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Por Alfredo Grande
(APe).- Hace varios años, se pusieron de moda las películas, las historias, de los zombis. Los muertos vivos. Parecen vivos, pero están muertos. Han resucitado de la peor manera. Por eso los matas o te matan. No hay redención posible. Los límites entre la vida y la muerte han sido difuminados muchas veces: la saga de Drácula, del Hombre Lobo, del “monstruo” pensado y construido por el Dr. Victor Frankestein, son los ejemplos más notorios.
La actualidad de la cultura represora ha creado otra categoría. Los vivos muertos. Están vivos, o sea no figuran en la estadística de mortalidad. Pero en realidad están muertos para toda forma de vida digna. O sea: muertos para la dignidad de la vida. Un tenebroso trascurrir que es un simulacro de la vida. Esta siniestra época nos obliga a pensar, mientras podamos, a qué podemos aún llamar vida. Más allá de su reproducción biológica. La que tambien está seriamente amenazada.

Se habla con mordaza del riesgo país, pero no se habla sin mordaza de los riesgos de vivir en el país. Los vivos muertos tienen distintas edades. Quizá los que más duelen son las niñas, los niños y los jubilados y las jubiladas. Aunque duelan más, obviamente no son los únicos. La denominada macro economía es una fábrica de vivos muertos, quizá la fábrica más activa en la actualidad.
Hablar de flexibilización laboral, de modernización, en las ruinas y muerte de las personas, es simplemente aumentar en forma legal la producción de vivos muertos. Quieren hacer legal lo ilegítimo. Es posible que lo logren. Lo que nos obliga a repensar qué fue realmente la pueblada del 2001, cuando los indicadores actuales son peores que en ese momento. El riesgo de vivir en el país aumentó mucho, y seguirá aumentando. Cuando digo riesgo, me quedó corto. Lo que es habitual en mí. No es riesgo. Es letalidad.
El capitalismo mata. En la guerra y en la paz, que apenas es una miserable tregua. Y mata la dignidad de la vida. Y crea una caricatura siniestra de la dignidad que es el consumismo: consumir consumo. El patrón del consumo reemplaza al patrón de la producción. Las clases se clasifican por su capacidad de consumo, no por su capacidad de producción. Ni de bienes ni de servicios. Los vivos vivos aún consumen. Los vivos muertos están en el reino de la necesidad, no de la libertad. O sea, no consumen; son consumidos.

Si Malcom X escuchara las reflexiones sobre la economía en negro, seguramente algo diría y mucho haría. No hay más economía en negro que el capitalismo, aunque habitualmente a esa economía se la denomina “letra chica”. Pero no es chica: es la verdadera letra. La que nadie lee. Y es la única que debe ser leída. Porque el delirio es la informalidad. Y que la panacea es la formalidad. Otra vez la profecía del capitalismo serio. La seriedad de la formalidad. Pero no hay formalidad que ayude a los vivos muertos. Porque la informalidad no es una causa: es una consecuencia.
La economía formal es tan posible como el mercado perfecto que la economía liberal proclama, pero no encuentra. Todas las trampas capitalistas son para los vivos vivos. Los vivos muertos son población sobrante. Y lo que sobra se tira. Aunque la hipocresía y el cinismo democrático no lo digan con palabras. Aunque lo evidencian con hechos.
No se trata de resucitar a los vivos muertos. Se trata de que vivan.
Tan difícil y simple como eso.
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