¿A donde iremos nosotros?

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Por Bernardo Penoucos

(APe).- Seguramente ella cruzó la frontera asustada y cargada de changuitos sedientos, huyendo de alguna otra pobreza; seguramente él viajó con la esperanza intacta de otro suelo posible en un suelo que supo ser posible un tiempo atrás.

No hay cuerpos sin historias, no hay rostros sin dolor.

Son curtidas y ajadas las espaldas de las mujeres que en cuclillas venden lo que pueden, comen lo que hay y luchan como deben, pero no. El espacio público cuesta y el Estado le pone precio. Veo en los medios a la madre protegiendo a sus hijos ante la mirada excitada del periodista monopólico de turno que disfruta con la escena de la morbosidad, veo a esa madre con manos grandes de madre y con brazos fuertes de guerrera, con esa misma mano vende una ropa, con esa boca de madre resiste el silencio y enfrenta al cordón policial que acaba de incautarle lo poco que tiene y lo mucho que le costó ese poco, se sienta en el lomo de una caja de cartón repleta de remeras y de buzos ante el sol despiadado de enero y defiende esa mercadería como quien defiende su patria chica, la patria de sus hijos, el hambre de sus hijos, esas cinco o seis baldosas en las que monta su puesto y sus sueños, en inviernos níveos o en veranos derretidos.

Pero el sistema de la crueldad no entiende ni de historias ni de migraciones ni de caminos anteriores, sin mediar carga el cartucho y dispara, arrastrando madres, niños y porvenires.

"Y entonces... ¿adónde iremos nosotros...?", ruge cuasi rendida la Madre mantera con la mirada lejos, sabiendo que su cuerpo sigue siendo escupido por el mundo que la parió, por el suelo que la trajo, por la bronca que mastica. Los niños miran a su madre defender lo suyo, sufren en silencio los niños tomados de las manos, crecen empoderados los niños tomados de las manos.

¿A cuántas cuadras de Once se estará construyendo un edificio gigante para que la plata se lave en ladrillos y proyectos arquitectónicos? ¿A cuantos metros de Once estará el taller clandestino que no sabe ni de soles ni de noches perdiéndose en el tiempo de la explotación? ¿A cuántos metros alguien estará recibiendo un sobre bajo la mesa para cerrar un millonario negocio?

Así las cosas, así la lágrima, así el terror.

Vuelvo a ese rostro, vuelvo a esos niños y a esas calles de la ciudad de Buenos Aires, veo en la mirada de esa madre al altiplano boliviano, veo en ella los valles y el adobe, veo a las venas abiertas que Galeano dijo, veo en ella la historia y veo en ella al sujeto colectivo, la veo en el frente de la batalla, en la superficie que nos duele.

En esa superficie la veo, en esa superficie debemos verla, para que nos duela lo mismo, para que nos reconozcamos, para que nos empoderemos, como esos niños, como esa madre, como ese rostro que no es sino el rostro de una Latinoamérica brava y latiendo.

Como esa madre curtida que defiende su patria chica, sus desconsuelos, su resistencia.

Su porvenir.

Edición: 3315


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