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Por Silvana Melo
Foto de apertura: Carlos Brigo
(APe).- En el kilómetro cero de la Argentina, donde se supone que todo empieza, 1.500 perros de guerra pertrechados con armas, gases, camiones hidrantes, motos, escudos, palos, helicópteros y probablemente algún destructor (por algo había policía aeroportuaria) pusieron las cosas en su lugar: ningún jubilado pudo acercarse al Palacio intocable donde los diputados convalidaban un decreto de necesidad y urgencia. Que abrió las puertas de par en par para el endeudamiento que hunde a varias generaciones de argentinos, sin saber por cuántos miles de millones de dólares será ni con qué condiciones.
Acaso luego de que el acuerdo se concrete, con las condiciones más arbitrarias que se le antojen al Fondo, de la manera más humillante que acepte la presidencia (total, ajustamos dos veces más de lo que nos podían pedir). Con una consecuencia inevitable: los jubilados seguirán cobrando 346 mil pesos, sin medicamentos gratis y con la miserabilidad de toda una vida condenada a la indigencia.
Una semana después, Beatriz Blanco se vendó la herida en la cabeza y, bastón en mano, fue a marchar lo más cerca del Congreso que la dejaron. Hace siete días, después de vivir más de ochenta años y cobrar 450 mil pesos (una fortuna) un policía la empujó hasta el borde de la muerte. Ella resistió. Una semana después, Pablo Grillo movió la mano. La apretó, a partir de estímulos. Está vivo. A pesar de todos los canallas. Los que le apuntaron, los que acertaron, los que discutieron el disparo, los que mintieron, los que justificaron, los que institucionalizaron, una vez más, la crueldad.
Ayer, alrededor del kilómetro cero del país, donde los que dicen que representan a los pueblos discuten el futuro de espaldas a los pueblos, los jubilados estaban separados a más de 200 metros del Palacio. Con un vallado cuidado por centenares de policías que tomaban fotos turísticamente para los expedientes futuros. Inhibidores de drones y de señal de celular posibilitaban, democráticamente, que las imágenes oficiales comenzaran a ser discurso único.
Antes, durante una mañana larga y dura, en las estaciones de subtes y de trenes una amenaza de represión a través de carteles luminosos y parlantes amedrentaba y desmovilizaba.
Nunca en una democracia formal semejante despliegue autoritario.
La ministra, a la vez, disponía búsquedas de far west con 10 millones de pesos de recompensa para quienes delataran personas. El buchoneo legitimado en una sociedad a la que se le van cayendo los valores morales ganados con lucha, con calle, con fundantes colectivos. Se caen como si fueran escamas de la piel.
A la vez, los lobos armados para la guerra detenían los colectivos e inspeccionaban a la gente. Revisaban mochilas en la marcha. Pedían dni.
Y los fotógrafos se calzaron casco y máscara antigas para trabajar.
La distopía del mundo, encarnada en el kilómetro cero de la Argentina.
A las siete de la tarde, cuando la marcha agonizaba y los lobos sostenían la distancia popular con el Palacio, el oficialismo negó el quorum. Había que discutir la extensión de la moratoria previsional y la restitución de los medicamentos gratuitos a los jubilados. Motivo totalmente incompatible con lo que se había convalidado horas atrás.
La ministra quedó opacada porque le ordenaron no reprimir. Está claro que si no hubo sangre fue porque la policía no reprimió. Está claro dónde empieza esta vida. Está claro cuál es el huevo y cuál la gallina. Sin policía no hay violencia. Sin la ministra no hay violencia.
Sin violencia no hay política ultraderechista.
En un futuro cercano 9 de cada 10 mujeres y 8 de cada 10 varones que estén pisando la edad del retiro no podrán jubilarse. La caída de la moratoria previsional es el derrumbe definitivo de la vejez a la indigencia. A la extinción.
Y ésa es la violencia que arrastrará a todos los miércoles de la historia.
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