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Por Sandra Russo
(APE).- Nadie sabe quién fue el primero, ni cómo ni por qué se extendió, entre los desalojados, la amenaza última, la más terrible: prenderse fuego. Pero ante remates de casas por créditos impagos o desalojos compulsivos por usurpación, una vez y otra vez reaparece la triste solución final del desahuciado. Autodestruirse. Arder. “Voy a resistir a cualquier medida de desalojo.
Tengo combustible y una garrafa de gas para utilizarlos de ser necesario”, dijo una mujer jujeña, Adriana Melendres, vecina de San Pedro, después de vivir la extraña experiencia de ser desalojada y posteriormente reinstalada en la casa en cuestión por sus propios vecinos. En la última semana, del Centro Judicial de esa ciudad salieron varias órdenes de desalojos. Algunas las frenaron los ocupantes, pero otras tuvieron el opaco éxito de dejar a la gente en la calle. Ese fue el caso de Adriana Melendres, una mujer de apenas 33 años, que vive sola con sus cinco hijos de entre 15 y 6 meses de edad. Va otra vez: 33 años, cinco hijos. De 15 a 6 meses de edad. Una mujer, se deduce, que desde antes de salir de la adolescencia no dejó de parir. Y que fue abandonada por su marido. Una mujer sola con cinco chicos para alimentar. Una mujer sin casa. Alguien hundido seguramente en una desesperación sin tregua que primero se refugió en casas de familiares. ¿Quién da amparo a una mujer sola y con cinco hijos? ¿Quién agrega seis personas a su hogar? Puede uno imaginarse a ese grupo humano compacto y desolado de la madre, las crías, molestando, irritando, interfiriendo en el hogar de una abuela, una hermana, una tía. “Todo este tiempo viví agregada”, dijo Adriana. ¿Cómo será “vivir agregado”? ¿Qué límites de humillación, qué trastornos íntimos puede provocar la conciencia de “vivir agregado”? Le sugirieron a Adriana: ahí hay una casa llena de ratas y mugre. Una casa que está vacía desde hace veinte años. Ocupala. Y eso hizo. ¿Quién no lo hubiera hecho en su lugar?
La semana pasada, la mujer sola no pudo resistir el desalojo, y quedó con sus pertenencias y sus chicos en la calle. Pero los vecinos tomaron cartas en el asunto. Ellos fueron los que volvieron a colocar sus cosas en la casa que iba a seguir desocupada. Y además, estacionaron un camión en la puerta para bloquear el paso de un segundo desalojo.
Se dirá que la propiedad es privada y que hay leyes que se deben cumplir. Pero a esas verdades inobjetables habría que añadirles un par de preguntas cuyas respuestas deberían llegar prendidas junto a la orden de desalojo. ¿Qué hace una mujer sola con cinco hijos y sin trabajo y sin casa? ¿Adónde va cuando la desalojan por usurpación una mujer abandonada por su esposo y responsable de cinco niños? ¿Quién asiste, guía, protege, ampara a una mujer tan indefensa que mientras mastica esa indefensión debe criar a cinco seres humanos? Mientras esas respuestas no lleguen, no es extraño escuchar de boca de una mujer así una amenaza tan escalofriante como la de hacerse arder. Después de todo, el paisaje que esta sociedad le ofrece se parece, y mucho, al infierno.
Fuente de datos: Diario Pregón - Jujuy 10-03-05
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