Un descenso más a los infiernos

Amenazas narco contra el periodismo rosarino

La fuerte amenaza contra el periodismo rosarino de hace escasos días es consecuencia de una larga historia de saqueos contra la ex ciudad obrera. Y representa un descenso más al infierno de los últimos veinte años por el lavado de dinero, los nichos de corrupción en todos los niveles del estado y los negocios del narcotráfico y las armas.

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Por Carlos del Frade

(APe).- Las amenazas contra el periodismo rosarino tienen una finalidad política. Buscaron y lograron una repercusión nacional y, al mismo tiempo, una conmoción profunda en la población de la ciudad que sigue el pulso existencial de su castigada pero resistente cultura basada en el trabajo. Las grandes mayorías insisten, cada día, en salir de sus casas para buscar el sustento cotidiano a partir de los valores genuinos de sintetizados en hacer el bien por encima de cualquier otra posibilidad. A pesar de las balaceras, las usurpaciones y las zonas liberadas que construyen los nichos corruptos de las fuerzas de seguridad.

Las grandes empresas mediáticas de la ciudad mutaron en los años noventa a partir de la aparición de los grandes conglomerados que concentraron diarios, revistas, canales de televisión y radios de amplitud y frecuencia modulada en pocas manos. Nació la era de la noticia obediente. Informar en tanto y en cuanto no molestara a algún amigo o socio de los nuevos dueños de los medios de comunicación. Pauta de comportamiento no solamente verificable en Rosario si no en toda la Argentina.

En la segunda década del tercer milenio, los gerentes de los grandes medios de comunicación provinciales y nacionales ya no se conformaron con ser parte de la nueva oligarquía argentina configurada en las mil empresas que más facturan en la geografía saqueada, sino que además querían poner reglas en el juego de tronos vernáculo: participar en las decisiones de los gobiernos, elegir y sacar jueces o fiscales y presionar para generar mayores ganancias a sus empresas u otras vinculadas.

Las trabajadoras y los trabajadores de prensa de los grandes medios de comunicación, tanto de Rosario como de la provincia y también del país, están siempre sometidos a la posibilidad de ser echados o ninguneados de acuerdo al humor de estos gerentes empresariales que entienden poco y nada de información y noticias.

Rosario fue el corazón obrero del país y del Sur de América.

La política de los grandes partidos suele rendirse y subordinarse a las reglas de juego que imponen estos señores feudales. Intereses que suelen diversificarse en esa forma rápida de acumular y reproducir el dinero a través de los desarrollos inmobiliarios, etapa de acumulación del capitalismo vernáculo que fue paralelo y simultáneo a la conversión de bandas barriales identificadas con el negocio de la violencia y que en la misma época eligieron apostar al narcotráfico.

El martes 11 de octubre de 2022, a nueve años del atentado contra el entonces gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, un trapo, tal como se dice en la jerga de las barras bravas también vinculadas en muchos casos a los negocios ilegales en la cancha grande de la realidad rosarina, sintetizó una nueva amenaza contra las trabajadoras y los trabajadores de prensa de la ciudad, apuntando directamente contra sus vidas.

En esa mañana, sobre una reja que da al Monumento Nacional a la Bandera y en el predio que ocupa Canal 5 ahora devenido en Telefé Rosario, apareció el trapo tribunero: “A todos los medios de Rosario. Dejen de ensuciar y condenar a los pibes con la lengua porque vamos a matar periodistas. Con la mafia no se jode. Si no, caravana con el Noba”.

La muchachada periodística rosarina que todos los días se la juega para ir a colaborar con las necesidades del pueblo estragado merece un profundo abrazo, un acompañamiento sincero y una protección que desde hace años necesita.

Pero también se merecen, como toda la población, una relación sincera con sus patrones que creen que pueden manejar todo como si fuera un cambio de horario en la grilla de sus programaciones. Están perversamente equivocados.

La amenaza contra el periodismo rosarino es consecuencia de una larga historia de saqueos contra la ex ciudad obrera, portuaria, ferroviaria e industrial.

Muchas veces escribimos que Rosario era el corazón del cordón industrial más importante de América del Sur después de San Pablo. “Rosa crispada siderúrgica y obrera” y “capital de los cereales que te levantas junto al río Paraná”, decía una vieja canción del folklore argentino. Fue así desde los años cincuenta a los noventa.

Casi cuarenta años de tres turnos en los talleres metalúrgicos. Plumas flamígeras en las fábricas que iluminaban la noche rosarina. Faros que trajeron grandes corrientes migratorias de diferentes provincias del litoral argentino.

Los planes políticos económicos que se impusieron desde entonces quebraron la espina dorsal de aquella columna vertebral de ciudad obrera, industrial, portuaria y ferroviaria. Desde entonces Rosario fue una ex ciudad obrera.

Florecieron los servicios y en los barrios se multiplicaron los espacios vacíos, los agujeros negros de la desocupación. Las privatizaciones de los puertos y del Banco Provincial de Santa Fe fueron las herramientas de dos de los grandes negocios del capitalismo internacional y regional: narcotráfico y contrabando de armas. Y a partir de 2007, floreció el boom inmobiliario para fabricar casas que no importaban si servían para que la gente viviera. Pero sí servían para lavar dinero en muchos casos.

Cuando apareció el trapo en cercanías de Canal 5, toda esta historia quedaba sintetizada en esa frase.

Esta amenaza contra las y los trabajadores de prensa de Rosario representa un descenso más al infierno construído en los últimos veinte años por el lavado de dinero, los nichos de corrupción en todos los niveles del estado y los negocios del narcotráfico y las armas.

Es hora de otra cosa, de otra política.

Mientras tanto abracemos a las periodistas y los periodistas.

Las personas que desde hace años están amenazados con perder sus puestos de trabajo si no respetan los designios de los patrones de los grandes medios de comunicación. Amenazas menos groseras pero reales y casi cotidianas.


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