A sangre tibia

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Por Alfredo Grande

“la derecha es un delirio eterno”
(aforismo implicado)

Inseguridad: Scioli pide leyes más duras
Movilizado tras el ataque sufrido por el ex futbolista Fernando Cáceres, el gobernador bonaerense, Daniel Scioli, advirtió ayer que, tras los últimos hechos violentos, ha llegado el momento de que haya "más dureza y rigor" en la legislación para optimizar la lucha contra el delito, cambios que, sostuvo, "muchos sectores han resistido".

"Muchas veces algunos sectores han resistido, pero creo que en estos momentos, ante un clamor popular de más firmeza, dureza, rigor y orden en este sentido, tenemos que hacer todo lo que está al alcance del Estado de Derecho, como ir adaptando la legislación vigente", dijo el mandatario provincial, en un reportaje concedido a Radio 10. "Si la policía tiene que abatir a los delincuentes en un enfrentamiento, lo hará. Yo a mi policía la respaldo", afirmó. Esta propuesta tiene un antecedente. Durante la gestión de Carlos Ruckauf, entre 1999 y 2001, el criterio fue similar. "Hay que meter bala a los delincuentes", había dicho el entonces gobernador. En ese sentido, el gobernador bonaerense puso como ejemplo el ataque que sufrió el futbolista Fernando Cáceres cuando un grupo de jóvenes intentó asaltarlo en Ciudadela y lo baleó en la cabeza.
(Diario Crítica de la Argentina 02/11/09)

(APe).- Truman Capote escribió su obra maestra “A sangre fría”, sobre los asesinatos que Richard Hickok y Perry Smith cometieron en el invierno de 1959 en la zona rural de Kansas. La muerte fue la pena impuesta a los asesinos. La novela enmarca una dualidad entre el mundo frío de los asesinos y el mundo cálido de la familia rural asesinada. Frío de la muerte, calidez de la vida. Dos mundos que solo se encuentran, mejor dicho, se chocan en la sordidez de una masacre o en la pulcritud pueril de un juzgado. Muchos años después, los asesinatos continúan, aunque solo reciben este nombre los que son cometidos por los “feos sucios y malos”. Los que son cometidos por alguno de los poderes del Estado, tienen la denominación más benigna de “mano dura”, “tolerancia cero” o incluso “gatillo fácil”. La tragedia que encarna Fernando Cáceres es la de ser una de las tantas víctimas que nunca sabrá, aún en el caso que se recupere, quiénes son sus reales victimarios. O sea: quiénes son los asesinos no por naturaleza, sino por los mecanismos de producción de la cultura represora. Pero hay un tránsito desde la fría sangre de los asesinos a la tibia sangre de los funcionarios. Porque el gobernador de la provincia de buenos aires pide leyes más duras. O sea: que la extrema dureza, que es una forma tibia de hablar de brutalidad del escarmiento, tenga la forma de una ley. Si bien los escuadrones de la muerte existen, y los escuadrones del terror también (en la reina del plata se llaman UCEP) toda decisión de castigar, castigar, castigar, escarmentar, con el cinto, con la pluma y con la picana, debe tener el formato de una ley. O de varias. En estos tiempos del Estado de Malestar, con venas abiertas que derraman sangre, y con arterias cerradas que cocinan barro, la ley no pasa de ser la coartada jurídica de la represión. El presunto asesino nació hace 15 años, y ahora toca la maldita frontera de la imputabilidad. La condición de imputable pasa a ser para las sangres tibias, la esencia del ser. Ser o no ser... imputable. El resto de la vida de ese, o esos muchachos que nacieron hace 15 años no tiene la menor importancia. Lo importante es que más temprano que tarde se los pueda imputar. Nada más que eso importa. Suponerlos que por su naturaleza son asesinos, tranquiliza a la sangre tibia del gerenciador de la gobernabilidad. La cultura que supimos conseguir nada tiene que ver con los efectos producidos. Hacinamiento, promiscuidad, hambres crónica y de la otra, maltrato, abuso, humillaciones, vejámenes, tratos degradantes, etc, van construyendo con prisa y sin pausa, la subjetividad de lo que podría denominar “sobrevivientes furiosos”. Furia alimentada desde dos usinas poderosas: la inacción estatal y la acción “destituyente” de la subjetividad que son las drogas. Que también son efectos letales de las formas del consumo degradado que la sociedad de las necesidades básicas insatisfechas permite a sus consumidores más desgraciados. Cientos de miles de jóvenes que nada tienen que hacer, más que cultivar rencor y amargura. Cientos de miles de niños que transitan añorando lo que hace unas décadas nomás era ser un chiquilín de bachín. La piadosa denominación “en situación de calle” no aminora, más bien acentúa, que la calle queda instituida como la situación cotidiana que niñas y niños deben transitar. ¿Acaso un violado en el mercado central tendrá oportunidad de desarrollar aquello que Freud denominara “complejo del semejante” y que permitía los mecanismos de identificación con otra persona? La degradación de la infancia, la barbarie de la adolescencia nada saben de esos mecanismos, con la excepción de aquellos que permiten las diversas estrategias de supervivencia entre pares. Pero nada de esto interesa, conmueve, inquieta, molesta, perturba a los demócratas de sangre tibia. No tan congelada como la de los fascistas, no tan caliente como la de los honestos reformadores sociales. Tibia. Apta para ser vomitada por Dios. No apta para el consumo humano. Porque suponer que la cuestión de los “sobrevivientes furiosos” se arregla con el código penal, ya pasa a ser otro crimen de lesa humanidad. Crimen contra el pensamiento, crimen contra las ciencias sociales, crimen contra las ciencias psicológicas. Crimen contra las culturas de la justicia, de la abundancia, de la felicidad, de la alegría. Y siempre enfocar a los últimos orejones del putrefacto tarro, que en la siniestra fama de la crónica policial, adquieren el protagonismo que esta cultura en realidad les arrebató para siempre. No han podido, nunca, nunca, nunca, estos sobrevivientes furiosos protagonizar la vida propia, y, consuelo diabólico, protagonizan la muerte ajena. La misericordia es la jactancia de los débiles, dirá el demócrata de sangre tibia. Débiles, que como sanciona el título de una película, no tienen ya lugar. Y mucho menos cuando se está en posición de gobernar, mucho menos cuando el pueblo, el clamor popular, lo está pidiendo. Dentro de poco legalizarán linchamientos, azotes públicos, lapidaciones, hogueras. Se está poniendo en marcha una máquina inquisitorial, que lamentablemente ya hizo su largo período de ablande. La inquisición legal. La perla de occidente. Incluso podríamos pedirle a los historiadores de sangre tibia, que los hay, consistentes documentos que prueben que la asamblea del año XIII fue una conspiración ateo masónica. Una asamblea que deberá ser revisada a la luz de la nueva legislación que contempla interrogatorios intensos, y cárceles nómades a 10.000 mts del suelo. Creo que el gobernador de sangre tibia encarna lo que denomino el síndrome del demócrata contrariado. Nació y creció en democracia, pero algunas cosas de la misma lo contrarían. Como el zurdo que lo obligan a escribir con la derecha, al derecho que lo obligan a pensar con la izquierda, aunque sea tibia izquierda socialdemócrata republicana... le sale mal la letra. Ese clamor popular nada tiene de aquella música maravillosa de un pueblo anhelando justicia social. Cada cual tiene el clamor que se merece. Y ante la sordera, ceguera y autismo de muchos, prefiero la sangre caliente del poeta, del revolucionario, del intelectual implicado, aunque a veces esa sangre, de tanta tristeza, bronca, e indignación, hierva.

Edición: 1629


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