas de vidrios. El pulgar se repliega, encorva y tensa su extensión e impacta sobre el bollito de papel moneda. Cuando estalla el festejo, la mano del nene al que no le alcanzan los derechos consagrados en la convención internacional de las niñas y los niños, recoge con rapidez los otros montoncitos de Mitres esparcidos en la cancha rudimentaria, estrenada en ese costadito de la peatonal santafesina, mientras la siesta todavía aquieta ambiciones y ferocidades.
Aquellas bolitas “Tinka” suelen reaparecer entre libros y lápices que parecían perdidos, entre las cajas de zapatos que ofician de archivos de las familias humildes y trabajadoras y gambetean mudanzas y desprecios. Colores metidos en el vidrio blanco, invitación a creer que son restos de otros mundos. De pibe, esas bolitas sirvieron para juntarnos con los
amigos que luego serían los soportes del alma. Para pasar tardes y noches enteros en el metegol de teclas y luego saber que las bolitas perdidas, en realidad, nunca se pierden del todo. Que reaparecen, tal como reaparece el recuerdo de aquella infancia, de aquellos juegos, de aquel país, de aquella ciudad.
*****
Las hamacas se mueven solas en Firmat, sur de la provincia de Santa Fe. Varios fantasmas pueblan el presente. Ivana Romero escribió un libro maravilloso sobre estas hamacas de Firmat. Se puede leer en el libro: “Cada tanto las hamacas vuelven a ser noticia. Que un ingeniero fue a hacer estudios radiestésicos –es decir, mediciones en el piso para detectar radiaciones electromagnéticas–, que un experto registró la velocidad del viento, que unos yanquis están haciendo un programa especial sobre fenómenos paranormales, que los japoneses llegaron con cámaras de alta definición, que los porteños volvieron, que los porteños vuelven cada dos por tres”.
Un día, por teléfono, su padre le dijo: “Vos jugabas con el nenito que se murió”. Por más descabellado que le sonara, podía ser cierto: cuando ella era chica, su padre había montado una panadería en ese barrio. “Y es posible que ese chico y yo nos hayamos conocido –concede–. Habremos jugado a la pelota, a la escondida, a la mancha. O nos habremos mirado, al menos, sin necesidad de preguntarnos el nombre.”
Contar de las hamacas, de su mito, de sus fantasmas, implicaba también contar de su propia historia: cada paso que diera por Firmat, cada párrafo, la involucraría. “Pasó bastante hasta que me decidí a contar. Escribí el libro entre el año pasado y lo que va de éste. Y se conjugaron varios factores. Me preguntaban sobre el asunto y decía, por ejemplo, ‘Sí, las hamacas se mueven en la plaza Manuel Belgrano del barrio La Patria’ y parecía una suerte de metáfora, pero no: así se llama el barrio, al sur de Firmat. Y el historiador de la ciudad, una de mis fuentes, se llama Agustín Secreto, que fue militante histórico del Partido Socialista Auténtico. Y hay un hamacólogo, Piqui Pellegrini, que dirige un diario digital y se fue especializando: le dicen así, el hamacólogo. Yo contaba estas cosas y me daba cuenta de que concitaban mucho la atención de la gente de acá: a veces las distancias, más que geográficas, son vivenciales. Cuando las hamacas empezaron a hacerse famosas, a una se la robaron y luego la subastaron en Mercado Libre. ‘Se sospecha de un basquetbolista local que tiene un gran futuro’, me dijeron. Enseguida repusieron otra hamaca, que también se movía. Y después del robo el intendente mandó a construir alrededor un corralito”, dice la nota que hizo Angel Berlanga en una edición de “Radar”.
Todavía hay chicas y chicos que se suben a las hamacas. No debe haber padre o madre que no haya sentido la necesidad de agradecer al creador de este juego la maravillosa alegría que despierta en las pibas y los pibes. “Va para allá, viene para acá”, dicen las frases hechas, mientras ellas y ellos abren los ojos y sienten que vuelan hacia el cielo, las estrellas, las nubes, el sol o los árboles más altos del planeta. Cuando recién aprenden a caminar, cuando practican el primer juego que es correr, los piecitos llegan más tarde que las manos y los brazos. Se tiran de panza sobre la madera y luego levantan los codos para que los padres y las madres los ubiquen en esa plataforma voladora. Se agarran fuerte de las cadenas y transpiran las manos y no hay tiempo que quede grande. Las hamacas están allí. Cuando se mueven solas, puede suponer un escritor mediocre, es porque están llamando a las chicas y los chicos, los llaman desesperadamente para que sean felices, aunque dure un ratito.
*****
La pelota abandonada. En un costado de la hoja de dibujo. Un pibe llora. No tiene a nadie a su alrededor. La pelota solitaria es consecuencia de que los otros pibes están en otra cosa. Del otro lado de la hoja, un grupito de chicos ríe a carcajadas, como si fueran las muecas del Guasón, porque su juego es disparar con pistolas hacia el cielo. La postal la contó, hace años, una maestra sensible y comprometida de la ciudad de Rosario, Mabel Ríos, y dura hasta el presente.
La pelota olvidada parece ser la metáfora de una niñez goleada. Hay que cambiar el presente para que no solamente la pelota, las hamacas y las bolitas dejen de ser olvidados; hay que cambiar el presente para que los pibes y las pibas vuelvan a ser felices en el día del niño.
Edición: 3216
Suscribite al boletín semanal de la Agencia.
Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.
Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte