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Por Carlos Del Frade
(APe).- “Con un oído en el pueblo y otro en el Evangelio”, dijo y practicó de forma cotidiana el obispo de La Rioja, Enrique Angelelli. El 4 de agosto pasado se cumplieron 39 años de su asesinato en una ruta de las tierras defendidas por las montoneras de Facundo y el Chacho. Tenía solamente 53 años. El Pelado tenía una mirada crítica del último peronismo de los años setenta, al igual que otros dos obispos, Alberto Devoto, de Goya, Corrientes; y Antonio Brasca, de Rafaela, provincia de Santa Fe.
Devoto, referente de la lucha de los campesinos contra la explotación terrateniente, y Brasca, organizador de barrios, consejero de delegados de base y denunciante de cualquier tipo de discriminación y abuso; murieron antes de tiempo.
El correntino en otro extraño accidente de ruta, el 28 de julio de 1984 y el santafesino, cosido por el cáncer, el 26 de junio de 1976.
A la muerte de Perón, producida el primero de julio de 1974, Angelelli, Devoto y Brasca emitieron un documento que cuestionaba el giro hacia la derecha de aquella administración nacional y llamaban a un verdadero protagonismo popular.
Aquellas prácticas sacerdotales que iban a fondo contra los mercaderes que habían usurpado el templo de la vida colectiva y enfrentaban a los crucificadores cotidianos, los dueños de casi todas las cosas, merecen ser recordadas en estos días.
Por eso es necesario leer aquel documento de tres notables obispos que tuvo la Argentina en tiempos nada sencillos.
Nuestros pueblos de La Rioja, Goya y Rafaela
En diversas ocasiones cada uno de nosotros hemos escrito a los cristianos de nuestras respectivas iglesias locales. Hoy queremos hacerlo en forma conjunta, como expresión de comunión intereclesial, dirgiéndonos a nuestros pueblos de La Rioja, Goya y Rafaela.
Fieles al Concilio y al Magisterio de la Iglesia en Latinoamérica y en Argentina, claramente expuesto en Medellín y San Miguel, que nos guía, orienta e impulsa a la acción, queremos ser solidarios con nuestro pueblo y comprometernos, cada vez más, con él en su proceso histórico, entendiendo que este debe manifestarse hoy con nuestro aporte concreto en el momento actual.
Es misión de la Iglesia asumir la conciencia del pueblo e interpretarla, escuchándolo, captándolo y entendiendo sus expresiones, “porque la Iglesia es la conciencia del mundo”. Sólo así podremos unir nuestro aporte al suyo para que pueda expresarse y organizarse, para que sea él, el auténtico protagonista de su destino histórico.
Después de largos años nuestro pueblo ha podido expresarse y ha hecho una opción que es profunda y va más allá de los límites de los partidos políticos. Ha optado por una concepción de vida, un estilo de vida, un núcleo de valores hecho carne en su tradición auténtica y en su historia.
El pueblo argentino ha optado por un camino que le es propio. Ha optado por una concepción liberadora de la vida, que tiene como raíz los valores encarnados en su propio ser. No optó ni por el sistema liberal que hasta ahora lo ha oprimido, ni por la rigidez dogmática de un régimen marxista. Quiere construir su propia vida social, política, cultural y económica abierta al tiempo y a la historia, sobre la base de la justicia, la libertad y la soberanía.
Con conciencia y profunda intuición ha elegido a quienes hoy deben ser los intérpretes fieles de su propio ser.
Ahora bien, para asegurar la continuidad de este proceso ya iniciado, es necesaria una plena fidelidad a todo aquello que constituye la verdadera liberación de todo hombre y de todos los hombres, sin excepción.
Esto no se logrará:
1. Si todos nosotros, como pueblo, no asumimos un real papel de protagonistas de este proceso de reconstrucción;
2. Si como pueblo no nos mantenemos fieles a nuestros propios movimientos de base, para lograr que se realicen nuestras legítimas aspiraciones y expectativas;
3. Si no estamos dispuestos –con una entrega generosa y sin cuestionamientos estériles- a compartir juntos los inevitables sacrificios y exigencias que lleva consigo todo proceso liberador,
4. Si los que tienen la responsabilidad de servir al pueblo en una tarea de conducción no están dotados de honestidad, de sensibilidad humana, de capacidad para interpretar las expresiones e intuiciones del pueblo, y si no se esfuerzan constantemente por tener una visión clara de los objetivos de la revolución social en nuestro contexto argentino;
5. Si nosotros como cristianos no asumimos con coraje y esperanza las exigencias de nuestra fe en este proceso de liberación.
Lo que implica:
-un serio y real compromiso con los sectores más pobres y marginados –campesinos, changarines, hacheros, peones, obreros- exigiendo el reconocimiento de su derecho a ser incorporados al quehacer nacional y a participar organizadamente en las decisiones a nivel local, regional y nacional;
-vivir en plenitud los valores del Evangelio –justicia, fraternidad, igualdad, entrega de si mismo- y a la vez abierta a todos los valores manifestados en todo hombre de corazón recto;
-mantener un espíritu de crítica constructiva, tendiente a evitar que el proceso de liberación se desvirtúe y se convierta en opresor del hombre.
Que el Espíritu del Señor nos de a todos su Fuerza, para que seamos capaces de hacer todo esto.
Enrique Angelelli Alberto Devoto Antonio Brasca.
Obispo de La Rioja Obispo de Goya Obispo de Rafaela.
Edición: 2975
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