A nuestros maestros

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(APe).- Cuando el vendaval se llevó juntitos sueños y compañeros y, con ellos, la esperanza de una vida digna futura para nuestros pibes, otros compañeros que sobrevivieron y otros que amanecieron más tarde, decidieron mantener el fueguito para que no se extinga, para recordar que alguna vez soñamos con otro mundo, que no fue siempre como el que ahora nos muestran.

 

Y fue así que en muchos lugares florecieron organizaciones tratando de dar abrigo a quienes quedaron en el más absoluto abandono, abrochando como botones la vida de los niños que se iban extinguiendo. Poblaciones superfluas que ahora sobraban en el nuevo orden mundial. Colectivos humanos que fueron creciendo como hongos con el paso del tiempo, indicando caminos donde ponernos a resguardo de la miseria humana, como vigilantes nocturnos de la esperanza.

En la década de los noventa el sistema ya había trazado camino. Después de la muerte para aquellos que llevaban tatuada en su historia la vivencia de la posibilidad de un mundo distinto, debía venir el desamparo para ratificar que, para que parte de la humanidad viva muy bien, existe un daño colateral, casi natural, que es que la fiesta no es para todos y entonces, los que sobran se deben conformar con lo que le toca vivir.

Y como hubo compañeros y compañeras que se empeñaron en mostrar algo diferente, entonces propusieron su “institucionalización”, reconocieron que algo tenían que ver con lo público y nacieron términos como Organizaciones No Gubernamentales, Tercer Sector y un sin números de términos para encuadrarlas, domarlas, controlarlas y hasta desnaturalizarlas. No quedó otro remedio que admitir el aporte que debía hacer el Estado en lo que ellos no asumían y así fueron naciendo subsidios y becas, pero muy pocas veces con la idea de aprender de su perfume para convertirlas en políticas públicas.

Y viendo que aun todas estas medidas no alcanzaban, en estos últimos años comenzaron una nueva estrategia que fue negar los problemas que reúnen a la gente para evitar los colectivos sociales: los niños que se encuentren desamparados deben ir con una “familia de bien” que los cobije y si ya son grandes o muy “disfuncionales”, que pierdan esos años en la dulce espera de una familia que nunca llegará. Para aquellos que tengan hambre, les dicen que vuelvan a comer a sus casas, como sea, si es en un ranchito donde no hay mesa o si es en un herrumbrado vagón de tren, o quizás los que se domicilian en los basurales encuentren una chapa donde guarecerse si llueve y compartir el pan. Vino la tarjeta electrónica, porque así nadie se queda con su dinero, no se intermedia y si es posible sólo se habla con el cajero.

Y para los educadores vino entonces la profesionalización, no es posible trabajar con niños sin un equipo técnico que controle cada paso y cada vínculo con el niño, “distancia operativa” que le dicen, no vaya a ser cosa que los sentimientos dibujen partituras y los distintos tonos se conviertan en melodía.

Y como tampoco fue suficiente, siempre hay almas dispuestas a resistir, ahora el Estado ha decidido dejar de financiarlos, dejamos los pagos a precio vil y con atrasos imposibles de afrontar. En la Provincia de Buenos Aires miles de organizaciones sociales agonizan al ritmo de los tambores de un Estado que como nunca está presente, para la muerte y el desabrigo, son muchos meses en los que no cobran sus becas y las organizaciones vuelven su mirada al cielo pidiendo abrazos que las acompañen.

En un día tan especial como es el del maestro, quisiéramos rendir un homenaje a los verdaderos maestros, muy lejos de la mirada que nos legara Sarmiento, que construyeron y construyen todos los días estas historias enhebradas con tantas almitas de niños que tejieron en sus organizaciones, a los Albertos y las Normas, a los Walters y Mabeles, y otros compañeros y compañeras que guardan celosamente prendida la llamita de un mundo digno de ser vivido. Pero también a los Juancitos, Eliseos, Carlitos, Gabis y Jorges que nos regalaron en su efímera presencia sus pedacitos de sueños y a todos aquellos educadores y educadoras imprescindibles para que todos los días salga el sol. Aunque con tanta persistencia esté nublado.

 

 

 

 


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