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Una historia sanitaria de crisis
Un mundo patógeno, un país que lo imita. La salud para todos en el año 2000 quedó sepultada 22 años atrás. En consecuencia, los sistemas sanitarios y en particular el nuestro, han sufrido una metamorfosis, con estratos de asistencia
Por Ignacio Pizzo (*)
(APe).- Argentina del 2022 derrama sangre de niños y niñas. El hambre arrecia, y la política gubernamental no pretende erradicarlo, aunque se trate del principal problema político. Cifras de pobreza, de obesidad y malnutrición infantil, en alza, sin que nos horrorice.
Un mundo patógeno, un país que lo imita. La salud para todos en el año 2000 quedó sepultada 22 años atrás. En consecuencia, los sistemas sanitarios y en particular el nuestro, han sufrido una metamorfosis, con estratos de asistencia: se encuentren en guetos pobres del conurbano, en la agonía de la obra social de un trabajo formal, o bien en el modo de seguro privado de salud, más conocido como medicina prepaga.
El modelo médico constituido en incoloro, inodoro e insípido, se despojó de historicidad, se impregnó de biologismo y billetes. Así persiste un formato cerámico sostenido por la mayoría de las escuelas de medicina. Abraham Flexner, en 1910, en Estados Unidos, con fondos de la fundación Rockefeller, elaboró el informe que lleva su nombre, para hacer de la medicina una ciencia biológica pura, intentando enterrar la idea que proponía, entre otros, Rudolph Virchow patólogo alemán que por el año 1848 afirmaba que la medicina es una ciencia social y la política no es otra cosa que medicina a gran escala.
De los médicos higienistas protagonistas de epidemias de cólera y fiebre amarilla a fines del siglo XIX a Ramón Carrillo, con sus inéditos logros entre 1945 y 1952. Desde Arturo Oñativia, que enfrentó a las industrias farmacéuticas, hasta el Pacto Onganía – Vandor con las obras sociales, prolegómeno de nuestro actual modelo sindical, carente de representación y de proyecto de país.
Desde la dictadura militar de 1976, que degradó a secretaría el ministerio de Salud, a cargo de un pediatra contraalmirante que no llamó la atención sobre la epidemia de mortalidad juvenil por violencia estatal en esos tiempos. Las estadísticas y la salud pública desaparecían junto con los desaparecidos. A la vez, descentralizó el sistema sanitario, sembrando la semilla para la salud en manos privadas; al florecimiento en 1991 con el documento del Banco Mundial “Invertir en Salud”, donde entre otras cosas, promovía Hospitales de Autogestión, forma encubierta de privatizar centros sanitarios. Simultáneamente el descarte de pobres iniciaba su ascenso más notorio para no detenerse. El trabajo se pulverizaba y un in-crescendo de hambre se extendía de manera exponencial, en la tierra del trigo y el pan.
La reforma constitucional de 1994 narra en el artículo 42 el siguiente enunciado: “Los consumidores y usuarios de bienes y servicios tienen derecho, en la relación de consumo, a la protección de su salud, seguridad e intereses económicos; a una información adecuada y veraz; a la libertad de elección y a condiciones de trato equitativo y digno”. Es decir, frente nuestras narices, los constituyentes, colocaron en el lugar de consumidores, a toda aquella persona, incluidas niños y niñas, que acuden en busca del oxígeno que mitigue sus desesperadas bocanadas de aire durante una bronquiolitis o bien requieran la caricia receptora en su primer asomo a una vida que no parece serles propia.
Luego devinieron parches de gasa y tela adhesiva a la diezmada cartera sanitaria: Plan REMEDIAR, Plan Nacer, hoy nominado Plan SUMAR (Plan del Banco Mundial, donde hospitales y centros de salud, deben facturar prestaciones), plan médico comunitarios, y programas destinados a algunas patologías prevalentes. Necesarios, pero sin lograr mejorar indicadores vergonzosos.
Posteriormente la CUS (Cobertura Universal de salud), quiso imponerse como manera de encaminarnos a la modalidad de seguro de salud, luego de que un ministerio fuera degradado a Secretaría, una vez más.
La pandemia irrumpió acelerando la crudeza de una capacidad instalada que fabrica un mundo de exclusivos y excluidos. El compromiso y la entrega de un gran número de trabajadores de la salud y a la historia sanitaria argentina, hizo frente para mitigar los efectos del Sars cov-2. Hoy un nuevo ministro de la cartera económica, que toma la forma según la ley de los gases, dispuso que el tesoro recorte transferencias previstas en $50.000 millones a Educación y $10.000 millones a Salud.
Pandemia y después: En el primer trimestre de 2022, la facturación total de la industria farmacéutica en la Argentina registró 164.783,5 millones de pesos, lo que representa un incremento de 48,2% en relación con el mismo trimestre de 2021. Los ganadores de siempre, festejan en un podio cimentado sobre los cadáveres de la historia.
María Elena Walsh escribió “el país de no me acuerdo”. La tijera económica corta la salud y la obesidad infantil asciende al 37% en la población infanto-juvenil. La tasa más alta de la región. Los casos de suicidio en la adolescencia se triplicaron en los últimos 30 años. La cifra ascendió a 12,7 cada 100.000 adolescentes entre los 15 y los 19 años, y hoy constituye la segunda causa de muerte en la franja de 10 a 19 años, según el estudio “Suicidio en la adolescencia. Situación en la Argentina” presentado por UNICEF Argentina (2019).
Es hora que vayan dejando sus puestos los que siembran muerte, para dar paso a los que intentan arrimar sueños en los lugares donde los administradores de Dios, acercan siquiera una manta. Es hora de que se corra esa estirpe inmunda, inútil, burlona y en ocasiones desclasada; que mutó su piel, a un cuero impermeable sin terminales nerviosas sensibles, cubierto por trajes que valen lo que un sueldo mínimo para no ser pobre en Argentina y más.
Mientras la alianza espuria de funcionarios estatales de alto rango junto a los gerenciadores del poder supraestatal, se camuflan bajo banderas que falsifican democracia, hay archipiélagos de esperanza que enfrentan la lógica continental. Organizaciones sociales, redes comunitarias, educadores que abren las aulas para liberar; profesionales y auxiliares que aprietan los dientes para curar heridas del sistema; madrazas de comedores y merenderos con el don de gente necesario; nos demuestran con certeza empírica, que hay quienes pueden gobernar el país que soñamos, resistiendo al avasallante volcán de desprecio hacia los adalides de la nada.
Podemos gobernar con un ministerio de niñeces que se acuerde del cumpleaños de Natalia, Andrés, Laura o Gonzalo, y decida festejarlo con la torta de su súper-héroe favorito, en un canto con sabor a barrio. Podemos gobernar ese país, con un ministerio de vida con cada niño que llega a un consultorio, pese a recortes presupuestarios o lecciones incomprensibles de macroeconomía. Podemos edificar un ministerio de ternura pedagógica, haciendo del afecto la principal política educativa, narrando un cuento ante la mirada asombrada de unos ojos que no renuncian a la magia del pensamiento.
Podemos gobernar nuestros destinos, con secretarías que rompan las credenciales que acreditan pobreza, para entronizar a los portadores de la minoría de edad y que sean los destinatarios ineludibles de abrazos, alimentos de calidad y mesas de risas amigas, fraternas y desinteresadas.
(*) Médico Generalista. Casa de los Niños, Pelota de Trapo. Cesac Nº 8, CABA
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