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Por Alberto Morlachetti
(APE).- La genética no deja de proporcionar diseños de nariz, distintos tamaños de cráneo o piel morena que enciende la rabiosa mirada de los catadores de “razas”. Ni el capitalismo deja de producir pobres que los “especialistas” estiman incorregibles y “sólo sirven para hacer bulto”. Despierta así un espacio -Estado de Excepción- en el cual la relación “entre norma y realidad implica la suspensión de la norma”, expresa Agamben, y la pura fuerza se ejerce contra lo que amenaza -paradojalmente- el estado de derecho.
Walsh escribía que “para los diarios, para la policía, para los jueces, esta gente no tiene historia, tiene prontuario; no los conocen los escritores ni los poetas”. Borges expresaría con breve sencillez las reticencias literarias para expresar la desventura social: me impuse, como todos, la secreta obligación de definir la luna.
La noche del 20 de octubre -del año pasado- en la Comisaría 1ra de Quilmes Elías Giménez de 15 años, Diego Maldonado de 16, Miguel Aranda de 17 y Manuel Figueroa de la misma edad, fueron asesinados por el fuego y los golpes de la policía: Violencia pura como la llamaba Benjamín. Quizás la masacre de Quilmes sea el mejor resumen de los tiempos del asesinato.
El estudio de los tiempos humanos siempre tiene algo de candidez. Parafraseando a Michelet, la historia estudiosa y benévola, tierna como es con todos los muertos, sigue su camino, de edad en edad, siempre joven, nunca cansada, durante miles de años. En tanto nosotros multiplicamos las visitas a los niños-muertos de la masacre de Quilmes en un diálogo angelical con la historia -que todavía tocamos con las manos- pretendiendo reavivar a aquellos que han sido abandonados por la vida.
A veces el cascarón de la impunidad se agrieta como ocurrió hace un año y la verdad como un pájaro vuela la vida de los pocos días. Entonces la realidad relampaguea por unos instantes y parece que “todas las tinieblas se han dormido” para expresar el lamento de nuestros niños.
Pero los policías que ejercieron la pura fuerza “humana o animal” están perturbadoramente libres y el poder con cataratas en el ojo del alma. Y esos cuerpos que como estrellas titilan en nuestro desamparo. Vallejo nos alienta: Ya va a llegar el día: pongámonos el alma.
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