Adoptables

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Por Silvana Melo

(APe).- La pobreza suele conceder al Estado el uso sistemático de sus herramientas de apropiación. Por pura impotencia suelta a sus hijos recién nacidos. El Estado los expropia y los coloca a gusto del solicitante. Es posible que la madre haya podido sostener algunos años a un hijo que ya tiene sus señas particulares, su identidad construida, sus marcas de origen. Pero ella finalmente acabó de derrumbarse, quebrada por una vida que la atravesó como una daga.

Si su niño o su niña tiene diez, doce, trece años, el Estado lo succiona, intenta moldearlo en su estructura y lo pone en oferta en su vidriera festiva. Como la provincia de Santa Fe, que ofrece una niña de 13 años. Una chiquita que “goza de buena salud y se destaca por su energía (…). Cumple sin dificultades con los objetivos escolares y asiste regularmente, excepto el día de su cumpleaños que siempre pide no asistir para poder disfrutarlo más”.

Quien va a buscar a esa niña,ofrecida por el Estado como una potencial hija maravilla, lo hará con las más bellas intenciones: poder construir un sitio de felicidad asequible, una familia sin sangre pero con un destino en ensamble. Sin embargo, cuando los niños tienen  diez, doce, trece años, la adaptabilidad mutua se complica. Los niños ya no son maleables. Ya llegan construidos a una familia de sustitución. La maravilla se va volviendo decepción. Y es ése el momento en el que tantas familias dejan de pensar en esa criatura y sólo se conduelen de su propio desasosiego.

El aviso apareció en los diarios de Santa Fe y de capital federal. “Convocatoria pública. El Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia convoca a todas aquellas personas que quieran adoptar una niña de 13 años”.

Exactamente 139 años antes, en un octubre de 1878, La Nación publicaba otro aviso: “El Ministerio de Guerra Informa a la ciudadanía que los días 5 y 6 del mes en curso se entregarán indios para su utilización en estancias ganaderas. Las indias aún salvajes pueden ser útiles en tareas domésticas en las residencias de las familias porteñas”.

En octubre de 2017 el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Santa Fe describe: “la niña goza de buena salud y se destaca por su energía. Actualmente está cursando el sexto grado del colegio. Es buena alumna, cumple sin dificultades con los objetivos escolares y asiste regularmente, excepto el día de su cumpleaños que siempre pide no asistir para poder disfrutarlo más”.

En 1878 el Ministerio de Guerra amplía: “Es necesario destacar que la comportación de las indias dista de ser civilizada por lo que es menester la adaptación de las infelices”.

Fue más sincero que el Ministerio de Justicia santafesino: “quiere ser peluquera y se divierte peinando y maquillando a sus amigas, también le gusta mucho dibujar y hacer manualidades”. La vidriera muestra a una niña animé, perfecta, sin conflictos, con un botón para la alegría y otro para la manualidad.

En 1878 el Ministerio de Guerra extiende la oferta: “también hay a disposición de los señores comerciantes y firmas de esta plaza, indios menores de edad. Los infelices, aun careciendo completamente de las gracias de la civilización, pueden utilizarse con sumo provecho para mandados diversos”. Son pinzas y martillos, herramientas de trabajo sin “las gracias de la civilización” como el deseo y el pensamiento. Pero que pueden moldearse para que sean pinzas y martillos obedientes.

En este octubre, el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Santa Fe asegura que “si bien se siente cómoda en la institución que la aloja, su deseo es el de encontrar un hogar y anhela formar parte de una familia”.

Familia que probablemente vaya a detrás del artículo que publicita el Ministerio. Como una muñeca que habla y canta, centro de mesa de clase media que crecerá ad hoc. Pero que después, en el día a día, el artículo publicitado será otro. Fallará. Con angustias, extrañamientos, memoria aplazada que aparece cuando menos se piensa.

139 años atrás, en octubre de 1878, el Ministerio de Guerra en el aviso en La Nación cerraba: “el reparto de los salvajes se realizará gratuitamente en el Hotel de Inmigrantes, los días 5 y 6 de octubre de 8 de la mañana a 6 de la tarde.” Observados los dientes y los pies, señoras y señores se llevarían a sus casas ejemplares valiosos de personas “sanas y sin tachas” reducidas a objetos de mercado. Con posibilidad de devolución en caso de falla.

En este octubre de 2017, el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos en el aviso de Página 12 cerraba: “quienes decidan asumir el compromiso de ofrecer un entorno familiar de afecto y protección se pueden contactar con el Registro Unico de Aspirantes a Guardas con Fines Adoptivos (RUAGA)”. Observados los botones para la alegría, para la manualidad y para desactivar cualquier registro de conflicto, los adquirentes se llevarán a sus casas un valioso ejemplar sano, sin tachas, sin recuerdos demoledores, sin una historia que le marque el día a día como un hierro ardiente, sin las caries precoces de la pobreza, sin la piel desventurada de la escasez de nutrientes, sin los huesos debiluchos de la ausencia de calcio.

Un objeto preciado del sistema. Con garantía de devolución en caso de falla.

Los ministeriales de Santa Fe fueron felices, convencidos de haber pergeñado una pieza de creatividad y progresía. Quienes acudan respondiendo al aviso lo harán con las más bellas intenciones: poder construir un sitio de felicidad asequible, una familia sin sangre pero con un destino en ensamble. Sin embargo, cuando los chicos tienen diez, doce, trece años como la nena que publicitan los ministeriales de Santa Fe, la adaptabilidad mutua se complica. Los niños ya no son maleables. Ya llegan construidos a una familia de sustitución.

La experiencia de la devolución –como a un artículo con deficiencias- se vuelve frecuente: se lo admite desde las instituciones oficiales en voz muy baja.

Ese segundo abandono es atroz. Y suele predisponer a esa vida pequeña a ser apenas un compendio de desamparos.
Un juguete con chip de la alegría y botón desactivador de conflictos. Puesto violentamente en otra vida real. Que casi siempre no es la de los sueños.

Edición: 3471


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