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Por Carlos del Frade
(APE).- “La Marcha Nacional de los Chicos del Pueblo está llegando a Buenos Aires luego de recorrer 4.500 kilómetros bajo un solo grito: EL HAMBRE ES UN CRIMEN. Cientos de chicos vienen marchando, miles son los que se han sumado en el camino y millones de chicos en todo el país esperan una respuesta. La Asociación Madres de Plaza de Mayo le pide, señor Presidente, que mañana viernes reciba en la Casa de Gobierno a los Chicos para escuchar lo que tienen para decir. El viaje a Santa Cruz que tiene previsto puede esperar, los Chicos no”, le escribió Hebe de Bonafini al presidente de la Nación, Néstor Kirchner.
La respuesta fue contundente.
El presidente se reunió con el Manu Ginobili.
Los pibes de manos calentitas de tanto aplaudir y abrazar pueblo país después de recorrer gran parte de la geografía estragada de la Argentina, hecha a imagen y semejanza de las minorías y en contra de sus menores, se quedaron sin encestar su triple mensaje de amor, bronca y esperanza.
No estuvo el presidente a la altura de los chicos.
Es que para estar a la altura de los pibes hay que intentar pararse en punta de pie, dijo alguna vez el maestro Janus Korzack, docente polaco que siguió el destino de los chicos judíos. Por amor, por convicción, por el futuro.
No estuvo el presidente para contestar las preguntas que hizo Alberto Morlachetti, referente del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo.
“¿Cómo le expreso a mi país lo que la mirada fue almacenando a lo largo de las provincias?. ¿Cómo le digo a mi país que alguna vez ser niño en esta Argentina fue un privilegio?”, se preguntó ante más de veinte mil personas que sintieron sacudido su corazón.
“Los compañeros que hoy me rodean aquí, que son compañeros que no terminaron de vivir, que son 30 mil, que tienen nombre, que tienen abrazos, que tienen ternura. Están aquí, tenían sueños, tenían utopías. Esos compañeros, si hoy estuviesen acá, en esa Casa Rosada, no hubiese habido un solo chico de la calle”, dijo Morlachetti.
Y volvió a preguntar: “¿Cómo le digo a mi país que tenemos 22 mil millones de dólares en el Banco Central y no podemos destinar algunos miles de millones para erradicar el hambre definitivamente en la Argentina? ¿Cómo le digo a mi país que podemos producir alimentos para 300 millones de personas y no podemos alimentar a nuestros nueve millones y medio de niños?”.
Hubo después un juramento. “...O nos dan lo que los niños, nuestros hijos quieren o con ternura, paso a paso venceremos. Y yo digo como educador, nosotros tenemos un compromiso de amor con la hermosura y un compromiso de sangre con nuestro pueblo. A vencer compañeros”, terminó diciendo Alberto.
En el corazón de la historia política Argentina, en la Plaza de Mayo, entonces, se repitió lo que había acontecido en decenas y decenas de plazas.
Las organizaciones sociales y políticas, gremiales, eclesiales de base, y miles de pibes, en un verdadero frente existencial que hizo posible esta marcha al verdadero interior del país, celebraron el compromiso y volvieron a marchar. Hacia su cotidiano horizonte de remar contra corriente, de celebrar la rebeldía y la ternura como único sinónimo de presente y dignidad.
Un frente existencial que viene de los sueños colectivos inconclusos de los años setenta y que ahora vuelve a unirse ante el pasito de los pibes, el verdadero sujeto social de la historia.
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