Por Silvana Melo
(APe).- A horas apenas de que la bizarría farandulera reabriera las puertas del Teatro Colón. Era el país de los brillos y la fiesta. La ciudad - ombligo de una tierra con tanto claroscuro, puesta a iluminar los dientes blancos del glamour y a barrer a los márgenes las bocas vacías de los expulsados, cerraba los ojos a la tragedia popular del hospital público. A esas horas Nora llegaba al Penna con la peligrosa puntada de la vida en la panza. La sangre se le escapaba en la semana 29 de embarazo. Su rostro amarronado de Cochabamba sufría con la resignación de los pueblos del origen. Para salvar a su beba había que hacerla nacer. Una cesárea y las dos llorarían juntas tarde o temprano, a pesar de las tantas amenazas con que espera la vida. Pero en el Hospital Penna no había anestesistas. Y la chiquita no llegó a ver las palomas que desafían la jungla y de vez en cuando comen de una mano.
La nena que no pudo ver el triste camino del regreso a Cochabamba es una más de los pibes que mueren en la ciudad de Buenos Aires por causas que pueden evitarse y que determinaron el aumento de la mortalidad infantil en la ciudad brillante, cuando la tendencia es la baja, a contramano de los tiempos. El número parece apenas una estadística gélida en los archivos ministeriales. De un 7,3 por mil en 2008 al 8,3 en 2009. En Liniers, Mataderos y Parque Avellaneda el aumento fue de tres puntos por mil.
Mientras en Belgrano, Colegiales, Recoleta, mueren 5 de cada mil niños que nacen, en Villa Lugano, Villa Riachuelo y Villa Soldati son más de 12. El corte fulminante entre la ciudad incluida y la otra, entre la atendida y la barrida bajo la amplia alfombra de la insensibilidad programática y estratégica, es de seis niños que se salvan o seis niños que se mueren de cada mil que intentan saber de este mundo bello y atroz.
Nacer en Buenos Aires hace pender la vida de la esquina donde le toque abrir los ojos a cada uno. Las seguridades son tan azarosas para quien cae al mundo desnudo, indefenso, con pelitos morochos y chuzos, con la cara morada del esfuerzo, expuesto a todos los males. Tan azarosas son las seguridades que si cae en un hospital público de la administración de la ciudad de Buenos Aires puede ser la gota que termine de colapsar el sistema de salud parado apenas sobre las espaldas de médicos y enfermeras. Y todo se derrumbe a su alrededor. Y el derrumbe se lo lleve porque es tan chiquito y pesa tan poco y la mamá llegó con sangre a la guardia y no había quien la durmiera para operarla y él tuvo que intentar nacer como pudiera pero no le dieron las fuerzas porque es tan pero tan chiquito.
Los hospitales públicos fueron rezagados al final de la cola de las prioridades como la infancia pobre y a la hora de decidir en qué se invierten los dineros públicos se define filosóficamente el rumbo. Se compran pistolas eléctricas, se crea una policía propia invariablemente comandada por gente con prontuario.
En la vidriera se colocan los brillos del Teatro y los trajes sedosos y el maquillaje abundante de las estrellas; y en los cajones del fondo, muy abajo, muy en los rincones, los dramas de la gente. Los anestesistas que no hay en el Hospital público. Los planes que no se ponen en marcha cuando el dinero está y viene de otros estamentos. La porción de la población que se decide dejar afuera para poder invertir en la pequeña ciudad elegida para el brillo.
Según donde se pare quien diseña los números en esta tierra larga y diversa pondrá gritos en el cielo por los niños que se mueren aquí o allá. Y en realidad la patria extensa castiga de norte a sur. De ancho a ancho. El bajo peso al nacer y la muerte siguiente son la consecuencia de una madre víctima de la inequidad. La mala vida de una y del que viene produce las enfermedades respiratorias que cierran la garganta y los pulmones y ahogan el grito.
En Formosa se mueren 20 de cada mil niños que nacen.
Y los números que se pintan de colores marketineros -aun los de la muerte- a veces se estrellan contra la equidistancia de los otros: Los datos oficiales que aseguran que la mortalidad infantil bajó hasta el 12,9 por mil contrastan con las cifras de Unicef: un 14 por mil.
Aunque siempre hay opciones. Se puede elegir en qué se gasta. Y en qué se invierte. Se pueden elegir los productos a exhibir en la vidriera. Lo que se muestra y lo que se esconde en las antiguas cajoneras del sótano. Donde se excluye la sobra y se oculta lo feo.
Un día un ventanal estrepitoso abrirá los párpados al sol. Y el olvido se hará memoria y luz como un trueno.
Fuentes de datos:
Diarios Página 12 - Clarín - América XXI - Infancia Hoy
Edición: 1808
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