Arquitecto indomable del futuro

Diez años. Una década entera que tornó su palabra más imprescindible que nunca. Nada de lo que escribió y dijo hace 15, 20 ó 30 años envejeció. Porque se siguen tributando pibes a la muerte de a miles y miles. Porque siguen vigentes conceptos suyos ante una realidad que día a día, año tras año hace impostergable la creación de otro tipo de sociabilidad humana.
|

(APe).-¿Qué necesitamos? Habrá que erradicar el hambre, traer trabajo a la gente, alegría a los hijos, educación a nuestros niños, de lo contrario no hay futuro, no hay nación para nosotros. Una nación es rica cuando su pueblo es rico. Todo aquello que vaya en contra de nuestra Constitución es una deuda magna, si hay hambre de nuestros niños es una deuda magna, si no hay escuela para nuestros niños es una deuda magna. ¿Qué nos pasó a la humanidad para que lleguemos a donde estamos? Una humanidad donde contás hasta tres y se muere un niño. Una humanidad que tributa 30.000 niños a la muerte todos los días. Creo que alguna vez tenemos que ponernos de acuerdo los seres humanos en otro tipo de sociabilidad humana, ¿cuál es? no lo sé. Distinta por supuesto”. Le habían preguntado el inevitable qué necesitan. Y la respuesta, de hace 20 años, está más lejana que nunca.

Habrá que instalar una propaladora con esta palabra, la suya, en cada esquina de este sur rotundo y sojuzgado del conurbano. Un megáfono con esta palabra en cada despacho, en cada escritorio de los indiferentes, de los que negocian con el hambre de los niños, de los delincuentes ya sin guante, ni blanco siquiera; en cada banca del Congreso, en cada unión de empresarios, de terratenientes, de propietarios de un país que ya no tiene escrituras para los millones de desterrados que él vio y supo y advirtió. Pero no muchos lo escucharon. Y ahora, cuando este 20 de abril desangelado aparecen sus diez años de no morirse, se desentumecen sus palabras de los veinte años de haberlo visto todo.

Y en estos diez años de no morirse, está parado donde tiene que estar, del lado justo de la vida, del lado de la coherencia aluvional, de la convicción de que nada puede construirse en soledad, de que la única transformación es colectiva.

Serrat en Pelota de Trapo, diciembre de 2005

Alberto Morlachetti, el que decía que no había descubierto el huevo duro ni el agua tibia, sino simplemente sabía que la ternura era un instrumento letal para la dureza que traían de la calle los niños que el capitalismo había echado a la intemperie. Y él creaba un vínculo indomable que dejaba afuera la inclemencia de los pibes para iniciar el rescate de lo más profundo. Y ahí estaban, en las granjas plantando árboles como una manera de plantarse ante el futuro. Y decirle que era posible.

Cordobés pero con pertenencia en Avellaneda, Alberto tuvo una infancia de trabajador rural con su abuelo anarquista que levantó el puño en el Grito de Alcorta, en 1912. A los ocho años ya vivía en Gerli donde pateaba la calle vendiendo diarios. La vida era extremadamente dura y la pobreza, tan amarga como el hambre. Pero no olvidó nunca al bar de Lacarra y Heredia que siempre le guardaba un sándwich de jamón y queso para poder seguir.

La vida en el conventillo y las carencias cotidianas no impidieron que se graduara en Sociología en la UBA, donde luego sería docente. La dictadura lo expulsó por su ideología pero de allí se llevó al primer grupo de niños que vivía en una cueva debajo del esplendor académico. “La pobreza es una imposición: te pone una pistola en la cabeza”, decía.

Es que los chicos tienen que tener un futuro más justo que la calle, insistía y se lo repetía a sí mismo mientras los veía plantarlo, al futuro, a su alrededor. Pero para eso había que construir otro mundo. Una nueva utopía de vida. Un proyecto que pudiera enamorarlos. Que les ganara el corazón. Su primera obra fue Casa de los Niños. Para que los padres obreros fueran a trabajar y compartieran la crianza de sus niños. “Trabajábamos con su cuerpecito para que la desnutrición no empezara a tallar su estética de horror”, decía.

En 1982 comenzaron los rudimentos de Pelota de Trapo, sobre un terreno de residuos industriales, donde 34 años antes Leopoldo Torres Ríos había filmado su emblemática “Pelota de Trapo” con un Armando Bo apenas un crío. Ahí Alberto jugaba al fútbol con los pibes en los sábados de chocolate. Cuenta su propia leyenda que el mítico Oreste Corbatta se sentaba a mirarlos antes de comer el plato de fideos y jugar en la primera de Racing.

“Ahora Pelota de Trapo es una romería –decía en 2014, un año antes de comenzar a no morirse nunca-. Vas un sábado, pasan chicos, son chicos bravos, unos ursos, los mismos que te asaltan, pero la ven a Norma, que es la patrona del lugar, y le dan un beso. ¿Por qué? Yo creo que nadie huye de la ternura y ellos van donde hay ternura”.

El trabajo

“El principal proveedor de humanidad es el trabajo. Si yo no hubiese trabajado, no me salvaba del barro y la pobreza. El trabajo disciplina muchísimo”. Por ahí los fue llevando a los pibes. Por eso creó la imprenta con la Escuela de Artes Gráficas Manchita, que proveyó de gráficos a las imprentas de la zona, cuando el oficio era dorado y las rotativas escupían centenares de miles de ejemplares de diarios por madrugada y se vendían millones de libros. Y el país parecía ser otro.

