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Por Sandra Russo
(APE).- Últimamente, después del tremendo tsunami asiático, arreciaron las noticias científicas que, a la luz de la catástrofe real y concreta, fueron escuchadas con otro tipo de atención. Pronostican, algunas de ellas, cambios climáticos globales que desencadenarán en algunos casos desastres como inundaciones, y en otros sequías aniquiladoras.
Acá abajo, en la Argentina, sabemos qué significa la inundación. Todavía nuestras retinas retienen las imágenes santafesinas de la última. Escenas de desgarro de gente abandonándolo todo. Pero acá abajo, en la Argentina, también tenemos un arriba en el mapa. Allá arriba, bien arriba, en Misiones, no hace falta esperar diez años para saber cuál es la marca de la sequía, que si bien se anuda a desastres forestales rastreables en la historia del mal uso de los suelos, también se anuda al olvido y a la indiferencia en la que sobreviven poblaciones enteras.
Sector C del asentamiento de Miguel Lanús: ciento sesenta almas, adultas e infantiles. Desocupación, miseria. Viven sin agua potable. La que necesitan, para comer o bañarse, la sacan de un arroyo contaminado con líquidos cloacales de los barrios A3, 2 y Fátima. La mitad de los habitantes del asentamiento tienen infecciones de piel. Erupciones, lastimaduras, costras. Las bacterias atacan cuerpos pequeños que en muchos casos están desnutridos. Con las defensas bajas, la fauna ávida del arroyo los toma por asalto y se les instala adentro. Desde la sala de primeros auxilios a la que las madres llevan a sus chicos se intenta dar batalla, pero es inútil. Al arroyo contaminado se vuelve una vez más. ¿Cómo sobrevivir, si no, sin agua? Una pregunta primaria sin respuesta en incontables lugares del interior argentino.
A la zona del Sector C de Miguel Lanús un día llegó, hace mucho tiempo, una cuadrilla de empleados municipales. Parecía que alguien se había acordado de los pobladores del asentamiento. Dejaron colocado aquel día un tanque de mil litros. Parecía que alguien, finalmente, iba a permitirles no volver al arroyo. Pero el tanque sigue allí como el primer día: vacío. Un símbolo casi perverso de lo que merecen y no tienen. Tampoco los visita, como antes y como también es frecuente en esas poblaciones del norte, el camión aguatero que solía abastecerlos. Eugenio Cantero es el presidente de la Cooperativa de Agua Potable del barrio. Es que en esos lugares el agua es un bien tan escaso, que las poblaciones forman sus cooperativas para no canibalizarse en la distribución del recurso, y para protegerse del uso político que tantas veces se ha hecho del agua. A los barrios afines, el clientelismo los premiaba con agua. ¿Ciencia ficción del futuro inmediato? ¿Una película de cine catástrofe mostrando cómo, ante la sequía, el poder de turno compra votos con agua? Eso pasa desde hace décadas en la Argentina. Eugenio Cantero, presidente de la Cooperativa de la que depende también un comedor con doscientos comensales por día, dice: “Me parece que hay desidia por parte de los funcionarios”. Así de resignados son. Se les infectan los chicos por el agua envenenada y ellos sostienen con mesura que hay desidia. Hay desidia, claro, y desvergüenza.
Fuente de datos: Diario El Territorio Digital - Misiones 27-01-05
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