Agentes naranja

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Por Silvana Melo

   (APe).- El naranja aluvional espera en los bordes de las rutas, empuja en las cartelerías urbanas, resalta en las páginas de los diarios y envuelve las combis que circulan con una sola palabra: Presidente. Daniel Scioli cumplirá el año que viene ocho extensos y arduos ejercicios provinciales a cargo de la Gobernación más compleja. La que aglutina a más del 35% de la población del país. Aquella paradójica donde impone un modelo ortodoxo policial y clientelista, donde la pobreza, la marginalidad y la vulnerabilidad se cronifican y, a la vez, lo lanzan, al Gobernador Naranja, a la carrera estelar por la Presidencia.

El, que descree de las maldiciones y de las cruces de sal que la historia ha asestado de este lado de la General Paz.

A estas alturas, ya tiene su presupuesto. Que no es cualquier presupuesto: es el presupuesto del tobogán que lo depositará (está convencido) en el sillón de Cristina cuando ella se levante y lo deje para volver a Calafate. Por eso es un presupuesto plagado de policías, de armas, de patrulleros y chalecos antibalas. Y escaso de educadores. Un presupuesto descollante de oleaje naranja. Y pobre en programática infantil. Un presupuesto de campaña, de oro hacia afuera, de hierro hacia adentro. Que confirma un statu quo de desigualdad extrema. Un estado que incluye a unos entre algodones y a otros entre ortigas. Los últimos son mayorías.

El monto para gastar en 2015 aumentó en un 36%, en un sinceramiento del porcentaje inflacionario previsible que, hacia la gente, no se reconoce jamás. A la salud y la educación, sin embargo, les tocó un aumento más petiso: 28%. Porque la gran estrella es, nuevamente, la seguridad: se disparó un 66%, a costa de los paquetes de programas sociales que, de todas maneras, suelen gozar de un nivel indecoroso de subejecución.

El Gobernador Naranja ha tomado decisiones de campaña coherentes con su patrón filosófico. Aumenta el poder de fuego del Estado y disminuye las herramientas de defensa de las franjas más débiles. Que son las más inseguras. Y no tanto por su propiedad privada (que suele ser escasa) sino por su azarosa alimentación, su deterioro sanitario, su vivienda deficitaria, su frío en los inviernos, sus incendios en los veranos. Nada de esto se resuelve con ninguno de los 246 mil millones de pesos con que el Gobernador armó su esquema presupuestario.

Nada de esto se resolvió con la emergencia en seguridad decretada hace seis meses (600 millones de pesos para comprar 1.000 móviles equipados, 30.000 chalecos antibalas, 10.000 armas con sus municiones), que desjerarquizó la otra inseguridad, la más sostenida, la que nace de las vísceras y se desviste en la calle día tras día: seis veces menos (104.760.000) eran destinados a la alimentación, la salud y la atención diaria de los chicos que viven en organizaciones sociales a la buena del dios que atiende en los escritorios de la Secretaría de Niñez o de los programas UDI (Desarrollo Social). Con una aleatoria decisión política de pagar o no los programas becarios, según el humor de los funcionarios de turno. Que, lamentablemente para los niños y las organizaciones (parias sistémicos) suele ser malo.

Nada de esto se resolverá con la incorporación de 25 mil nuevos policías. 15 mil de ellos para una nueva fuerza, esta vez local. Las políticas de seguridad y social se abrazan en un solo concepto, profundo y definitorio (también, acaso, definitivo): la consolidación de las herramientas represivas (una sábana que cubre hasta la nariz) para disciplinar a la multitudinaria desnudez de los pies. La seguridad no es el abrigo de los desnudos. Sino el castigo a los resistentes. El CELS y la Comisión por la Memoria calculaban unas 280 muertes en manos policiales durante un año de la emergencia.

Desde el 2008, las partidas para Educación caen porcentualmente sin pausa: desde el 33,2% al 27,81 para 2015.

Pero éste es un presupuesto de campaña: el aluvión naranja se llevará un 40% más de inversión publicitaria que en 2014.

Por las dudas, el inmaculado Servicio Penitenciario Bonaerense tendrá un presupuesto aumentado en un 57%. Preparadas y amorosas, sus cárceles, para recibir a tantos de los 220.000 chicos que se guarecen, desdeñados por el Estado, en las organizaciones sociales. Con becas de 450 pesos intocados desde 2009. Apenas 99 millones (de 246 mil) que a veces se pagan y a veces no. O los 1675 que viven en hogares y que le cuestan al Estado poco más de dos millones. Que a veces se pagan y a veces no. O los 6250 que pasan por los centros de día, con becas de 650 pesos. Una erogación de 3.750.000 pesos que a veces se pagan y a veces no.

Más policía y más cárceles redondean con moño y brillantina el presente ideológico con el que el Gobernador Naranja aspira a llegar a la Nación.

Si es que se calza la pata de conejo, cruza los dedos y toca madera. Porque hay que vencer la oscura condena de la Provincia.

Jamás un gobernador fue elegido presidente. Ni con la policía.

 

Edición: 2816


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