Adopciones: niños y adolescentes como oferta de mercado

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Por Claudia Rafael

(APe).- Cientos de chicas y chicos integran los registros. Asoman publicitados como ofertas en un mundo regido por el mercado. Con palabras que cautivan o conmueven. Sociables, amantes del cine o deseosos de ir por primera vez, amigueros, cariñosos, con dificultades para el aprendizaje en algunos casos o muy buenos alumnos, en otros; en tándem amplio de hermanas y hermanos o solos, “observante de los hábitos de higiene”, “es una adolescente sana” o padece alguna enfermedad congénita; “le gusta participar en actividades religiosas” o bien “es afectuoso, alegre y activo que expresa su deseo de vivir en familia”. Nunca cuentan, las ofertas, de esas rebeldías que estallan por una historia familiar e institucional que los vejó, los castigó e intentó doblegarlos. Los diarios publican avisos pagos en nombre de la justicia que arrancan con un repetido “BÚSQUEDA DE FAMILIA” y concluyen con un “Si DIFUNDÍS esta convocatoria aumenta la posibilidad de encuentro afectivo”. Así, con mayúscula en ambos casos.

Chicas y chicos con historia propia. Con un recorrido vital que queda sellado como un tatuaje en el alma. En las venas. Pero que es publicitado como ajeno a las leyes que la biografía, la biología y sus contextos les fueron escribiendo en su adn. La “Búsqueda de familia” ofrece pocos bebés y cientos de adolescentes a los que se muestra ajenos a sus árboles genealógicos, a sus padecimientos, a sus afectos. Sin esa aureola de pasado que nos marca a los seres humanos para bien y para mal. Esa aureola que aparecerá en la nueva familia como un elemento ajeno a los condimentos ofrecidos en los avisos. Como una falla no anunciada –ni siquiera en la letra chica de los contratos- en esa mirada mercantilizada de la vida. Que lleva sistemáticamente a la devolución de los chicos y chicas adoptados con más de 8 años en un 50 por ciento de los casos. Niñas, niños y adolescentes a los que simplemente se les dice: “¿te gustaría vivir en una familia?” omitiendo el doloroso y punzante detalle de un proceso complicadísimo que, en el caso de que una familia los adoptara, podría terminar en la devolución.

Los criterios de uniformidad en las descripciones y categorizaciones atraviesan 14 provincias que aparecen en el área “Buscamos familias” del ítem “Adopción” dentro del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Nación. O que, en el caso de la provincia de Buenos Aires se desgrana a lo largo de 183 avisos dentro de la “Convocatoria Pública de Postulantes” de la página de la Suprema Corte de Justicia.

Suelen estar detallados el día de sus cumpleaños, las iniciales del nombre y la pertenencia o no a un grupo de hermanos. En ocasiones simplemente delinean que “es impulsivo, logrando controlar sus emociones con acompañamiento”.

Cambian, a veces, los marcos teóricos de una u otra gestión. Se modifica el lugar en el que se coloca el acento: en las infinitas familias deseosas de cubrir un hueco producto de historias de infertilidad o dolorosas tragedias o bien, en niñas, niños y adolescentes que “merecen ser adoptados”.

Hay quienes, entre los varios centenares de adoptables, tienen 14, 16 ó 17 años. En alguna de las cientos de historias hay chicas adolescentes que ya son madres de niñas o niños de 2, 3 ó 4 años. A todos ellos se les venden mundos de fantasía que tarde o temprano se desharán en espejitos de cartón.

Hay –según una extensa nota publicada en La Nación hace algunos días- unos 3800 legajos de personas inscriptas en la Dirección Nacional del Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Dnrua). “El 88,73% están dispuestas a adoptar a niños de hasta un año y el 90% de hasta dos. La contracara es que solo el 6,07% aceptaría a chicos o chicas de hasta 10 años y apenas el 0,26% de hasta 13. Por otro lado, el 46,60% están anotados para solo un niño o niña: únicamente el 3,47% aceptarían hasta tres hermanos y el 0,18% (siete postulantes) a cuatro o más. Con respecto a las condiciones de salud de los niños, niñas y adolescentes, el 82,74% no aceptaría que tuviesen alguna discapacidad o enfermedad”, se lee en el informe.

La primera ley de adopción en Argentina data de los tiempos iniciáticos del peronismo. Como la consecuencia casi inevitable de aquel terremoto que en el verano de 1944 dejó 7000 muertos y 12.000 heridos en San Juan. Y selló, como efecto colateral pero a la vez demarcador de la historia argentina, el amor de Perón y Evita. Aquella mujer ganada por las rebeldías a fuerza de opresiones familiares y sociales que intentaría romper con la vieja estructura de las damas de beneficencia con el deseo de que el país de una buena vez y para siempre los únicos privilegiados fueran los niños. Lejos están esos sueños aún de ser una realidad tangible.

Una ley de adopción nacida por la excepcionalidad de una catástrofe. Pero que se fue transformando en política de Estado para cientos de niñas y niños y no ya una medida de excepción.

Celeste tiene 15 años ya. Tiene una niña de 2 que nació de ese fugaz amor eterno con Kevin, tan solo como ella a los 16. Celeste deambula desde siempre de un sitio a otro. Desde que nació su niña está alojada en una institución para madres adolescentes. De la que volverá a escapar como en tantas otras ocasiones en una búsqueda vana de afectos. Que la llevarán a tropezar como tantas veces con los mismos dolores. Con los mismos abandonos. Con las mismas devoluciones de una, dos, tres familias por ser parte de ese outlet que los que buscan una joven perfecta, sociable, divertida, que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a jugar, no van a encontrar. Porque las cicatrices están. No cierran. No suturan. Son esas cicatrices por las que asomará, con una obcecación férrea, la soledad y la rabia. Los restos vacíos de un rompecabezas desguazado que, hace rato, dejó de ser.

Edición: 3942


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