Pero también fundó la panadería Panipan donde se formaron maestros panaderos que hoy trabajan en tantas madrugadas de tantas cuadras. Quiso formar buenos trabajadores. Buenas personas. Sujetos políticos, fundamentalmente. Que fueran protagonistas de su tiempo. Pibes y pibas arrebatadas a un sistema atroz que los demuele, que los transforma en la carne picada de un futuro gris y de sometimiento.

Sabe, hoy cuando insiste pertinaz en mantenerse vivo para siempre, que este tiempo oscuro se llevará más niños en sus tinieblas. Sabe que las décadas pasan y que el vaivén político de los propietarios del país permite épocas vestidas de mayor piedad y asesta otras más crueles pero el 50% de niños cosidos en la trama de la pobreza serán siempre los mismos.

Decía 20 años atrás y lo anda diciendo hoy: “el futuro -para la mayoría de nuestros chicos- tendrá un diseño petiso -adultos de baja talla- y serán vidas con inteligencias mutiladas. (…) La obesidad es uno de los problemas más importantes, junto con la diabetes y las enfermedades cardiovasculares, derivados de “comer mal” durante la infancia. Pan y fideos, en el mejor de los casos, ayudan a los pobres a nadar en una competencia de náufragos. Así, la llamada “desnutrición oculta” tiene en la obesidad, su “cara más visible”, pero bien se podría decir que ésta no es otra cosa que la cara regordeta del hambre”. Hace tiempo que Alberto anda midiendo a los pibes.

El Viejo

Decenas de adolescentes se criaron con él. Aprendieron comunidad, coherencia, solidaridad, dignidad, trabajo. Decenas de hijos que tuvo como propios extendiendo los brazos aun cuando eran grandes pero con alas tan averiadas. Un solo hijo de su sangre escribió –cuando el 20 de abril de 2015 Alberto abrió la puerta y se fue -: “Y un día Mi Viejo, dejó de ser sólo mío. Empezó a ser de muchos. Ahora era El Viejo. De aquellos chicos que con mi misma edad rescató de una segura muerte y que trajo a mi casa… y luego se fue con ellos. Mi sacrificio era muy grande. Ahora repartía sus juegos, palabras, y caricias con muchos otros. Tuve que aprender a ser militante social para volver a tenerlo cerca, para recuperar aquello que ya tenía. Tuve que dejar de ser hijo único, para abrazar a nuevos hermanos. Tuve que adoptar a Pelota de Trapo como una segunda casa para ir a buscar sus abrazos y para escuchar sus historias”.

Mientras tanto, Alberto era arquitecto no sólo del futuro que construía para sus chicos sino también de los edificios que todos ocupaban. Ladrillo a la vista, iluminadísimos, arbolados, llenos de color y de cuadros con obras de arte impresas en la Imprenta Manchita. El hogar Pelota de Trapo, casa del niño, el hogar de adolescentes Juan Salvador Gaviota, todos con la misma impronta. “La belleza es un insumo tan importante como el pan. Los niños tienen que crecer en lugares bellos”, decía. Porque los chicos son materia prima no renovable. Cada uno que se pierde es una piecita menos del rompecabezas de la humanidad. Y no se puede reemplazar. Lo decía.

Alberto pensó un proyecto que seducía para la vida en un sistema que seduce para la muerte.

Los habitantes de las periferias resignan su rebelión en la tierra por un puntero de lentejas y su destino en el paraíso por una nube de leche en polvo. En esas cartografías comenzaron nuestros pibes a madurar su edad, donde sólo tuvieron el espacio indispensable para una mesa vacía. Esa precaria y desventurada mesa sin manteles donde la muerte va dejando, hora tras hora, sus migajas de mala levadura. Donde se vive a puro desperdicio, a puro dengue, a pura cloaca.

Dentro de los temas fundamentales de los políticos no se discute el hambre”.

El hambre es un crimen

Con Carlos Cajade, en la marcha desde La Quiaca

Cuando las políticas de la dictadura se extendieron claramente en gobiernos democráticos que siguieron las pautas del plan Martínez de Hoz, Alberto encabezó la unión de varios centenares de organizaciones de todo el país que confrontaron directamente con el poder político a través del Movimiento Nacional Chicos del Pueblo.

La fuerza y el peso de las marchas desde el norte hasta la Plaza de Mayo engendraron consignas que hoy tienen una solidez inquebrantable: El hambre es un crimen – Ni un pibe menos.

Aunque los años y las topadoras del clientelismo y la destrucción política hayan dejado los jirones de las antiguas organizaciones, el hambre es un crimen y sus criminales se pasean con desparpajo por las dependencias oficiales. Alberto lo sigue diciendo, desde estos 10 años de no haber aceptado morirse. Ni él ni nosotros.

“Los niños se van amuchando en las periferias de las grandes ciudades como racimos donde se vive y se muere de cualquier manera. Y el hambre se convierte en crimen porque es planificado, porque está destinado al exterminio.

Porque debemos decirlo sin ningún tipo de empacho: todo niño que muere de hambre muere asesinado”.


Suscribite

Suscribite al boletín semanal de la Agencia.

Sobre la fundación

Fundación Pelota de Trapo nació hace décadas para abrigar de las múltiples intemperies a niñas y niños atravesados por diferentes historias de vulnerabilidad social.

Sobre la agencia

Agencia Pelota de Trapo instala su palabra en una sociedad asimétrica, inequitativa, que dejó atrás a la mayoría de nuestros niños y donde los derechos inalienables de la persona humana solo se cumplen para unos pocos elegidos por la suerte