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Por Silvana Melo
(APe).- El narco se adelanta cuando el estado se muestra en retirada. Cuando hay zona liberada el narco la ocupa y se apropia del contenido: carencias sociales, niños con hambre, falta de infraestructura, adolescentes sin rumbo. Cuando el estado se vuelve presente en una ausencia programada y feroz (soy el topo que destruye el estado desde adentro) la zona liberada para el narco también se vuelve programada y feroz.
Entonces todo cierra.
El estado se retrae (mucho más de lo que desde hace décadas lo hace por desidia y por abandono) y el narco toma el territorio con su poder colonizador. A la cárcel a cielo abierto en que se convirtieron las villas (barrios populares en los eufemismos que hace más de veinte años romantizan la pobreza y la marginalidad extremas) la fueron volviendo satélites, narcobarrios que fueron respondiendo de a poco a las necesidades intactas de la gente. Con la espantada infame del estado a partir de enero de 2024, los comedores populares dejaron de ser abastecidos de alimentos y los barrios fueron desamparados al hambre literal. El narco puso el alimento, la obra del agua, el cordón cuneta para que se lleve el agua, los caños para que cuando llueve no se inunden sus casas de sus propias heces y las de vecinos, la changa para los pibes, para que ganen bien cuando vayan subiendo de categoría y sean transas con responsabilidad.
Entonces Mariano Cúneo Libarona, ministro de Justicia del país. Abogado de condenados por narcotráfico, como Mario Segovia, “el rey de la efedrina”, hombre fuerte del negocio de la droga en Rosario antes de la irrupción de Los Monos, y el exintendente de Paraná Sergio Varisco, sentenciado a seis años y medio de prisión por comercialización de estupefacientes. Además, representó al abogado Mateo Corvo Dolcet, acusado de haber lavado dinero del narcotráfico colombiano, según un informe de La Nación. A la defensa de esos ilustres nombres, se suma la de Miguel Angel “Mameluco” Villalba, condenado a 23 años de cárcel. Juzgado como presunto autor intelectual del secuestro seguido de muerte de Candela Sol Rodríguez, de 11 años.
Y entonces, José Luis Espert. Verbalmente violento. Intolerante hasta el punto de proponer cárcel o bala hacia la disidencia. Opaco y vidrioso. Misógino y “financiado por un narco”, según la mismísima Lilia Lemoine, palabra sacrosanta libertariana. Pero hace dos años, cuando él estaba afuera. Ahora que está adentro le aparece un empresario acusado de narco, Fred Machado, un financista. Denuncias periodísticas muestran una planilla con 200.000 dólares transferidos por Machado a Espert en campaña electoral en 2020. Eso es lo blanco. Detrás vaya a saber qué hay. Un mundo al que difícilmente se pueda acceder. Salvo que la justicia de Estados Unidos –que es la que investiga- abra puertas selladas para la justicia local. Que generalmente pone los ojos, distraídamente, en otros parajes.
Espert es el primer candidato a diputado nacional por la provincia de Buenos Aires. Milei lo eligió personalmente, desoyendo a Karina por única vez. Es la cara visible de la elección en un territorio que ya perdió.
Pero también –y fundamentalmente- es una opción que lo define. Porque no podía elegir a alguien peor.
En tiempos en que el camino del narco está allanado para abrir las puertas a narcobarrios, a minúsculos narcoestados de laboratorio, por responsabilidad absoluta de las decisiones políticas. En tiempos en que es muy complejo intentar torcer rumbos de vida en los niños y adolescentes de las barriadas más olvidadas porque las garras del capitalismo tienen uñas de narco y los arrancan de las mejores manos. Cuando se soporta sin grandes reacciones que tres chicas sean secuestradas por narcos, torturadas brutalmente con transmisión directa por una red privada y asesinadas como sólo se extermina a las mujeres. En tiempos en que nada parece que pueda ser peor, insistir con el sostén a un diputado nacional bajo sospecha de haber sido financiado por el narco y que vive amenazando con cárcel o bala, que para colmo es el presidente de la comisión de Presupuesto y decide qué se trata y qué no, qué se presupuesta y qué no, en qué se gastan y en qué no los recursos del estado, es la definición más certera de la época.
En las afueras suburbiales del mundo, donde se los condena para siempre, a los chicos y las chicas de fragilidad extrema los esperan los que les prometen los celulares y las zapatillas, los jeans y la play que nunca se podrían comprar. Las que les vende el mercado en inmensa cartelería y luego les arranca de las manos. Precarizados, olvidados, con frío, crecidos con poco nutriente, de paso apenas por una escuela que no los retuvo, poco futuro hay más allá del paco y la muerte cerca. Salvo que los salve el narco.
Y el espanto tiene otro nombre y otro color. Y es otro espanto. Peor.
Mientras tanto, arriba están ellos. Impiadosos. Abriendo puertas al infierno.
Abajo los pibes. Y las pibas.
Esperando.
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