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Por Sandra Russo
(APE).- Mil personas son las que van a parar, todos los días, al enorme basural en el que los camiones recolectores vuelcan los desechos en José León Suárez. El relleno ecológico del CEAMSE es un escenario de despojos entre los que esas mil personas buscan algo. Incluso entre los desechos o más precisamente ahí, donde yace aquello de lo que los demás se deshicieron, ellos buscan algo que les sirva. Es que no tienen absolutamente nada. Soledad tiene 16 años y un marido. Van juntos con una mochila al basural a revolver la podredumbre de la que emana un olor persistente que se queda impregnado en la piel.
“De todo encuentra, carne, alfajores...”, dice Soledad de su marido. Los dos son como buscadores del tesoro en la tierra de nadie, y el tesoro es un resto de algo, una sobra, un desperdicio que ellos verán brillar entre el montón de basura.
En el borde del Camino del Buen Ayre, en el mayor relleno sanitario del CEAMSE. La planta Norte es un predio gigantesco que atraviesa los partidos de San Martín, San Miguel y Tigre. Recibe diariamente entre 10.000 y 11.000 toneladas de basura que proviene de la Capital y de 21 partidos del conurbano. Esa es la fuente de supervivencia de dos mil personas. Los últimos de la fila.
Es en José León Suárez que está la entrada al basural, y de las 12 villas que hay en la zona provienen ellos. Hubo una vez en la que fueron obreros. Sus padres o sus abuelos fueron obreros. Hoy ellos buscan basura. El 90% vive del cirujeo, pero el cirujeo también tiene sus escalas. Esta es la más baja. No hay nada después. No es posible hundirse más. No hay pobres más pobres. Abren las bolsas de basura que seguramente ya fueron abiertas antes, y en las que lo que queda es nada. Pero ellos encuentran útil o deseable incluso lo que el cartonero desechó. Se internan con todo el cuerpo en la montaña de basura. Ponen manos a la obra y sus manos se enchastran de inmundicia para alcanzar quién sabe qué. Silvia Giménez, ex operaria industrial, de 27 años, es una de ellos. El hambre la empuja todos los días a caminar seis kilómetros desde su casilla del Barrio Independencia. Encuentra “toallitas, cremas, carne. Cosas que nunca podía comprarme”. No puede comprarse nada. Es en este lugar que, hace un año, un nene desapareció sin poder evitar el paso de las aplanadoras que compactan la basura.
Un operativo de seguridad, desde entonces, “organiza” la búsqueda. No quieren mártires del basurero. Treinta policías de la comisaría primera de Billinghurst los ordena. “Allá están los de San Miguel y acá los de San Martín”, dice un encargado que no da su nombre. Trabajo ingrato el de disciplinar a los buscadores de desperdicios. Trabajo duro. “Esta semana apareció un camión de un frigorífico y se te hace un nudo en la garganta ver a la gente comiendo las tripas que tiraron”, agrega el hombre.
¿A nadie más se le hace un nudo en la garganta?
Fuente de datos: Diario Clarín 10-10-05
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