Una etnia, una infancia

Aniquilar el pasado. Matar el futuro

El origen de todo adulto está en su niñez. La infancia es lo originario que nos habita. La cultura represora sabe cómo empezar: siempre por el principio. Y el principio es lo originario. Una etnia, una infancia

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Por Alfredo Grande

(APe).- El filósofo León Rozitchner me enseñó que las preguntas fundantes de la filosofía son:  el origen, el destino y el sentido de la historia. Entre el origen y el destino hay un tránsito. En el mejor de los casos. En la actualidad de la cultura represora, más que tránsito hay un hiato. O sea, un corte. Ese corte es lo que se llama desde el horizonte del análisis institucional, los períodos fríos de la historia. La época glacial donde no hay cambios. Apenas estiramientos. Ni siquiera es un tiempo circular.

La lucha de clases se congela. Algunos y algunas llaman a eso “comunidad organizada”. Lo cual comparto, mientras se aclare que es organizada por el gran capital. Para que todo tiempo pasado sea mejor, la receta utilizada es que todo tiempo futuro sea peor. Las infancias no son expulsadas del paraíso, por la sencilla y cruel razón de que nunca estuvieron en él. Ni siquiera se puede decir que son desterradas, porque no es lo mismo pisar el barro contaminado que la tierra fértil.

Resulta evidente que el futuro no nos pertenece. Que el futuro nunca será nuestro. No es lo mismo el paraíso perdido, que el paraíso nunca encontrado. El tránsito de ser los únicos privilegiados a la absoluta carencia de los derechos básicos, en uno de los congelamientos de la historia más atroces. El objetivo: que los únicos privilegiados no tengan la mínima oportunidad de un destino como sujeto político revolucionario. Por eso se agrava el hambre, y el crimen sigue impune.

El origen de todo adulto está en su niñez. La infancia es lo originario que nos habita. Cuando tenemos todas las de perder, la convicción más profunda es que nunca habrá nada para ganar. La cultura represora sabe cómo empezar: siempre por el principio. Y el principio es lo originario. Una etnia, una infancia.  La lógica es la misma.  La destrucción de lo originario permite un formateo, una manipulación, una construcción perversa del destino.

Hoy se habla, se escribe, se filma, sobre distintos futuros distópicos. O sea: de formas aberrantes, distorsivas, donde el agua potable no existe, donde el agua apta para el consumo humano tiende a desaparecer, y apenas quedarán líquidos envenenados. Del agua vinimos, pero al agua no volveremos. El origen de todos los orígenes ya ha sido saqueado y mercantilizado.

Las etnias, las infancias. Aniquilaron el origen, matan el futuro, y construyen restituciones al modo de reemplazar el pasto por asfalto pintado de verde. La pregunta que aprendí de León Rozitchner sigue abierta: ¿Cuál es el sentido de la historia? Y agrego: ese sentido lo van a seguir dando las oligarquías concentradas en pequeños grupos de infinito poder o ese sentido lo van a dar aquellos y aquellas que han decidido defender lo originario que nos habita para descongelar la historia y un futuro que sea capaz de volver a construir los paraísos expropiados.


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