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Por Silvana Melo
(APe).- El nombre de Roberto Pereyra fue una presencia fugaz en la vidriera mediática. Y ya se cayó de las agendas ministeriales, judiciales y sindicales. Para todos fue apenas un obrero ferroviario muerto por un accidente. Que en realidad es una víctima más en la bolsa anónima de los precarizados. Un caído más del capitalismo formador de cultos a la rentabilidad que desdeñan la vida. Roberto Pereyra murió quemado mientras hacía mantenimiento de un tren del Roca: la electricidad debía estar desconectada. Sin embargo, volvió a destiempo. “No sólo fallaron los semáforos del sector sino que no contaban con ropa adecuada ni calzado y los matafuegos no se encontraban cargados”, denunció Claudia González, su esposa. Ellos estaban asomando, apenas, de la muerte de su hijita de seis años por una enfermedad oncológica. Un crimen laboral, no un accidente, lo dejó con el 86% del cuerpo quemado mientras ella recorría hospitales y clínicas buscando la vida para él. Ahora son solas, ella y su otra niña, para luchar contra un poder que se ensaña con los frágiles.
“Debieron apagar el fuego con trapos mojados y la espera de la ambulancia llevó 40 minutos”, dice el comunicado de Claudia y los familiares de Roberto. Intentan hacer visible su martirio, que quedó encerrado en los libros accidentales. Mientras ella lo define como “asesinato laboral”. Esa madrugada del 19 de enero dos trabajadores del Ferrocarril Roca recibieron una descarga eléctrica cuando limpiaban los vagones en los galpones de Llavallol. Uno de ellos fue expulsado del techo por la fuerza de la descarga. Roberto Pereira recibió 25 mil voltios en su cuerpo. Luchó en una terrible agonía hasta que no soportó más.
Su familia denuncia como responsables al Ministerio de Transporte, a Trenes Argentinos y a los representantes de la Unión Ferroviaria. Un gremio con la celebridad amarga que nace ante el asesinato de Mariano Ferreyra, en una protesta en solidaridad con los tercerizados, justamente, del Roca. La propia Unión Ferroviaria de José Pedraza se cargó a Mariano, de 23 años, en plena lucha por las mismas condiciones de trabajo que diez años después mataron a Roberto Pereya.
“Mi nombre es Claudia, esposa de Roberto Pereira , víctima de asesinato laboral en el tren Roca, depósito de Llavallol. Mi esposo, un padre de familia, dedicó 13 años de su vida a trabajar en el Roca siempre expuesto a condiciones de precariedad”, escribe ella, en el comunicado que intenta reverdecer la memoria de Roberto y la injusticia fatal que lo mató. Con la misma desidia institucional y empresaria. Con el mismo desprecio de la cara sindical, más preocupada por sus vínculos empresariales que por la vida de sus trabajadores. Décadas de displicencia de los sindicatos patronales ante los obreros expulsados del sistema.
“Fueron los propios compañeros de Roberto quienes lo asistieron luego de recibir una descarga eléctrica de 25 mil voltios; debieron apagar el fuego con trapos mojados y la espera de la ambulancia llevó 40 minutos. El lugar no cuenta con una ambulancia para posibles accidentes bajo la justificación de que resulta demasiado caro”, dice Claudia. Dicen los familiares.
El ministerio de Transporte pasó la página. La tragedia no fue tan importante como la masacre de Once, que obligó a la justicia a condenar. Ahora es apenas un trabajador.
Pero además, una mujer y una niña luchando con las ausencias irreparables. Y con la prepotencia de los dueños de las vidas y las cosas.
Edición: 4162
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