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Por Alfredo Grande
Dedicado a Matilde Ruderman, militante por los derechos humanos. Comprometida con lo justo, lo necesario y lo bello. No te olvidaremos.
(APe).- El amor en los tiempos del exterminio financiero, parafraseando el título de una novela de Gabriel García Márquez, no puede ser indemne a la banalización y la degradación de todas las formas de la vida. Quizá con la única excepción de los “muertos vivos”, que algunos llaman zombis. El ciudadano en situación de zombi se ha hecho mayoría, siempre silenciosa. En realidad, tampoco tiene mucho para decir. Apenas escuchar, apenas garabatear algunos o varios o muchos whatsapp, o twitear, o Instagramear.
Más allá de los buenos servicios al Gran Hermano, hasta el Facebook empieza su decadencia después de no mucho más de 11 años de gloria. Yo sigo esperando que la Citroën vuelva a producir al 3CV, con el cual pude ser feliz muchos años. Que ahora caiga en la cuenta que apenas estuve contento, no es motivo para no seguir añorando al único auto refrigerado por aire. El 3CV cayó por sus virtudes, no por sus acotadas limitaciones. Como los mejores revolucionarios.
Los tiempos del amor siguen siendo vigentes. El amor es invocado, convocado, reclamado, solicitado, endiosado, idealizado, incluso pagado. El amor vence al odio, dice el mantra publicitario. Seguramente la misma empresa que inventó: “todo va mejor con coca cola”. Como la derecha siempre tiene razón, aunque sea una razón represora, quizá tenga razón y el amor venza al odio. Pero lo vence por “walkover”. O sea: porque el odio no se presenta. Ni el sometido, humillado, saqueado, explotado, pone en la cancha del conflicto social, o sea, de la lucha de clases, su odio. De hacerlo, el rayo misterioso de la culpa hará nido en su pecho.
Toda lucha debe sostenerse en la bandera del amor. Torturas, purificaciones, castigos anti herejías. Todo se hace en el nombre del amor. Porque te quiero te aporreo. Porque te amo te castigo. Porque te amo demasiado te aniquilo. Porque te amo amenazo con dejar de amarte. Porque te amo te endeudo, porque te amo te noqueo a tarifazos, porque te amo contamino tierras, porque te amo quiero que me votes. Entonces invocar al amor, como mera abstracción, incluso sin mencionar al vínculo amoroso, deviene reaccionario. La cultura represora lo hizo. Logró que hasta el amor, del decían que era nunca tener que pedir perdón, sea un instrumento del sometimiento.
El primer ensayo a escala global fue el amor sacramentado en ese mandato eterno del matrimonio. Institución destinada a la producción, circulación y herencia de un patrimonio. Campo de exterminio del placer, de la ternura, de la alegría, de la creatividad. Los matrimonios que escapan a ese funesto destino, no es porque están casados, sino porque siguen “amorados”. Y para eso tampoco es necesario la libreta o el anillo.
El vínculo amoroso desborda el corralito matrimonial y se expande en amistades, compañeras y compañeros, militantes de la vida, proximidades e intimidades, incluso las más efímeras. A esa matriz vincular deseante la he denominado familiaridad, y es en el único amor que creo. Pero a la cultura represora le importa tanto la familiaridad, como a un águila el destino de su presa. La clase dominante tiene mucho más claro, mucho más preciso, a quién amar y a quién odiar. Odia todo aquello que amenaza su poder, sus privilegios, su autoconservación, su área de confort, sus robos y sus regalías.
Se verifica una extraña paradoja: el hambre es un crimen, pero la alimentación también lo es, agrotóxicos mediante. Muere si no comes, y si comes también mueres. La única elección es si es al contado o en cuotas. Pero morir por comer y por no comer morir, es la única opción de millones de personas. Amamos los venenos, y cualquier lugar donde venden “comida chatarra”, lo verifica diariamente por miles de consumidores.
¿Tendremos que olvidarnos del amor? Al menos, tendremos que desterrar de nuestra subjetividad colonizada los amores de tercera marca. Que son los que matan, los que enferman, los que llevan a votar a los verdugos, a los traficantes de esclavos, a los banqueros más o menos solidarios. Porque la tercera marca, de tan degradada, sólo conserva del amor la palabra. La cosa ha sido pulverizada. Si amor con amor se paga, al menos no paguemos con amor de primera marca, el de tercera marca que recibimos.
Vigilar no es amar; castigar no es amar; controlar no es amar; agraviar no es amar; saquear no es amar. Los amores rigurosamente vigilados son una forma alienada del amor. Seguimos amando a muchas y muchos que nos han maldecido. Incluso se ha inventado un Síndrome de Estocolmo para designar el enamoramiento de la víctima por su victimario. Si en todo caso es amor, es amor de tercera, incluso de cuarta marca.
La mujer nueva y el hombre nuevo deberán inventar nuevas formas de amar. Y dar paso a las nuevas formas de odiar al victimario. Porque no necesitamos manotazos de ahogado. Necesitamos aprender a nadar.
Edición: 3614
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